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La OTAN tiene dos grandes problemas con Putin y Trump Opinión

La OTAN tiene dos grandes problemas con Putin y Trump

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Los socios de EE.UU. están particularmente preocupados por la sorpresiva revelación de Trump durante su reunión con Putin: el anuncio del retiro de Europa de importantes tropas estadounidenses, el recorte de fondos de defensa para el Mando Europeo de EE.UU. o la suspensión de ejercicios con los miembros más orientales de la OTAN, que Rusia considera «provocativos». Y dadas las órdenes que está ejecutando con Corea del Norte, incluida una pausa en los ejercicios militares con Corea del Sur que aparentemente sorprendió no solo a Seúl sino también al secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, estos temores parecerían muy justificados.


La alianza de la OTAN se encuentra en una situación de gran tensión antes de la cumbre que se realizará en Bruselas.

De alguna manera, por supuesto, hemos visto esto antes. Cuando me desempeñé como comandante supremo aliado de la OTAN entre 2009 y 2013, tuvimos innumerables controversias y desacuerdos respecto de, por ejemplo, Afganistán y Libia, y un sinfín de discusiones sobre la distribución equitativa de la carga entre Estados Unidos y los demás aliados. De hecho, los informes sobre el declive de la OTAN han sido constantes durante varias décadas, en especial inmediatamente después del colapso de la Unión Soviética.

Sin embargo, lo que es diferente ahora es la evidente antipatía personal del presidente de Estados Unidos hacia la alianza en general y algunos de los líderes clave en particular. Por ejemplo, la abierta aversión de Donald Trump a la alemana Angela Merkel, la británica Theresa May y el canadiense Justin Trudeau se percibe como profundamente arraigada e intrincada. (Si bien hubo una breve manifestación de afectuosidad hacia el presidente francés Emanuel Macron durante una visita a Washington realizada en abril, desde entonces esa relación se ha ido enfriando considerablemente).

Esta animosidad personal entre los líderes nacionales más importantes de la alianza se produce en un momento especialmente desafortunado, cuando la Rusia de Vladimir Putin ejerce presión alrededor de la periferia de la OTAN, utiliza técnicas de la «guerra híbrida» para desestabilizar las naciones bálticas y del Mar Negro y emplea operaciones cibernéticas para debilitar la democracia en países tan lejanos como EE.UU.

El temor es que Trump lleve a cabo otra misión sin escrúpulos en la cumbre de la OTAN, para luego seguir con un encuentro cálido y locuaz con Putin unos días más tarde en Helsinki. Esto seguiría el patrón que estableció hace varias semanas cuando destrozó la reunión del G7 en Canadá y luego casi abrazó al dictador norcoreano Kim Jong-un en Singapur.

Una segunda demostración de este tipo de comportamiento reforzará la percepción en Europa de que el presidente es incorregible como socio confiable, lo que llevaría a una de las crisis más profundas en los 70 años de existencia de la alianza.

Lo que lo hace particularmente perjudicial es la evidente admiración y afectuosidad personal que Trump tiene hacia Putin. Esto parece inexplicable dado el apoyo del líder ruso al criminal de guerra Bashar al-Assad en Siria, su invasión ilegal de Ucrania y la anexión de Crimea, y sobre todo la intromisión rusa en el proceso político estadounidense en 2016 y en adelante, lo que Trump se niega a reconocer.

Si bien a nadie le interesa regresar a la Guerra Fría, la enorme discrepancia política entre la aversión de Trump hacia los líderes democráticos de la OTAN y la admiración que frecuentemente ha expresado por el autoritario Putin es una enorme ruptura para la alianza.

Los socios de EE.UU. están particularmente preocupados por la sorpresiva revelación de Trump durante su reunión con Putin: el anuncio del retiro de Europa de importantes tropas estadounidenses, el recorte de fondos de defensa para el Mando Europeo de EE.UU. o la suspensión de ejercicios con los miembros más orientales de la OTAN, que Rusia considera «provocativos». Y dadas las órdenes que está ejecutando con Corea del Norte, incluida una pausa en los ejercicios militares con Corea del Sur que aparentemente sorprendió no solo a Seúl sino también al secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, estos temores parecerían muy justificados.

Irónicamente, todo esto está sucediendo cuando los esfuerzos por aumentar los gastos de defensa de Europa y Canadá, que comenzaron durante la administración Obama, están funcionando. La mayoría de los miembros no estadounidenses de la OTAN se están acercando a las metas totalmente razonables de gastar el 2 por ciento del producto interno bruto en defensa y el 20 por ciento de eso en equipos modernos. Pero esto no puede avanzar lo suficientemente rápido para satisfacer a Donald Trump, y su ira y petulancia probablemente aumentarán.

De lo que debería tratar esta cumbre es de una serie de difíciles desafíos estratégicos y tácticos que enfrenta la alianza. Estos incluyen la aparentemente interminable misión en Afganistán (alrededor de 25.000 tropas de la OTAN permanecen allí, 15.000 de ellas de EE.UU.); la protección de los miembros de la alianza en el Báltico de los ataques cibernéticos rusos; un plan para acercarse al océano Ártico, que se está abriendo rápidamente (cinco aliados de la OTAN tienen importantes costas bajo la amenaza de un Moscú cada vez más activista); y el papel de la OTAN en el Medio Oriente, especialmente la lucha continua contra los terroristas.

En cambio, podemos esperar que Trump continúe con sus comentarios desinformados sobre países que no «pagan sus deudas» y sus reflexiones sobre si EE.UU. debería siquiera permanecer en la alianza. (Después de que recientemente se le dijera que Suecia no era miembro, habría comentado que tal vez lo mejor para EE.UU. sería el «acuerdo» que tiene Suecia de escoger y elegir a qué operaciones unirse). Esto sería un desperdicio del escaso tiempo entre los líderes mundiales, especialmente con asuntos mucho más importantes que abordar.

Se espera que Mattis, que fue comandante de cuatro estrellas de la OTAN cuando estaba servicio activo, pueda manejar un nivel sensato de discurso sobre los temas clave. Lo que EE.UU. debe impulsar es sencillo: el compromiso continuo de capacitación y financiamiento en Afganistán, donde la clave será obligar a los talibanes a sentarse a la mesa de negociaciones; aumentar los recursos cibernéticos para actividades tanto defensivas como ofensivas; establecer un mayor nivel de participación formal de la OTAN en la lucha contra el Estado Islámico; generar un plan coherente de vigilancia y operación para el Ártico; y, sobre todo, sincronizar las respuestas de la OTAN con la actual agresión rusa en torno al límite de la alianza.

El gasto en defensa de nuestros aliados es sin duda digno de discusión, como lo ha sido durante años. Pero si ese es el final de la conversación, la cumbre de Bruselas será una oportunidad perdida para EE.UU. y el mundo democrático.

Esta columna fue publicada originalmente por Bloomberg.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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