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«El agente topo»: Rómulo Aitken y su doble CULTURA

«El agente topo»: Rómulo Aitken y su doble

Hernán Herrera Flores
Por : Hernán Herrera Flores Magister en Cine Documental U de Chile y académico Seminario Cine y Psicoanálisis UDP
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En la historia de esta película, la aparición de Aitken quedará como un error de producción, una falta en la vida personal de un personaje secundario, que se resolverá en otra trama, un thriller político que se está escribiendo en este mismo momento. Esa otra película, no empaña la belleza, la emoción, el talento y la poesía que inunda de principio a fin «El agente topo».


En días recientes, han surgido numerosas críticas a la participación de Rómulo Aitken en la película de la directora Maite Alberdi, “El agente topo”. Estas consideran antiética la participación de un sujeto que tiene graves acusaciones por violaciones de derechos humanos y violencia de género. En opinión de estos detractores, la sola participación de Aitken empaña el presente y futuro del filme.

Para considerar en su real dimensión la aparición en escena de Aitken, necesariamente debemos definir la naturaleza de la representación audiovisual. «El agente topo» es una película, no es un reportaje periodístico, no es un documental de denuncia política, no es un ensayo sociológico, no es etnografía. Desde el momento que Rómulo Aitken es capturado por la primera imagen de la película, ha dejado de ser Rómulo Aitken y pasa a ser un personaje de «El agente topo», que nace y muere en el film.

Pero claro, un lector atento dirá, el Aitken de la vida real sigue existiendo. Es cierto, ya no hay un solo Aitken, ahora conocemos al menos dos: el personaje de «El agente topo» y el sujeto real denunciado. Pero no nos desviemos, el doble en el cine chileno da para otra columna, desde que Raúl Ruiz hizo “La maleta”.

Confunden estos críticos distintas dimensiones del problema. En una dimensión, quizás hubo falta de rigor en la elección del personaje, ignorando o minimizando su historia personal. En un flashback, seguramente consideremos que no fue prudente trabajar con un sujeto con ese historial. Pero esto ocurre en otra escena, no ocurre en la película, ocurre en la realidad. Por lo que en la dimensión estrictamente cinematográfica su participación no cuestiona la ética de la directora, el punto de vista, el relato o el filme en su totalidad. Pensar así, sería como tirar al tacho de la basura las películas de Quentin Tarantino por las acusaciones contra su productor, Harvey Weinstein.

Es cierto que los equipos de producción trabajan con la realidad, para otorgar las materialidades sobre las que se hará el filme, pero la película no es eso. Como decía Rithy Pahn, un conocido documentalista y teórico del cine documental en su libro “La eliminación”: «Mis películas se decantan por el conocimiento: todas se basan en lecturas, reflexiones y el trabajo de investigación. Creo, sin embargo, en la forma, en los colores, la luz, el encuadre y el montaje. Creo en la poesía».

Concuerdo en que Aitken es alguien reprobable, en sus distintas faltas a la convivencia social democrática. Pero su interpelación o condena, es algo que debe darse por fuera de los límites de la película. Debe operar en otra dimensión y su juzgamiento político y social es una tarea democrática inconclusa, que la mayoría de los críticos ni siquiera habían enunciado antes de su aparición en «El agente topo».

La ética documental no se juega en la vida personal de los protagonistas fuera del filme. En palabras del teórico Bill Nichols, la ética «trataría la cuestión de cómo llegan a conocerse y experimentarse los valores, en particular una ética de la representación, en relación con el espacio. (…) La presencia (y ausencia) del realizador en la imagen, en el espacio fuera de la pantalla, en los pliegues acústicos dentro y fuera de campo, en los intertítulos y en los gráficos constituyen una ética y una política, de importancia considerable para el espectador».

Yo agregaría que también trata del punto de vista, del pacto documental con los protagonistas y de ese frágil puente entre el deseo de los personajes y la directora al acordar hacer esta película. Se trata de una ética que opera en un adentro del dispositivo cultural que llamamos cine.

En la historia de esta película, la aparición de Aitken quedará como un error de producción, una falta en la vida personal de un personaje secundario, que se resolverá en otra trama, un thriller político que se está escribiendo en este mismo momento. Esa otra película, no empaña la belleza, la emoción, el talento y la poesía que inunda de principio a fin «El agente topo».

A modo de epílogo, diremos con Jean Luc Godard que “tú no haces una película, es la película la que te hace a ti”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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