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La salud de EE.UU., más allá del abismo fiscal


La economía estadounidense se recupera lentamente del ataque al corazón que sufrió en 2008. Al igual que un cincuentón que habla con sus médicos, ahora se pregunta si volverá a ser el mismo de antes y cuánto demorará el proceso.

El martes, al cierre de esta edición, la Cámara de Representantes, dominada por el Partido Republicano, seguía sin respaldar un acuerdo de presupuesto que evite el llamado abismo fiscal. Los republicanos argumentan que el acuerdo hace poco por reducir el gasto, sugiriendo que podrían buscar cambiar el plan que horas antes ganó 89 votos del Senado contra 8. La propuesta elevaría los impuestos a la renta por primera vez en 20 años, mantendría beneficios de desempleo y retrasaría recortes de gastos que eran parte del abismo fiscal.

Estados Unidos se ha estado expandiendo desde mediados de 2009, lo que no ha ocurrido en la zona euro, Gran Bretaña o Japón. Pero aún queda un largo camino por delante. Los doctores de la economía no saben a ciencia cierta cuándo, si es que alguna vez, EE.UU. recuperará el vigor que lo caracterizó. Quizá no será este año.

La producción de bienes y servicios por persona sigue por debajo de los niveles previos a la recesión y probablemente seguirá así hasta fin de año. Según la última encuesta oficial, hay 4,2 millones menos de empleos que hace cuatro años. Los economistas sondeados por The Wall Street Journal estiman que el desempleo, que se ubica en 7,7%, no caerá a 5,5% antes de 2016.

Pero detrás del pronóstico de corto plazo se esconden preguntas más amplias: ¿produjo la crisis un daño duradero en la musculatura de la economía de EE.UU.? ¿Debilitó el crecimiento de la productividad, es decir, de la producción por hora de trabajo, el elíxir mágico del alza del estándar de vida?

Hay síntomas preocupantes.

Uno es un indicador que la Reserva Federal sigue muy de cerca para discernir la velocidad a la que la economía puede crecer sin generar presiones inflacionarias, algo conocido como su potencial de expansión. Una regla básica en esta materia indica que una expansión de un punto porcentual por sobre la tendencia de largo plazo se traduce en una caída de medio punto porcentual en la tasa de desempleo.

Un punto porcentual no suena a mucho, pero a la larga hace una diferencia. Un crecimiento de 2% al año significa, por ejemplo, que el ingreso de una familia que gana US$50.000 al año suba a US$82.000 en 25 años. Con una expansión anual de 2,5%, el ingreso aumenta a US$93.000.

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Ben Bernanke, el presidente de la Fed, enumeró las razones por las que la mala salud de la economía en los últimos años podría tener efectos duraderos. Muchas personas han estado desempleadas durante tanto tiempo que tal vez nunca vuelvan a trabajar. La inversión de las empresas cayó en forma tan brusca durante la recesión que ahora tienen que trabajar con menos. Los individuos, las compañías y los inversionistas podrían haber quedado tan impactados que no asumirían los riesgos que desembocan en eficiencias, la formación de compañías y formas innovadoras de hacer negocios.

Su tono era sombrío. No es para menos, la economía estadounidense ha contravenido en forma consistente las predicciones de la Fed de que un repunte estaba a la vuelta de la esquina. Tal vez no se trate de un bache temporal.

Pero de improviso Bernanke cambió de tema y predijo con confianza que «los efectos de la crisis […] debieran desvanecerse a medida que la economía sana». La tasa de crecimiento variará con los altibajos del ciclo económico, por cierto, y por los cambios demográficos, pero el presidente de la Fed no ve razón que justifique pensar que la crisis financiera asestó un golpe decisivo al crecimiento económico y el avance tecnológico, que imposibilite que recuperen los niveles previos a la recesión.

Bernanke y otros economistas se consuelan en el trabajo del historiador de la economía Alexander Field sobre la Depresión de los años 30 en EE.UU., la que considera «la década más progresista del siglo desde el punto de vista tecnológico». En medio de las penurias por las que atravesaba el país, sostiene, se produjeron grandes innovaciones en productos, procesos de producción y transportes. «Fue la expansión del producto potencial durante la Depresión, que pasó prácticamente desapercibida puesto que tuvo lugar con un desempleo de dos dígitos como telón de fondo, la que sentó las bases para la exitosa movilización para la guerra y para la era dorada que vino a continuación», escribe Field, profesor de la Universidad de Santa Clara, en California.

¿Ocurrirá algo parecido en esta ocasión? Field se declara «agnóstico» sobre el tema.

Otros son más pesimistas.

Un grupo de economistas advierte que el sistema de crédito, las arterias de la economía, sigue bloqueado y que las políticas del gobierno para desbloquearlo son contraproducentes y sólo sirven para prolongar el dolor en los bienes raíces y otros mercados. El resultado será un largo período de crecimiento muy lento.

Otro grupo postula que la desaceleración empezó a infectar a la economía estadounidense antes de la crisis financiera, aunque los expertos no se dieron cuenta en ese momento.

Un tercer grupo cuestiona si las computadoras personales, los teléfonos celulares e Internet tendrán el mismo impacto económico en la forma en que los estadounidenses viven, compran y trabajan que tuvieron la electricidad, el aire acondicionado y los aviones.

«Qué le pasó al futuro», pregunta Peter Thiel, uno de los fundadores de PayPal. «Queríamos autos que volaran y en lugar de ellos conseguimos 140 caracteres».

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