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Opinión: Salario mínimo, un proceso miope que se abre en mayo y se cierra en julio


Por Alejandro Urzúa, académico y director de marketing de la Escuela de Negocios IEDE.

Resulta irritante ver lo miope que somos como país para discutir temas de fondo que afectan al bienestar de miles y miles de chilenos, dentro de los cuales quizás el que me genera el mayor grado de irritabilidad es precisamente el salario mínimo y cómo se abre la discusión de este período a período.

Basta con remontarnos a mayo, cuando se conmemoraba el día del trabajador, para bajar la bandera y dar por iniciado oficialmente el debate anual que gira en torno al salario mínimo, cuyo debate se cierra irrevocablemente un mes después.

Dentro de este debate, tenemos por un lado a un dirigente sindical que cada vez es menos representante de los trabajadores, que propone una cifra de salario mínimo más bien basado en la intuición, pero muy lejana de poseer un fundamento sólido que acompañe su petición, ya que no existe ningún argumento técnico en su discurso que apalanque meridianamente su solicitud de aumento. En la otra vereda, el empresariado posee en sus bolsillos todos los comodines y fantasmas de la desaceleración y el incremento del potencial del desempleo, tras un requerimiento según éstos “tan alejado de la realidad productiva chilena”.

Intentando mantener mi imparcialidad en el tema, y evitando acuñar mi justificación del porqué creo que el salario mínimo es insuficiente en mi país; o incluso, obviando que el incremento del salario mínimo mejora la calidad de vida de los quintiles más vulnerables de nuestra sociedad. Echo de menos una discusión de fondo, que nos lleve a plantearnos el salario como una consecuencia de un proceso productivo que genera ganancias y utilidades.

Quizás por mi deformación académica de planificador estratégico, efectivamente añoro una discusión que plantee el tema mirado con una perspectiva macro a nivel país, fuera de este bosque de malos, viscerales y poco contundentes argumentos tanto del plano político, empresarial o de los trabajadores.

Nos falta poseer un discurso que se pregunte qué queremos hacer de nuestro aparataje productivo en los próximos cinco o diez años, de cuáles son los ingredientes que debemos incluir dentro del proceso para llegar a esos resultados, que modificaciones tributarias son necesarias, qué nivel de preparación necesitamos de nuestros trabajadores, que es necesario para mejorar la distribución de la riqueza y de cuál será el rol de las diferentes entidades que son  actores de este complejo cuadro.

Definitivamente debemos de una buena vez dejar de poner la carreta delante de los bueyes, y preguntarnos qué país queremos construir y cuáles son los ingredientes necesarios para ello.

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