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Mauricio Cortés, artista visual: «Los animales se conectan con la naturaleza, nosotros nos alejamos». Conciencia M

Mauricio Cortés, artista visual: «Los animales se conectan con la naturaleza, nosotros nos alejamos».

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«¿Cómo puedo yo como artista aportar un grano de arena ante la contaminación?», se plantea el artista que rescata elementos de la naturaleza.


Turistas y pescadores, arquitectos y decoradores, hoteles y canales de televisión. Todos son clientes habituales de Mauricio Cortés (50) y sus varias obras, inspiradas en la costa nacional y la fauna marina con la que convive en Cachagua: pingüinos, peces, machas. Pinturas de barcos pesqueros y esculturas de mujeres del mar. Todas ellas imágenes capturadas por el artista visual, antaño estudiante del California College of The Arts.

Durante su carrera enfocó su trabajo a reflejar no solo la naturaleza con la que conviven las comunidades de Zapallar y Cachagua, sino que la interacción que se genera entre humanos y animales a través de la vida costera.

¿Por qué quisiste darle ese sello a tu arte?

Hace mucho tiempo partí como artista con un barco, uno grande. Tenía once metros de largo por cinco de ancho y fue mi primera tienda. En el fondo fue mi espacio psíquico donde fue mi mundo de arte, en el que viajaba por este mundo onírico.

Este barco estaba lleno de arte y de cosas. Poco a poco entraron estos tripulantes a este viaje mío: las machas, los pingüinos, las ballenas, las focas. Casi como si fuera un cuento. Y todo partió de sueños – yo decía ‘quiero hacer una tienda’, y fui soñando con este barco, escribiendo mi cuenta.

Al final es como un rumbo onírico de la visión del arte que uno tiene. Y todos estos personajes que han ido subiendo de a poco pasan a ser íconos dentro de lo que es el reflejo de esta zona. Las ballenas pasan en diciembre, los pingüinos los he transformado en criaturas gigantes de hasta cinco metros en la playa. Y al final la gente los termina respetando: antes los pasaba por alto y ahora se entiende la relación que tiene el pingüino con ellos mismos.

No solo lo miran de afuera, sino que se cuestionan la organización de clan que tienen los pingüinos, y dicen ‘nosotros también queremos ser un clan». El ser humano está aprendiendo mucho de estos animales porque está totalmente conectado con la naturaleza y sus ciclos, mientras que el ser humano se ha ido alejando de estos ciclos.

Tú hiciste del arte tu manera de sustentarte. Lograste construir esta identidad y que la gente la mire en sus casas, en galerías, en bazares. Pero también son las nuevas generaciones los que más se cautivan con estas imágenes. Lo triste es que estas generaciones van a tener menos posibilidades de contemplar esto, y la forma en que se aprenda de ellos va a terminar siendo o en los museos o en el arte…

Uno de los slogans que yo tenía era poder ‘abrazar una escultura o reflejarte en una pintura’. Si tu puedes ver algo y reflejar tu vida en el fondo y hacer un reconocimiento de algo -como la misma macha-, ves la forma que tiene, su suavidad…

Hace un tiempo quería hacer una exposición que se llamaba ‘Bosque de machas’. Era una oda a las machas gigante que había en Cachagua, machas que los niños pudieran usar como resbalines, como sombra y otras para juntar agua, que estuvieran en la arena. Todo como hormigón, porque la concha de la macha es carbonato de calcio. Era el mismo concepto, junto con una siembra de machas en la playa de Cachagua. Quería reforestar.

Pero lo que pasa es que uno es artista así que es bueno para crear, pero esto eran palabras mayores. Como proyecto era super bonito.

Cachagua es un lugar más rural y campestre, cerca incluso hay un humedal que se ha logrado cuidar. Pero está a metros de Puchuncaví, y sabemos lo que ocurre allá. ¿Crees que el entorno se está logrando mantener?

En cuanto a la contaminación estamos súper expuestos, creo que viene una nube constantemente hacia acá, de Quinteros o Ventanas. Es realmente tóxico: he ido a surfear un par de veces allá al lado del muelle y la gente barre un polvo que es entre negro y verde fosforecente de los tubos. Una catástrofe. Nosotros estamos al lado y aunque no se ve tanto, la contaminación está: la corriente de Humbolt viene del sur y tira todo para acá.

¿Cómo puedo yo como artista aportar un grano de arena? En cierta manera me he dejado escuchar: hago talleres para niños gratuito todo el año y siempre llegan entre setenta y cien niños.

Lo próximo que quiero hacer se llama «Una ciudad de Arena», que es en la playa. Va con todo: arquitectos, trazado, con drones. Se hace una ciudad de arena en donde los niños pueden caminar en laberintos. Pero quiero que sea algo que se pueda armar y luego desarmar, como una ilusión en el fondo. Ahí va a haber un diseño, un cuento muy relacionado con la naturaleza – que entre el viento y el mar a esta ciudad.

¿Es muy difícil hacer un museo submarino?

Instalé una mujer gigante hace tiempo. Se llamaba Celeste pero le pusieron Estela. Ahora está afuera de mi tienda pero antes estuvo afuera del Chiringuito como dos años, también en la bajada de Los Coirones -ambos restaurantes playeros-. Los pescadores quieren hundirla en Zapallar, digamos unos tres años para que la gente la vaya a ver, para luego sacarla y crear el mito de esta mujer que «salió del mar luego de tanto tiempo».

¿Cuál es tu mensaje como artista hoy?

Siempre me he tirado por las líneas más naturales: reutilizar cosas, reciclaje. Poder ver a veces dos palos tirados y crear algo increíble con eso. La gente aprende mucho con eso.

Tiendo a pensar que el arte es un medio de expresión potente, y yo podría usarlo para poder expresar muchas cosas potentes dentro de lo que uno opine de lo que pasa en el país, por ejemplo. Pero en cierta manera te limita mucho, por eso creo que no me meto mucho ahí.

Las cosas hay que decirlas de manera muy inocente porque creo que dentro del arte es algo que vuelve todo más viable y sano, a diferencia de enmarcarlo en algo más momentáneo yo creo.

Yo tuve mi tienda en Zapallar durante doce años. aunque yo me cambie de tienda cada seis: ahí estuvimos demasiado. ¿Por qué duramos tanto? Estábamos regalones. Llegó un momento que era el ícono, la postal de Zapallar. No había nada mejor que el extranjero tomándose una foto ahí, era lo máximo. Pude haber estado 20 años más allá, y probablemente hubiera sido posible ser mejor, pero sólo un poquito. Habíamos tocado un techo.

Cuando me tuve que ir de Zapallar y venir a Cachagua me dio la oportunidad de empezar de cero, en una base completamente desconocida. Pero me abre posibilidades de ver un espectro completamente amplio, hasta dónde puedo llegar con mi arte. Y no tengo respuesta, no veo ese fin. Y lo encuentro alucinante.

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