El país avista la eliminación de las transmisiones, con los diagnósticos alcanzando mínimos históricos. Y se debe, en parte, al legado de una estrategia poco convencional.
Los diagnósticos de VIH en Australia han caído a mínimos históricos y el país avista la eliminación de las transmisiones. Todo gracias al legado de la respuesta efectiva y temprana de Australia, según reporta Gary Nunn desde Sídney.
Durante el brote de la década de 1980, un amigo político del entonces ministro de Salud, Neal Blewett, le dijo: «Mira, no hay votos en colaborar con estas personas».
Se refería a los hombres homosexuales, los trabajadores sexuales y las personas que se inyectan drogas, los más afectados por el virus.
La excepcional respuesta de Australia frente al VIH/sida le debe mucho, dicen los expertos, a los políticos y otros poderosos que ofrecieron a estas comunidades ser parte de la respuesta a la epidemia.
Fue un extraordinario «acto de fe», dice el autor Nick Cook.
«La homosexualidad seguía siendo ilegal en algunos estados de Australia y esos tres grupos fueron estigmatizados como criminales; los más odiados de la sociedad», dice Cook.
«También fue una estrategia inteligente: no se podía ver al gobierno gastando dinero en decirles a hombres homosexuales cómo tener relaciones sexuales y a los drogadictos cómo inyectarse de manera segura durante una epidemia. Pero podían canalizar dinero hacia grupos comunitarios de confianza que sí pudieran hacerlo».
Según se aproxima el 40 aniversario de los primeros diagnósticos de VIH en Australia, dos libros recientes detallan lo que distingue a la aplaudida respuesta de salud pública del país.
El libro de Cook, Fighting for Our Lives («Luchando por nuestras vidas»), traza la colaboración mencionada anteriormente. In The Eye Of The Storm («En el ojo de la tormenta»), escrito por tres académicos australianos, cuenta las historias poco conocidas de individuos que se ofrecieron como voluntarios en gran cantidad para aliviar su sufrimiento y el de otros.
Para fines de los 80, Australia fue halagada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como modelo de prevención para que otros países siguieran su ejemplo.
Fue una de las pocas naciones que evitó una epidemia entre drogadictos, con tasas de entre cinco y 10 veces más bajas que algunos países europeos y partes de Estados Unidos.
Las infecciones entre trabajadoras sexuales australianas fueron escasas. En el mundo, el 50% de pacientes con VIH son mujeres. En Australia, suponen alrededor del 10%.
«Entonces, la rápida introducción del intercambio de jeringuillas por parte del primer ministro Bob Hawke fue muy por delante de la mayoría de los países», dice Eamonn Murphy, director ejecutivo adjunto del programa Onusida de Naciones Unidas.
«Involucrar a la población más afectada, especialmente a los hombres homosexuales, en todas las etapas, desde el diseño y la implementación hasta la evaluación, la investigación y la financiación, hizo que la respuesta australiana fuera una de las más efectivas».
Cook dice que la geografía aislada de Australia proporcionó una «ventaja inicial»: el virus llegó más tarde.
También habíauna comunidad entonces coordinada y envalentonada, lista para dar un paso adelante. En 1978, la primera marcha de la famosa protesta de Sydney Mardi Gras unió a varios grupos de la comunidad LGBT.
Esto creó las condiciones para que las personas se ofrecieran como voluntarias en cantidades tan altas, señala la doctora Shirleene Robinson.
«Existía la infraestructura: publicaciones, conexiones y organizaciones que podían utilizarse directamente contra la epidemia», dice Robinson, una de las autoras de «En el ojo de la tormenta».
Los voluntarios, muchos gravemente enfermos o sufriendo mucho dolor, ofrecieron cuidados caseros para enfermos y moribundos, promovieron el intercambio de agujas, abrieron líneas telefónicas de ayuda, produjeron recursos educativos, aportaron amistad y apoyo práctico.
Ayudaron a que los pacientes de VIH/sida navegaran a través de un sistema médico hostil que, en décadas anteriores, trataba a homosexuales como enfermos mentales y gente que necesitaba curarse.
El Consejo de Sida del estado de Victoria condujo sesiones de formación sobre cómo cuidar de personas moribundas para aquellos que no estaban preparados.
«Todavía no sabían cómo se transmitía el virus, pero había un sentido abrumador de la necesidad de hacer más», dice Robinson.
La doctora hace mención especial a la comunidad de lesbianas que también ayudaron a pesar de ser un sector poco afectado. «Como parte de la marginalizada comunidad LGBT, empatizaron», cuenta.
Por ello pide que se recuerde más a estos voluntarios.
«Han estado infravalorados en comparación con las heroicas imágenes de voluntarios australianos icónicos, como los surfistas salvavidas y los bomberos. Ellos también salvaron vidas».
Sin embargo, también hubo inconvenientes. Las fundaciones de sida estaban paralizadas respecto a hasta dónde podían presionar a los gobiernos que los financiaban.
En 1991, el grupo de acción directa ACT UP Australia, cuyos miembros estaban impacientes por recibir un fármaco de tratamiento temprano, irrumpió en el Ministerio de Salud pidiendo «medicinas contra el sida ahora» al entonces ministro Brian Howe.
En ese momento, Reino Unido y Estados Unidos tenían gobiernos cuya posición sobre el VIH y la igualdad de los homosexuales se había caracterizado ampliamente como hostil.
Australia tenía un gobierno laborista comprometido con un enfoque bipartidista sobre el VIH/sida y, significativamente, una oposición conservadora que apoyó sus rápidas medidas.
Eamonn Murphy dice que este apoyo bipartidista continúa hoy, lo que significa que Australia sigue liderando el mundo en este tema.
«Su programa PrEP (la píldora diaria de prevención del VIH) es un modelo que usamos en Onusida para otros países», expone.
«Australia lanzó una de las primeras implementaciones a gran escala. Lo pusieron en su esquema de beneficios farmacéuticos relativamente temprano, haciéndolo gratis. Combinaron la experiencia de los investigadores y la de la comunidad, en lugar de un enfoque jerárquico. No ves eso en otras respuestas de salud pública».
Los resultados, dice Murphy, hablan por sí solos.
«Australia es uno entre pocos países que cumplen la regla de los tres 90: 90% de personas diagnosticadas; 90% de ellos están en tratamiento y el 90% tiene una carga viral indetectable, lo que significa que no pueden transmitir sexualmente el virus».
En diciembre, el Instituto Kirby reportó el número más bajo de nuevos diagnósticos de VIH en un año desde 1984.
Con 633 casos, continuó una tendencia a la baja de seis años, aunque los expertos creen que la caída sustancial de 901 diagnósticos en 2019 se debe a las restricciones por la covid-19.
El director de salud sexual de la organización sanitaria ACON, Matthew Vaughan, dice que hay un resultado notable en esta colaboración en curso.
«Estamos en camino de acabar con el VIH en Nueva Gales del Sur, el estado más poblado de Australia, para 2030».