
«Klara y el Sol», la última novela de Ishiguro: posibilidades de esperanza
No sé si Ishiguro terminó el libro antes de la pandemia o ya en medio de esta. Es difícil no verse influido por la actualidad, no digo escribir sobre lo inmediato, eso casi nunca funciona, es más bien el deseo de las grandes editoriales, pero no material del artista serio, quien necesita tiempo y perspectiva. Pero esta pesada atmósfera no puede dejar de influir en el estado de ánimo, y esto lleva a tomar decisiones.
Se ha transformado en un lugar común que los escritores declamen cada tanto: “Estar escribiendo siempre el mismo libro”. Esta frase tiene algo de claroscuro: algo de verdad y mentira, de falsa modestia y juego. Hay un componente lúdico en toda creación, en generar reflejos, puentes y lazos entre una obra y otra. En ocasiones a la vista del lector, en otras ocultas.
En este caso, en el de «Klara y el Sol» (Anagrama, 2021), primera novela después de que se le otorgase el Premio Nobel, Kazuo Ishiguro transparenta más que nunca el citado dicho. En Klara no podemos dejar de encontrar rasgos de Stevens, el mayordomo de «Lo que queda del día» (1989), pero la mayor conexión es con los personajes de «Nunca me abandones» (2005), con esos jóvenes clones que estudian en el internado de Hailsham, a las afueras de Sussex. En especial con su protagonista Kathy H, quien a lo largo de ese libro va develando la desesperanzadora razón de su existencia. En contraste, Klara sí sabe la razón de la suya.

Klara es una AA (amiga artificial) especializada en el cuidado de niños. En la parte inicial del libro, la encontramos al interior de la tienda donde aguarda pacientemente ser comprada. A través de la primera persona y una prosa clara, pero al mismo tiempo cargada de matices, vamos conociendo a la protagonista. Este robot observa y comenta el funcionamiento del local, pero su vista se concentra más que nada en los sucesos al otro lado de la vitrina, en ese pedazo de calle que alcanza a vislumbrar desde la posición que ocupa junto a sus compañeros.
Ishiguro logra con eficacia generar un pequeño y atractivo mundo al interior del establecimiento y en ese cuadro exterior, resumen velado de la ciudad. La simpleza con que Klara relata puede parecer ingenua e infantil, y ciertamente lo es. Hay una mirada primigenia, que va develando la realidad de a poco. Los transeúntes que circulan por ese acotado espacio detrás del ventanal son nombrados por Klara de la siguiente forma: Mendigo y su perro, policía, taxista, corredores, turistas, mujer taza de café. Todos ellos amparados bajo la predominante figura del edificio RPO, donde a cierta hora, ve como se refleja el Sol (siempre en mayúscula), su nutriente.
Pero al poco andar comenzamos a notar en Klara una leve diferencia comparada con los otros robots. Esa diferencia está plasmada en su capacidad de comprender el comportamiento humano. Así se expresa cuando le dan la oportunidad de pasar unos días en la vitrina: “Debo confesar que siempre había tenido otro motivo para querer estar en el escaparate, que no tenía nada que ver con la energía del Sol o con la posibilidad de que me eligieran. A diferencia de la mayoría de los AA, a diferencia de Rosa, yo siempre deseé ver más el exterior, y verlo con todo detalle”.
Ishiguro cuenta, en una entrevista reciente, que la idea original tenia como destino ser un cuento para niños. Esta idea le vino a la cabeza al recordar esos libros infantiles en cuyas ilustraciones superficialmente luminosas, a veces subyace algo oscuro e inquietante.
La vida de Klara comienza a cambiar con la aparición de Josie, una niña que se le acerca caminando con dificultada y le habla a través de la vitrina. Ella la ha elegido, y en esa elección, que recae finalmente en la madre, hay una curiosa prueba:
“La madre reflexionó unos instantes y dijo:
—Bien, Klara. Ya que pareces conocer tan bien cómo camina Josie, ¿me puedes reproducir sus movimientos? ¿Puedes hacerlo por mí? Ahora.”
Llevan a Klara a una casa en el campo a las afuera de la ciudad, en un lugar indeterminado de los Estados Unidos, donde habitan Madre, Melania Sirvienta, y la frágil y enfermiza Josie, quien debe conectarse a su “rectángulo” para mantener clases a distancia. A esta altura comprendemos que Klara no ve de la misma forma que nosotros, su espectro visual se divide en una serie de cubos cambiante.
A través de esa curiosa mirada, la verdad se nos va revelando por goteo, esa realidad que esconde algo oscuro e inquietante. Luego aparece otro personaje, Rick, el vecino amigo de Josie quien no fue “mejorado”. Estos datos van entregándonos más pistas sobre el riesgo que son capaces de tomar los adultos en busca de la perfección y el éxito. El cuadro completo no lo comprenderemos hasta el final, y él autor sacudirá el contexto y las motivaciones de cada uno de los personajes con un talento excepcional y bajo una mirada profundamente humana.
No sé si Ishiguro terminó el libro antes de la pandemia o ya en medio de esta. Es difícil no verse influido por la actualidad, no digo escribir sobre lo inmediato, eso casi nunca funciona, es más bien el deseo de las grandes editoriales, pero no material del artista serio, quien necesita tiempo y perspectiva. Pero esta pesada atmósfera no puede dejar de influir en el estado de ánimo, y esto lleva a tomar decisiones.
¿O somos nosotros, los lectores, los que no podemos dejar de sentir su presencia?
A diferencia de «Nunca me abandones», su libro hermano, acá hay posibilidades de esperanza. Curiosamente, se vislumbra fuera de las soluciones científico tecnológicas que dominan el mundo de Klara y también el nuestro.
Emerge entonces la potencia fabuladora del autor. Klara, en su mente no humana, comienza a sentir amor, lealtad y lo que más llama la atención: Fe. Se aferra a una posibilidad, a una ilusión. Una vez que los cubos cambiantes de su espectro visual se detienen y comprende del todo la vista frente a ella, indaga en la luz que se refleja sobre las construcciones y el paisaje, la busca en el brillo del Sol.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.