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Heraldo Muñoz a 50 años del Golpe: “El 11 andaba armado y con dos cartuchos de dinamita en el cuerpo”

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Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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Con motivo de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, el excanciller Heraldo Muñoz vuelve a lanzar el libro “La sombra del dictador”, editado por primera vez en 2008, pero con un nuevo epílogo, con reflexiones a medio siglo del quiebre democrático. En esta entrevista, el también excandidato presidencial del PPD vuelve a mirar el país con los ojos del joven militante PS que, en septiembre de 1973, se paseó armado frente a los convoyes militares esperando instrucciones del Partido Socialista, que nunca llegaron.


-¿Todavía existe en tu interior ese joven Heraldo Muñoz del siglo XX, que esperó en vano recibir instrucciones para defender el Gobierno constitucional de Salvador Allende?
-Hay en la profundidad del alma esta idea de los sueños de justicia, de igualdad, de democracia que inspiraron a los jóvenes de esa época con Salvador Allende en su Gobierno. Así que, sí,  hay todavía mucho de ese joven Heraldo Muñoz.

-¿Cómo partió para ti esa nublada mañana del 11 de septiembre de 1973?
-Yo había llegado muy tarde desde Valparaíso, donde yo era supervisor nacional de los Almacenes del Pueblo. Una experiencia muy notable de distribución de alimentos a través de los almacenes instalados en poblaciones donde no había comercio establecido. Nosotros le dábamos infraestructura desde Montserrat, que era la base de Almacenes del Pueblo, para la instalación del almacén, pero todo lo demás lo tenían que hacer los pobladores. Era una experiencia de organización de base muy notable. Yo había ido a Valparaíso para justamente supervisar lo que estaba pasando allí con los almacenes. Y volví muy tarde a Santiago y desperté relativamente tarde como a las siete. Desperté sobresaltado por los ruidos y por lo que estaba transmitiendo la radio. Me levanté rápido, me duché, tomé un café y era claro que estaba ocurriendo un golpe de Estado, algo que sabíamos que podía ocurrir.

¿Con esa posibilidad ahora cierta, sabían los que tenían que hacer?
-Yo era militante del Partido Socialista y fui a la sede del Partido Socialista. Tomé un revólver de calibre 32 que tenía. Y tuve que ir a buscar unos cartuchos de dinamita. Yo tenía instrucción paramilitar que había recibido en el PS y sabía cómo manejar explosivos. Y teníamos unos cartuchos de dinamita, que yo había dejado en la casa de un compañero del barrio, en la Estación Central, que no tenía militancia en el barrio. Y escondimos allí los cartuchos dinamita y le di la instrucción que tenía que rotar los cartuchos regularmente, porque si no la dinamita se vuelve inestable. Los cartuchos de dinamita sudan, la nitroglicerina sale y se transforma en algo altamente explosivo con cualquier movimiento. Bueno, llegué a buscar los cartuchos de dinamita y estaban envueltos en un paño totalmente húmedo y me confesó que no había tocado durante meses esos cartuchos de dinamita. Por lo tanto, estaban básicamente inservibles y los tomé, me los puse al cinto y me fui al lugar donde nos íbamos a encontrar, en una maestranza.

-¿Te cruzaste con militares mientras ibas armado y con dinamita en el cuerpo?
-Había muchos camiones militares que iban hacia la Alameda y me llamaba la atención. Después supe por qué. Porque el estadio Chile fue uno de los lugares de detención masiva y por eso tantos camiones llenos de militares. Yo no sabía en ese momento si eran militares leales al Gobierno y a la Constitución o que eran golpistas.

-¿Todavía pensaban que podía tratarse de una sublevación y no de una articulación que incluía a todas las ramas de las FF.AA. y de Orden?
-Esa información no la teníamos. Aunque, con el pasar de las horas, quedó muy claro que no había división y que era un golpe donde estaban participando todas las Fuerzas Armadas, no era como el tanquetazo que había ocurrido meses antes. Entonces quedó claro que este era un ataque golpista, donde al comienzo no se sabía qué pasaba con Pinochet. De hecho, el Presidente Allende suponía que probablemente había sido arrestado, porque lo tenían como militar leal a la Constitución. De hecho, se había resistido al golpe, porque él no fue el líder del golpe. Líder del golpe fue el almirante Merino, autoproclamado comandante en Jefe de la Armada. Y Pinochet actuó como un oportunista, sumándose a última hora. 

Pero Pinochet luego sufre una transformación.
-Hay dos Pinochet –digo en el libro–, pero eso lo empezamos a saber mucho después. Pero ese día con mis compañeros del Partido Socialista nos habíamos juntado allí en la maestranza. Ahí escuché el último discurso de Allende y fue, bueno, obviamente, lleno de emoción. Y no sabíamos bien qué hacer, porque, si bien es cierto yo tenía un revólver y los compañeros tenían armas cortas, esto era nada. Había un muchacho con un rifle Mauser de la Segunda Guerra Mundial, con pocas municiones. Entonces era una situación de una tremenda ingenuidad total, cómo podíamos nosotros enfrentar a fuerzas profesionales. Intentamos incluso llegar al centro, a Santiago. Era imposible.

-¿Qué decidieron? 
-Irnos a las casas de seguridad para esperar las instrucciones del Partido Socialista. Fuimos a la casa seguridad, que además no fue de mucha seguridad porque llegó gente que no se suponía debía estar allí.

Pero las instrucciones nunca llegaron
-Esperamos todo el día, toda la noche. Ese día, el toque queda era a la seis de la tarde. En un par de oportunidades salimos a la calle a ver qué estaba pasando y se escuchaban los tiroteos aislados, el aullido de perros, era un Santiago silencioso. Y, por supuesto, las instrucciones nunca llegaron. Nunca nadie nos vino a buscar para ir a alguna resistencia. Y se suponía que eso iba a ocurrir. Pero lo que se reveló era que no había ninguna capacidad de resistencia, porque no había armas.

-¿De dónde surgió la idea de que se iba a generar una resistencia?
-En primer lugar, fue una fantasía creada por la ultraderecha para atacar justamente al Gobierno. Pero no había ninguna capacidad. No había armas. Por ahí teníamos algunos instrucción, pero era paramilitar. Yo sabía armar y desarmar un revólver en la oscuridad. Básicamente había disparado algunas veces. Sabíamo manejar explosivos. Pero fuera eso, había algunos que tenían cero instrucción. Lo que sucedió fue que no había ninguna capacidad de resistencia. Y la única que hubo fue en La Moneda. En ese sentido, el Presidente tuvo una coherencia y una actitud moral que, por cierto, hasta el día de hoy, todo el mundo respeta, porque decidió no rendirse y no ser uno más de los gobernantes desplazados y exiliados. Y con eso, se terminó un poco la inocencia en nuestro país, esta suerte de excepcionalismo chileno de que eso no podía pasar en Chile, que nosotros no podíamos transformarnos en una república bananera dictatorial.

Se acabó la inocencia
-Sí, por cierto. Al final, en el Partido Socialista, la instrucción fue sobrevivir, nada más que eso. Y en los otros partidos de la izquierda igualmente, no hubo ninguno que tuviera capacidad militar, cero. Lo interesante fue más adelante. Nosotros en el Partido Socialista pensábamos, o por lo menos una porción del Partido Socialista, que el camino era lo que había concluido Enrico Berlinguer, el líder del Partido Comunista Italiano Eurocomunista, que, a partir de la experiencia chilena, era necesario un compromiso histórico con el centro político, es decir, la izquierda y el centro político, para recuperar la democracia y luego tener un proceso de transformación con mayoría social y política.

-Mirando nuevamente lo que sucedía con los ojos de aquel militante socialista del siglo XX, ¿cómo fue el cambio que experimentó Chile? ¿Cómo lo sentiste?
-Fue un cambio sideral. Es cierto, vivíamos una situación caótica, la polarización era muy fuerte. Y además estaba el mal manejo que hubo de la economía durante el Gobierno del Presidente Allende. Es una realidad crítica que había una sensación de vulnerabilidad, pero es cierto que era un caos también interesante, porque había trabajo voluntario. Había sueños y había logros importantes, como el medio litro de leche para llevar a los niños. Iban mejorando las poblaciones, etc. Entonces se pasa de una tradicional democracia, una democracia vibrante, a la oscuridad del día, a la represión absoluta, al asesinato, a las desapariciones, a las ejecuciones, a los exiliados, a las embajadas llenas de asilados; la represión, el silencio, la de la censura. Es un cambio sideral el que se produce. Chile se vuelve irreconocible.

-¿En qué momento llegaron a la conclusión de que no había esperanza, que las cosas habían cambiado de la noche a la mañana y no iban a volver atrás?
-Había dos percepciones, una optimista en el sentido de que esto no iba a durar mucho. Los militares llamarían a elecciones y probablemente sería la Democracia Cristiana, que se había opuesto muy fuertemente a Salvador Allende, la que tomaría las riendas. Pero conforme va pasando el tiempo es claro que la Junta se va instalando y Pinochet va asumiendo el papel de primus inter pares, y se asume que no va a haber una salida muy rápida de los militares del poder. Se va instalando la idea de que tenemos dictadura para mucho tiempo y que la represión va a ir ampliándose. Pinochet el poder lo asume con odio, probablemente a raíz de su propia carrera muy mediocre, pero lo hace con un sentido muy desarrollado del manejo del miedo y del poder.

-¿Cómo comenzó a experimentarse el cambio cultural, desde un Gobierno popular a una dictadura feroz?
-A través de la censura. O sea, los primeros días después del golpe, había libros siendo quemados en la calle, el temor a la represión surgía por tener cualquier documento vinculado a la izquierda. De alguna manera el pensamiento político era visto como una amenaza. Entonces, esa ebullición cultural terminó en un apagón enorme por muchos años. Y eso se manifestaba en distintos ámbitos. Al comienzo, había jóvenes con el pelo largo, ahora les cortaban el pelo. Había mujeres con pantalones, las obligan a usar faldas. Fue una transformación cultural, como dije antes, sideral. Cuando estabas en las micros, había que cuidarse de no hablar en tono de crítica hacia el régimen dictatorial, porque podía haber un soplón que a uno lo denunciara. Esa sensación de temor se instaló muy fuertemente por muchos años.

-¿Cuándo fue la vez que estuviste más cerca de caer detenido?
-En el año 75 yo había pasado por un par de momentos bien difíciles. En un momento vinieron a arrestarme a mi casa en Estación Central y llegaron unos camiones del Ejército. Sin embargo, los militares entraron a la casa de al lado y una vecina que me conocía desde hace 30 años no me delató. Años después me encontré en México con un compañero que iba arrestado en el camión militar y que me confesó que el único momento feliz fue “cuando vimos que entraron a buscarte a la casa de al lado”.

-¿De ser un militante socialista, sin mayor cercanía con el poder, cuándo te empiezas a vincular con la resistencia a más alto nivel?
-Yo era dirigente del PS en Estados Unidos, donde había mucha gente exiliada y me recomendaron que fuera a Berlín. Entonces fui a la residencia de Clodomiro Almeyda que vivía en Berlín, y tuve que conseguirme una visa volante para que no quedara registrada en mi pasaporte. Y la instrucción fue: cuando vuelvas a Chile, anda a ver a Ricardo Lagos. Él es un académico y tiene un grupo que está haciendo una reflexión sobre lo que está pasando, y nos interesa recibir esa información para ver cuáles son las estrategias del partido frente a este Chile y a los cambios que están ocurriendo.

-¿Era el tipo de instrucción que esperabas?
-Yo me sentí muy decepcionado, porque yo pensé que recibiría la instrucción de contactarme con actividades de resistencia clandestina y no juntarme con un grupo de análisis académico. Ricardo Lagos había escrito un libro bien importante sobre la concentración de la riqueza, así que llegué, cumplí con la instrucción y fui a ver a Ricardo Lagos. Ricardo me recibió con gran afecto. Yo había publicado algunas cosas y él conocía de mi trabajo académico y desde entonces generamos una amistad estrechísima. Ahí fuimos ampliando los contactos y fui conociendo a gente como Gabriel Valdés, Enrique Silva Cimma, a varios de los próceres de la transición.

-¿Y hoy a 50 años qué recuerdos vienen a la memoria?
-Hoy, con suficiente madurez y con ocasión de este libro, he pensado mucho en estos tiempos y con mucha tristeza.

-¿Duele aún?
-Duele, duele. Sí. Los familiares de los desaparecidos que no han encontrado los restos de sus familiares. Yo creo que es una herida no cerrada. Y, sin embargo, creo hay que mirar con los ojos de hoy. No se puede utilizar esa memoria para propósitos políticos. Yo creo que hay un derecho a recordar, pero sin sacar provecho político.

-¿Cuál sería el desafío que una conmemoración como esta propone?
-Cincuenta años después yo creo que el desafío es cómo llegamos a un pacto social que signifique tener mayorías sociales y políticas para que los sueños de antaño tengan vigencia hoy día, en un contexto tan distinto como el que vivimos ahora de una era digital. El desafío hoy día de los 50 años es cómo retomar esos sueños de cambio, pero con mayorías sociales, con mayorías políticas y pensando mucho en defender y promover la democracia, porque hoy día está bajo ataque. La ultraderecha a través de fake news, a través de los populismos que se aprovechan de fenómenos nuevos como el crimen organizado, la delincuencia, tratan de erigirse como salvadores de la patria, a costa de las libertades y el Estado de derecho, y eso es inaceptable. Por eso creo que hoy día, a 50 años, lo más revolucionario es defender y promover la democracia y buscar los cambios estructurales por la vía de pactos sociales, que reúnan a una mayoría de los ciudadanos para cambios graduales, porque esa es la realidad.

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