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A propósito de la Reforma Laboral y la posible judicialización: apuntes para un sindicalismo fuerte Opinión

A propósito de la Reforma Laboral y la posible judicialización: apuntes para un sindicalismo fuerte

Con la Reforma Laboral de la Nueva Mayoría se espera una mayor judicialización de las relaciones laborales, tendencia que ya ha sido creciente en los años recientes. Cómo enfrentar dicha tendencia no es claro y dependerá de las condiciones concretas que enfrenten los distintos sindicatos, sin embargo, lo que es claro es que una condición necesaria para que ello se realice estratégicamente es la acumulación de poder en las organizaciones de los trabajadores.


La debilidad es la marca que trae el sindicalismo chileno tras la derrota consagrada con la dictadura cívico-militar y la transición democrática.

Durante la dictadura se destruyeron las bases de su poder y en los gobiernos de la Concertación se reconstituyó un sindicalismo orientado por el proyecto transicional, así como se sostuvo activamente su debilidad generalizada. A tal punto llegó el éxito de las clases dominantes en estos periodos, que en el día de hoy en gran parte de las empresas chilenas basta con que las gerencias se mantengan intransigentes a las demandas de los trabajadores para que resulten vencedoras de los procesos de negociación institucionalmente reglados.

La Reforma Laboral, cuya ley fue promulgada en agosto pasado, presenta nuevos desafíos en términos institucionales, sobre todo considerando la esperada judicialización de los procesos. Si bien hace un tiempo ya que se observa la tendencia del sindicalismo a utilizar mecanismos judiciales, la reforma viene a reproducir la institucionalización de las organizaciones de trabajadores.

En este contexto, esta columna reflexiona en torno a la problemática de la institucionalización de las relaciones laborales en un contexto de un sindicalismo debilitado. Sostenemos que solo una autonomía del sindicato respecto de las relaciones sociales que delimita el Estado burgués posibilita un empoderamiento de los trabajadores frente al capital, lo que pasa fundamentalmente por el fortalecimiento de la organización.

Descripciones de la debilidad del sindicalismo chileno no faltan. En términos generales, esta debilidad implica que los sindicatos poseen escasa autonomía respecto a los mecanismos dispuestos por la institucionalidad burguesa para reglar el antagonismo capital-trabajo a nivel de empresa. Como se ha dicho hasta el cansancio artículo tras artículo, columna tras columna, las relaciones entre sindicatos y empresas están fuertemente normadas por el Estado en Chile y les son favorables a los empresarios.

El derecho a huelga queda restringido a un proceso legal –el que no asegura detener la producción– que solo ocurre una vez la negociación y mediación no han surtido efecto. Este es uno de los puntos claves de la institucionalidad chilena a favor de las empresas, pues muy pocas organizaciones sindicales tienen el poder efectivo de detener la producción para presionar a sus patrones a mejorar sus condiciones laborales.

Si bien algunos sindicatos poseen posiciones que les otorgan un poder estructural de paralización, la que se ha nombrado como una posición estratégica, esta posición no asegura una orientación estratégica del poder que se tiene, lo que solo es posible a través de un fortalecimiento de la organización, del sujeto que hará uso de esa posición

Lo anterior se debe a que la típica organización sindical en Chile posee escasa inmunidad frente a las relaciones sociales a las cuales el Estado burgués le obliga a insertarse. De la nueva normativa laboral se espera una mayor judicialización de las relaciones entre sindicatos y empresas, lo que implica que las organizaciones laborales se orienten en función de las prerrogativas del sistema judicial.

De participar de sus instituciones, el peligro que enfrentan los sindicatos chilenos es doble: por un lado, se introducen en una relación social cuyas regulaciones fueron producidas y son sostenidas y transformadas aún hoy por las clases dominantes; y, por el otro, legitiman el proceso judicial como forma de resolución de las diferencias entre trabajadores y gerencias.

Por esto, una orientación estratégica clave para empoderar al movimiento sindical consiste en generar formas inmunizadas de participar de este tipo de relaciones sociales. Lo anterior se hace cada vez que se utiliza la demanda judicial estratégicamente, es decir, instrumentalizada a la luz de los objetivos de la organización sindical, sin por ello validar las formas de negociación que el capital ha impuesto.

Esto ocurre, por ejemplo, cuando se utiliza en una lógica de asedio a través de una seguidilla de pequeñas demandas y solicitudes de fiscalización antes de un proceso de huelga; o cuando se deslegitima a las gerencias ante los trabajadores luego de que resoluciones de los juzgados reconocen que en la empresa se cometen ilegalidades contra sus empleados. La debilidad de los sindicatos se expresa, en este sentido, en su dificultad para enfrentar el proceso reglado de negociación con una visión estratégica de mediano plazo.

Una condición necesaria para dicha autonomía e inmunidad es la construcción de organizaciones, ya que son estas las que pueden estabilizar una orientación estratégica en las decisiones tácticas de los trabajadores. Si bien la idea de fortalecimiento de los sindicatos parece de perogrullo, en la acción concreta del activo militante suele quedar en un segundo plano.

Darle centralidad implica reconocer que los sindicatos deben ser organizaciones fuertes, es decir, estables en el tiempo, con división funcional interna, con mecanismos de integración orgánica y mecánica, con capacidad de transformar a sus miembros, con estabilidad estratégica, etc. Sindicatos fuertes podrían tener la capacidad de enfrentar las relaciones patriarcales dentro del trabajo y ser los que lleven adelante los cambios necesarios en la organización en vez del management, así como también podrían regular la intensidad del trabajo o propiciar valores de unidad y compañerismo entre los trabajadores.

La reflexión sobre la fortaleza del sindicalismo se ancla, en este sentido, en su naturaleza en tanto organizaciones reconocidas por el Estado y cuyas relaciones con sus patrones están fuertemente reguladas por la normativa. En este sentido, estas organizaciones están siempre insertas en relaciones que no controlan, sin embargo, por el solo hecho de participar de ellas tienen el potencial de disputar su control.

Con la Reforma Laboral de la Nueva Mayoría se espera una mayor judicialización de las relaciones laborales, tendencia que ya ha sido creciente en los años recientes. Cómo enfrentar dicha tendencia no es claro y dependerá de las condiciones concretas que enfrenten los distintos sindicatos, sin embargo, lo que es claro es que una condición necesaria para que ello se realice estratégicamente es la acumulación de poder en las organizaciones de los trabajadores.

En este contexto, sostenemos que un movimiento sindical fuerte implica necesariamente el disputar el control sobre las relaciones sociales en que nos involucramos, lo que es posible mediante organizaciones que produzcan una orientación estratégica con autonomía de la institucionalidad estatal, que permita una acumulación creciente de poder.

Recuérdese que en un momento las empresas debieron involucrar a los trabajadores hasta en sus decisiones de inversión, e incluso estos osaron echar a los patrones y producir por sí mismos (véase la experiencia de los cordones industriales), y eso no fue posible gracias a dirigentes más humanos o partidos más progresistas, sino que a la acumulación de poder real que tuvo el movimiento obrero y, en términos más generales, el movimiento popular. Es a ese poder al que apostamos en el Centro de Investigación Fragua y es lo que nos orienta en el análisis.

Una propuesta científico-política revolucionaria debiera retomar ese reconocimiento de condiciones y generar orientaciones al respecto, lo que en el caso de los estudiosos del sindicalismo implica pasar de la descripción de la debilidad a la propuesta política de cómo superarla; es decir, pasar del reconocimiento de las condiciones estructurales y culturales que sostienen la debilidad del movimiento de trabajadores, hacia las características de la organización sindical (tanto actual como potencial) y sus posibilidades y limitantes para la transformación de dichas condiciones.

Como Centro de Investigación Fragua, entendemos el fortalecimiento de la organización sindical dentro del proceso más amplio de la lucha de clases, es decir, la lucha por el control sobre las relaciones sociales de producción en las que nos vemos inmersos, entendidas estas en sentido amplio. En concreto, en el ámbito sindical, esto refiere al control del clima de trabajo y la cultura organizacional (buenas relaciones entre los trabajadores), de la intensidad en el proceso de trabajo (que no desgaste a los trabajadores, que no se vean obligados a tomar ibuprofeno para que no les duela el cuerpo), del tiempo, de la calidad del producto (que vendemos a nuestras propias familias), etc.

Este control de las relaciones sociales de producción tiene efectos en el mediano plazo sobre el control de la riqueza producida: sindicatos más fuertes pueden disputar mejores salarios y condiciones laborales. En este contexto, el poder sindical no se “demanda” a nadie, sino solo se construye, de ahí que sostengamos que ni el Estado, ni los partidos políticos de la burguesía, ni los empresarios, tratarán de mejorar las condiciones de vida del pueblo de forma permanente, sino solo un movimiento con la capacidad de construir un mundo digno y de superar el gobierno del capital.

Sebastián Link
Antropólogo
Centro de Investigación Fragua

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