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Omar Lara, dos y único CULTURA|OPINIÓN

Omar Lara, dos y único

Pienso que Lara se habrá despedido con la misma sensación de esperanza que respiramos en los últimos tiempos en Chile. Pienso que ahora, más que nunca, harán falta su talento y su compromiso. Que será el momento de volver a estudiar a quienes desde la militancia poética hicieron un eslabón poderoso para la subsistencia de la poesía y la libertad. Con Lara, otros que han sido apenas mencionados y que no forman parte de los estudios escolares como Aristóteles España, Gonzalo Millán, José María Memet, Juan Luis Martínez, Rodrigo Lira, Waldo Rojas, para quienes la poesía siempre estuvo en la calle.


Oí hablar de Omar Lara cuando estudiaba en la Universidad de Chile en dictadura y Carmen Foxley se atrevió a dictar un seminario sobre la literatura del exilio. La década del 60 fue una de las más efusivas y atiborradas de libros, declaraciones, cartas, poemas, editoriales, revista, escritores, traductores y críticos en la historia de la literatura. Surgían pasquines, publicaciones culturales, afiches por todos lados. Se realizaban seminarios internacionales de poesía y cultura. Un tren recorría Chile llevando el teatro, la música y el arte a todos los lugares al alcance. Nacían bandas, tendencias, y las ideas de amor y paz se mezclaban con las imágenes de un siniestro y elocuente vietnam. Cuba se había liberado de Batista, la consigna de autodeterminación y antiimperialismo recorría el continente.

Sé de él lo que el común de la gente de letras. Supe de su muerte por redes sociales, como la mayoría. Me entristeció la idea del homenaje pendiente. Curiosamente el año pasado alguien me preguntó a quién le daría el Premio Nacional de Literatura, y respondí que se lo daría a Omar Lara, por su poesía, pero por su labor como editor, particularmente. Tenemos demasiada poesía y pocos reconocimientos.

Mi evocación es romántica. Tuve la oportunidad de profundizar en otros poetas de su generación, como Gonzalo Millán. Entrevisté a Waldo Rojas en una de sus visitas a Chile. Fue una generación mutilada que se traspapeló entre el sueño de la revolución latinoamericana y el neoliberalismo que se vino de golpe, con un golpe. Durante un periodo breve, en los centros universitarios y en las poblaciones, el arte y la cultura cobraron protagonismo. Una efervescencia creativa rayó los muros de las ciudades y la poesía tan del ámbito privado tomó el espacio público.

Después del golpe de Estado muchos de los poetas de esa generación fueron encarcelados, relegados, exiliados. Se rearticularon en el exilio, siguieron su inevitable oficio en la diáspora y volvieron a un país -no todos- incapaz de reconocer el valor de aquello, que solo un par de décadas atrás marcaba el rumbo de la cultura chilena. Gran parte del material que se produjo en esa década fue quemado, enterrado. Era peligroso y subversivo para el orden que se imponía con la metralla y la tortura. Con el silencio y la muerte.

Había poco material para hacer ese curso. En los ochentas el roneo -que le dio nombre a una “generación” dentro de la literatura del exilio interior- multiplicaba la rebeldía y daba a conocer a nacientes poetas. Lo que se conservaba, estaba en fotocopias viejas, en archivos rescatados de alguna masacre, escondidos, ocultos, cargados de represión y olvido.

Conocí algunos de sus libros, publicados antes del Golpe: Argumento del día (1964), Los enemigos (1967) y Los buenos días (1972) por los que recibió varios premios importantes. Pero más allá de su oficio poético, Lara fue editor. Dirigió Trilce, una publicación central en la difusión de la poesía de esos años en Chile y formó parte del colectivo del mismo nombre que integraron, entre otros Luis Oyarzún, Juan Epple, Enrique Valdés, Federico Schopf y Walter Hoefler. Omar Lara fue detenido y tras tres meses de cárcel salió al exilio. Primero, a Perú.

En Rumania se graduó en Letras en la Universidad de Bucarest. Fue también traductor.

En Madrid, en la década del 80 fundó Ediciones LAR (Literatura Americana Reunida) y la revista homónima, que incorporaba textos literarios, críticas y estudios. También formó parte del comité de redacción de la revista chilena en el exilio Araucaria.

De regreso en Chile, continuó en Concepción con su labor editorial y ejerció la docencia en Valdivia, en medio del paisaje de bosques australes que lo vio nacer.

“Figura indispensable de la poesía chilena de las últimas décadas”, como señala Grínor Rojo, su muerte hace pensar en las deudas pendientes de nuestra cultura. Llegamos tarde. Los reconocimientos que recibió por su poesía y su labor como editor fueron más fuera que dentro, y no alcanzan a saldar la cuenta con un aporte profesional que se desplegó en, y por, y a ratos dramáticamente a pesar de, la historia.

Lara hizo puente entre lenguas y culturas. Tradujo a Gonzalo Rojas al rumano, y a varios poetas eslavos al español, entre ellos Mihai Eminescu cuya obra era desconocida hasta entonces en Chile.

Pienso que Lara se habrá despedido con la misma sensación de esperanza que respiramos en los últimos tiempos en Chile. Pienso que ahora, más que nunca, harán falta su talento y su compromiso. Que será el momento de volver a estudiar a quienes desde la militancia poética hicieron un eslabón poderoso para la subsistencia de la poesía y la libertad. Con Lara, otros que han sido apenas mencionados y que no forman parte de los estudios escolares como Aristóteles España, Gonzalo Millán, José María Memet, Juan Luis Martínez, Rodrigo Lira, Waldo Rojas, para quienes la poesía siempre estuvo en la calle. Como en el poema El caballero huye de su destino:

“Incluso las hojas de esta madrugada
caerán fatalmente
al pasto húmedo o al cemento.
y los automóviles arrasarán con ellas
a primera hora
a altas velocidades”.

Hay otros y otras que hemos pasado por alto o no hemos nombrado lo suficiente. No hemos valorado aún a la generación del 60, nos queda pendiente la del 80, Cameron, Eugenia Brito, Teresa Calderón, Soledad Fariña, Santa Cruz, Harris y una lista larguísima de estudiosos, críticos, ensayistas y editores que sostuvieron la literatura chilena en su época más negra y la revivificaron.

Corren buenos tiempos para volver a leer.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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