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Diálogo o polarización Opinión

Diálogo o polarización

Lamentablemente, mientras no se rescaten y fortalezcan los elementos éticos del diálogo descritos a continuación, y pueda imponerse gradualmente una polarización, la convivencia social y amistad cívica estarán amenazadas, en perjuicio de todos, sin excepción alguna.


El mayor error en que podría caer Chile sería el quiebre del diálogo, que condujera gradualmente a una aguda polarización, impidiendo la necesaria amistad cívica que permita entender el país como un proyecto común que a todos nos pertenece y obliga.

El país ya lo vivió en el pasado, cuando el diálogo fue reemplazado por las descalificaciones y el sectarismo de los extremos, socavando la convivencia a todo nivel, no solo en lo político, sino en lo social, laboral e incluso al interior de las familias. La Federación Social Cristiana a la que pertenecemos, se ha puesto como uno de sus objetivos esenciales, impedir que el referido diálogo sucumba ante una nueva polarización.

Como señala François Perroux, un auténtico diálogo supone una actitud participativa, con espíritu crítico pero positivo, racional y constructivo, en que las partes con nobleza dicen y se contradicen, en un ánimo de descubrir la verdad, o en términos más simples, una solución o respuesta a interrogantes comunes, que posibiliten la ejecución de proyectos colectivos.

La experiencia del diálogo, que es inherente a toda comunidad realmente participativa, se despliega desde los orígenes de nuestra civilización. Así, el diálogo socrático, como sabemos, es una operación concebida con el designio de descubrir la verdad en la contradicción, y en un vaivén entre lo particular y lo general, entre lo concreto y lo abstracto.

Por mucho que el diálogo haya podido olvidar sus orígenes en la antigüedad y actualmente al diálogo tradicional se una el digital, conserva un acento notable: no pone en juego solamente a diferentes partes, supone siempre un tercer término, un valor suprahistórico, la verdad, el común denominador, que a su vez descansa en conductas éticas, la rectitud, la buena fe y la confianza, en fin, una disposición o actitud íntima de los actores en juego.

Dicha disposición es la que permite valorizar a los otros en sus opiniones frente a la diversidad, incluso a aprender de los otros, en un ánimo desprejuiciado, con la conciencia de que la búsqueda de una causa común ha de ser fruto de un anhelo compartido y un trabajo en conjunto, participativo y pluralista, base de un sistema democrático.

No hay diálogo auténtico sin rectitud y buena fe. La rectitud se refiere especialmente al sujeto emisor de opiniones a fin de hacerlas fundadas y creíbles y la buena fe al sujeto que las recibe y que les da la calidad de veraces.

Desafortunadamente, es corriente entre nosotros una actitud prejuiciada, parcializada, arrogante y soberbia ante opiniones ajenas, a diferencia de la de otros pueblos, a los cuales erróneamente suele calificárseles como ingenuos. Sin embargo, estos, al ubicarse en un plano de desprejuicio, neutralidad y noble humildad intelectual ante las posiciones de terceros, posibilitan, en términos de Martin Buber, confianza y credibilidad, sin las cuales no es factible un clima de diálogo y aprendizaje recíproco, bases de la armonía social, esto es, de la denominada amistad cívica. El diálogo así entendido, privilegia la primacía del todo, sobre los pensamientos insulares o las posturas individualistas.

Tal como expresó Aristóteles, los seres humanos nos distinguimos de otras especies por la facultad de comunicarnos a través del lenguaje. No obstante, con frecuencia, las comunicaciones en la vida personal, laboral y social se ven afectadas por no saber escuchar. Ese no escuchar da lugar al no saber dialogar ni a pensar en conjunto y constituye una de las principales fuentes de problemas en una comunidad.

A las referidas rectitud y buena fe ha de corresponder un comportamiento efectivo en los hechos, esto es, de tolerancia ante la diversidad. Suele preguntarse acerca de los límites de la tolerancia y la respuesta es en extremo compleja al señalarse que son los derechos fundamentales la vara para medir cuando hay un exceso en la manifestación de opiniones o comportamientos. Ello ocurriría al ser transgredidos esos derechos y dañarse a terceros; exceso que fijaría el límite de lo tolerable. Por consiguiente, un requisito básico de la tolerancia es la reciprocidad, elemento que muchos olvidan y que, al exigir tolerancia para sus ideas, no la practican para las ajenas. Es lo que ha estado sucediendo en el país respecto de las minorías, tenaces en demandar tolerancia a sus posiciones, pero muchas veces intolerantes con las de las mayorías.

En síntesis, el diálogo auténtico y constructivo, que posibilita una sana convivencia, amistad cívica y la realización de un proyecto de país común, requiere la convicción de que una aproximación a la verdad o a las respuestas a grandes interrogantes es una tarea colectiva, en el convencimiento de que un proyecto de país común es un deber de todos. Lamentablemente, mientras no se rescaten y fortalezcan los elementos éticos del diálogo anteriormente descritos, y pueda imponerse gradualmente una polarización, la convivencia social y amistad cívica estarán amenazadas, en perjuicio de todos, sin excepción alguna. La tarea de enfrentar esta seria amenaza trasciende lo meramente político, debiendo ser con urgencia abordada en un esfuerzo común por el sector público, privado y, especialmente, educacional y académico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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