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El principio de incertidumbre y la política Opinión

El principio de incertidumbre y la política

Rodrigo Baño
Por : Rodrigo Baño Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS). Departamento de Sociología Universidad de Chile.
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Más allá de fluctuaciones y mayor detalle, está claro que el apolítico es bastante consistente. Cuando la inscripción es voluntaria no se inscribe. Con inscripción automática y voto voluntario se abstiene. Con inscripción automática y voto obligatorio opta por sufragar nulo o blanco. Pero lo más interesante es considerar que hay un gran sector apolítico que por presión institucional participa, optando por alguna alternativa propuesta para elegir, lo que lleva a que sea esa gran masa apolítica la que decide un evento electoral.


A veces algo que permanece siendo, llama la atención porque permanece siendo demasiado. Es lo que se podría decir del principio de incertidumbre en la política. Porque está claro que la política suele ser incierta en su desarrollo, pero también está claro que hay momentos en que es excesivamente incierta, como es lo que está ocurriendo ahora, en que sucesivas “sorpresas” aumentan desmesuradamente el riesgo en las apuestas políticas.

Si hace un par de años parecía que se proyectaba un ciclo de grandes transformaciones impulsadas por las izquierdas, ahora se tiende a proyectar un ciclo conservador e incluso reaccionario, promovido por las derechas. Si antes la derecha estaba asustada y a la defensiva, hoy es la izquierda la que está en esa condición.

Naturalmente, no me meteré en el embrollo de definir lo que son derechas e izquierdas, pues pareciera que unas y otras andan en búsqueda de definición, sino que simplemente me acojo a lo que se entiende como tal por el confuso sentido común. Efectivamente, lo que son derechas e izquierdas es parte del problema en una sociedad de masa como la nuestra, donde la política pasa a ser una cosa tan rara que hace dudar sobre su posible existencia.

La política, al menos en su vertiente de democracia representativa, no es asunto de individuos, del interés de cada uno, de la orientación valórica de cada uno ni de la subjetividad de cada uno. Una política de individuos es un imposible, como ya señalé alguna vez en la columna “Yo voto por mi mamá”, en que se plantea que, en la lógica del individuo, cada uno optaría por votar por su mamá o directamente por sí mismo. No es posible representar políticamente a individuos únicos e irrepetibles.

La política exige reconocerse en agrupaciones de interés, de ideas, de orientaciones de valor, de proyectos referidos a la totalidad social de que se forma parte como unidad política. Tiene que haber partidos, movimientos o liderazgos de identificación  comunitaria.

En consecuencia, permítaseme ser majadero con un tema que me parece crucial para entender la actual contingencia política: estamos en una sociedad de masa. El estallido social y todas las movilizaciones que lo preceden y continúan se dan en una sociedad de masa. Los sucesivos procesos electorales también se realizan en esta sociedad de masa.

Por cierto, no hablo de sociedad de masa en la perspectiva aristocrática de la aparición de los muchos que invaden el espacio público, como ocurrió en el proceso de industrialización y urbanización acelerada, dando lugar a conocidos estudios y meditaciones al respecto. Me refiero específicamente a la atomización individual y pérdida de referencia social que es el trasfondo del apoliticismo.

La sociedad de clases, producto de esa fuerte industrialización y urbanización, no es necesariamente una sociedad de masa, en la medida que sus componentes proceden a una generalización y organización de sus intereses y perspectivas, como ocurre por ejemplo en tiempos de la Unidad Popular en Chile, donde la politización es extrema.

En contraste, la característica de sociedad de masa del Chile actual se expresa con bastante claridad en el fuerte apoliticismo prevaleciente, para lo cual hay abundantes indicadores en datos electorales y encuestas. Será justamente este apoliticismo el que condiciona la exagerada incertidumbre a que hago referencia.

Por cierto, los profesionales o aficionados a las llamadas ciencias sociales emplearán toda su sabiduría e ingenio para descartar incertidumbres respecto de la interpretación del pasado y de las conjeturas sobre el futuro. Está bien, hay que hacer la pega. No obstante, quizás sea conveniente no olvidar aquel condicionamiento del apoliticismo y tratar de entender a partir de las características de este.

Una primera aproximación se ha planteado regularmente desde una observación preliminar de datos electorales. Esto es, que el apoliticismo no se extiende homogéneamente en la población, sino que son preferentemente los sectores populares los más lejanos a la política. Situación que parece bastante preocupante porque, aunque usted no lo crea, los sectores populares son la mayoría.

Gracias a las dotes de ingeniería legal electoral desplegadas en el país en el último tiempo tenemos posibilidad de comparar cifras en distintas condiciones de competencia electoral: con inscripción voluntaria y voto obligatorio (desgastado por la no sanción); con inscripción automática y voto voluntario; y con inscripción automática y voto obligatorio (inicialmente con fuerte temor a la sanción). Esto permite evaluar el comportamiento del apolítico en distintas circunstancias.

Antes de entrar en diferenciaciones, el comportamiento general señala ya el fuerte componente apolítico:

En primer lugar, con inscripción voluntaria y voto obligatorio, se inicia la participación electoral en 1989 con una no participación de 14,5% de las personas en edad de votar (sumados abstención, no inscripción y nulos/blancos). Concluye en 2009 con una no participación de 45,5% (sumados también no inscripción, abstención y votos nulos/blancos).

En segundo lugar, con inscripción automática y voto voluntario, se inicia el experimento en la primera vuelta presidencial de 2013 con el 51% de no participación (sumando abstención y nulos/blancos) y concluye en la primera vuelta presidencial de 2021 con el 53,3%. Lo que en la elección de convencionales del mismo año se elevó al 60%.

Finalmente, con inscripción automática y el voto obligatorio solo hay dos elecciones: el plebiscito de salida de 2022 y la elección de consejeros constitucionales de 2023. En la primera no participa el 15,9% (sumados abstención con 14,1% y nulos/blancos con 1,8%). En la elección de consejeros no participa el 32,5% (sumados abstención con 15,1% y nulos/blancos con 17,4%).

Más allá de fluctuaciones y mayor detalle, está claro que el apolítico es bastante consistente. Cuando la inscripción es voluntaria no se inscribe. Con inscripción automática y voto voluntario se abstiene. Con inscripción automática y voto obligatorio opta por sufragar nulo o blanco. Pero lo más interesante es considerar que hay un gran sector apolítico que por presión institucional participa, optando por alguna alternativa propuesta para elegir, lo que lleva a que sea esa gran masa apolítica la que decide un evento electoral.

En cuanto al apolítico duro, ese que no se deja intimidar por amenazas o halagos para concurrir a las urnas, no cabe duda que es en los sectores populares donde se encuentra mayor apoliticismo (dejando de lado algunos cálculos absurdos repetidos sin mayor análisis). Una comparación fácil, a partir de la segregación por comunas, permite constatar que mientras en las comunas pobres la no participación fluctúa entre el 60% y el 50%, en las comunas ricas gira en alrededor del 30%. Notablemente, al establecerse la inscripción automática y el voto obligatorio, las comunas pobres aumentarán su participación de tal manera que llegan incluso a superar a las comunas ricas, alcanzando solo desde un 12% a 14% de no participación total. Eso nos entrega una valiosa información.

En efecto, con el aumento obligado en la participación de los sectores populares se puede apreciar, también en esos sectores, un fuerte respaldo, de más del 50%, al rechazo de la Constitución presentada por una izquierdizada Convención y un sustancial aumento en la votación de candidatos de derecha (extrema y de la otra) para el nuevo Consejo Constitucional, que fluctúa entre el 46% y el 50% de los votos, en circunstancias de que anteriormente la votación por opciones de derecha solía ser solo de aproximadamente un 30%.

Pero no solo se aprecia con claridad que la derecha mejora su votación entre los sectores populares apolíticos cuando estos son obligados a votar, sino que la distribución de votos en esos sectores favorece claramente al sector más duro de derecha, a los republicanos. Los votos por Republicanos en la elección de consejeros prácticamente doblan a los votos por la derecha tradicional, cosa que no ocurre en las comunas ricas, donde hay más preferencia para la derecha tradicional.

¿Significa eso que los sectores populares apolíticos prefieren la derecha, específicamente la derecha extrema? Algo así pareciera estar ocurriendo, puesto que se hace evidente que las preferencias de los sectores populares apolíticos, que antes no votaban, es distinta a la de los sectores populares que regularmente participaban en elecciones.

Contrasta este comportamiento con lo que ocurre en las comunas ricas, pues ahí no hay prácticamente variaciones. La obligatoriedad del voto con inscripción automática no produce ninguna alteración en el comportamiento electoral. Los ricos, como de costumbre, participan masivamente en las elecciones y también abrumadoramente votan por las opciones de derecha. Puede resultar provocativo, pero al parecer existe una clara “conciencia de clase” entre los ricos que los hace reconocer un interés y proyecto homogéneo y actuar políticamente. Aunque, en todo caso, es necesario considerar que los ricos son muy pocos y no deciden con sus votos una elección.

Pero volvamos a los orígenes. Estamos actualmente ante una sociedad de masa, altamente atomizada, en la que los sujetos no están en condiciones de generalizar y organizar sus intereses y perspectivas en relación con el orden político en que están inmersos. En tal situación, el apoliticismo tiende a generalizarse, aunque su apreciación visible directa solo se obtiene observando a quienes no participan en una determinación electoral, sea porque no se inscriben (cuando la inscripción es voluntaria), se abstienen de votar o votan nulo o blanco. Pero resulta mucho más difícil calcular cuál es la proporción de ciudadanos que son apolíticos y, sin embargo, concurren a votar por alguna de las opciones en juego.

Un indicador del hecho de que muchos apolíticos concurren a votar simplemente por temor a la sanción que podrían sufrir si no lo hacen, se puede apreciar en el fuerte aumento que experimentó la abstención cuando se procedió al experimento de establecer la inscripción automática con voto voluntario. La abstención, que con voto obligatorio fue de 18,6% en las municipales de 2008 y de 12,8% en las presidenciales de 2009, pasó a ser de 59,1% en las municipales de 2012 y de 58,9% en las presidenciales de 2013. El aumento fue tan alto en las abstenciones que superó con creces el haber inscrito automáticamente a los que anteriormente eran renuentes a hacer el trámite.

Por otra parte, la variabilidad rápida de las opciones escogidas constituye también un buen indicador de apoliticismo, dado que indica la debilidad de las adhesiones a ciertas orientaciones que permiten un rápido cambio. Naturalmente no se cuenta con la información de la variabilidad que experimenta cada individuo, pero al comparar votaciones por comunas llama la atención la poca solidez mostrada en las preferencias electorales. Un ejemplo de esto lo da la comparación de la votación en seis comunas populares de la Región Metropolitana que tienen un promedio de 33% de apoyo a las candidaturas de Piñera + Kast en 2017; un rechazo al plebiscito de entrada de 2020 de un 12%, un apoyo a convencionales de derecha en 2021 de 8%; un apoyo a las candidaturas de Kast de 29%; y un rechazo en el plebiscito de salida de 51%. Es cierto que son diferentes opciones, pero algo tienen que conforman una línea similar.

En todo caso, más allá de la debilidad que pueda denunciarse en las cifras y argumentaciones, quisiera rescatar que hay antecedentes que pueden ayudar a comprender la fuerza que adquiere el principio de incertidumbre en la política chilena actual. Sobre la recurrente pregunta acerca de en qué irá a terminar todo esto, parece aconsejable no arriesgar apuestas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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