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Globalización bajo ataque: críticos del libre comercio en otra época eran sus defensores

Globalización bajo ataque: críticos del libre comercio en otra época eran sus defensores

El movimiento del libre comercio nació hace unos dos siglos en los mismos lugares de Gran Bretaña que votaron por el Brexit, zonas como los pueblos algodoneros de los alrededores de Manchester. En aquella época, la clase obrera contribuyó a marcar el camino a la apertura. El proteccionismo se consideraba algo que beneficiaba a las elites establecidas, como los terratenientes ricos, y que restringía las oportunidades de las nuevas empresas y sus empleados. Desde el punto de vista del consumidor, el proteccionismo significaba precios más altos para productos básicos como los alimentos y la ropa.


La globalización claramente está bajo ataque, ya sea que nos fijemos en los flujos comerciales o en la inversión extranjera directa. El proteccionismo, parte de la reacción contra las políticas de libre mercado que siguió a la crisis financiera de 2008, está en alza.

La ironía es que las mismas fuerzas que ahora atacan la globalización históricamente eran sus más enérgicos adalides. Y los pioneros tempranos del libre comercio nunca hubieran visto el conflicto con la justicia social que hoy sus adversarios dicen que existe.

El movimiento del libre comercio nació hace unos dos siglos en los mismos lugares de Gran Bretaña que votaron por el Brexit, zonas como los pueblos algodoneros de los alrededores de Manchester. En aquella época, la clase obrera contribuyó a marcar el camino a la apertura. El proteccionismo se consideraba algo que beneficiaba a las elites establecidas, como los terratenientes ricos, y que restringía las oportunidades de las nuevas empresas y sus empleados. Desde el punto de vista del consumidor, el proteccionismo significaba precios más altos para productos básicos como los alimentos y la ropa.

No sólo la clase trabajadora y los nuevos dirigentes de empresas industriales eran quienes estaban a favor de una apertura internacional, también lo estaban economistas de tendencia izquierdista como John Maynard Keynes. Si bien Keynes lanzó un poderoso ataque contra el pensamiento del libre mercado en su Teoría general, publicada en la década que siguió a la Gran Depresión, y con sus reclamos de que hubiera una mayor intervención del Estado, simultáneamente hablaba a favor de la apertura internacional. En un artículo publicado en The Manchester Guardian en 1922, Keynes sostenía que “la paz, la libertad de comercio e intercambio y la riqueza económica”, los principios básicos de lo que entonces se llamaba liberalismo, eran muy superiores a la búsqueda de “poder, prestigio, gloria nacional o personal”.

Junto al estadounidense Harry Dexter White, Keynes se esforzó por idear instituciones internacionales que pudieran darle una base más firme a la globalización. El resultado fue el sistema de Bretton Woods, que fue el telón de fondo de una edad de oro de crecimiento en los años que siguieron a la II Guerra Mundial.

Ese fue un período de re-globalización y un período que combinó exitosamente cierto grado de intervención estatal (creando el moderno estado de bienestar, por ejemplo) con una visión enfocada en el exterior que facilitaba el creciente comercio entre las naciones. Ambas cosas funcionaban en tándem: la intervención permitía que las economías mitigaran las consecuencias distributivas adversas de la globalización, mientras que la globalización servía para mantener a raya al Estado y evitar que su intervención debilitara la productividad. El crecimiento del comercio entró en auge, como también el nivel de vida.

Después de la caída de Bretton Woods a comienzos de los 70, la globalización se asoció a la economía del laissez-faire y los economistas de izquierda dejaron de defenderla. Tampoco se opusieron a ella con fuerza; si bien las políticas de libre mercado ayudaron a reducir el desempleo y la inflación en las décadas de 1980 y 1990, la premisa de que la globalización traía crecimiento no fue cuestionada. Eso terminó con la crisis financiera. Los economistas de tendencia izquierdista, de Joseph Stiglitz a Ha-Joon Chang, ahora consideran que la globalización es parte de una canasta de políticas que promueven la desigualdad.

La misma lógica que impulsaba al primer movimiento de globalización es válida hoy, aun cuando el muy acelerado ritmo de la innovación y la velocidad con que se mueve el capital por el mundo signifiquen que los mercados también crean más perturbaciones y pueden ampliar la desigualdad. Pero la misma fórmula que defendían los pioneros puede servir para neutralizar esos efectos. Es importante que lo hagan. Desde una perspectiva histórica, los niveles de comercio mundial, los movimientos del capital internacional y los flujos migratorios siguen siendo altos. Pero el hecho de que hayan caído de manera tan espectacular y veloz luego de la primera gran ola de globalización a fines del siglo XIX muestra que esto fácilmente puede volver a ocurrir.

En el discurso que pronunció el miércoles en la reunión del Partido Conservador, la primera ministra del Reino Unido Theresa May declaró que quería volver a la equidad, “apoyando los mercados libres pero interviniendo para repararlos cuando no funcionen como deberían”.

Es un objetivo admirable y factible. Restringir el libre comercio y otras libertades sólo lo hará más difícil.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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