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Arte y política: el retorno de la Bienal Internacional de Valparaíso en 2024 Opinión

Arte y política: el retorno de la Bienal Internacional de Valparaíso en 2024

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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La Bienal Internacional de Valparaíso, hoy, se nos presentaría como una instancia donde se integrarían la historia y las tensiones políticas y culturales contemporáneas.


El 2024 la ciudad de Valparaíso se prepara para el retorno de la Bienal Internacional de Arte, un evento que marcó un hito cultural y político en Chile, inaugurada, su primera versión, en 1973, hasta su desaparición en 1994. Sus inicios fueron extremadamente conflictivos, si consideramos que la primera inauguración, realizada por la administración pública del Gobierno de Salvador Allende, el 6 de septiembre de 1973, fue cerrada el mismo día del golpe cívico-militar un 11 de septiembre, es decir, no duró siquiera una semana el evento original.

Luego, el 15 de octubre del mismo año, ya apropiada completamente por el sistema represivo de la dictadura, se vuelve a inaugurar, pero obviamente no con el mismo proyecto y obras del origen. Entonces, si partimos de las bases de su “creación”, es inevitable establecer las relaciones entre el arte y la política desde los inicios de la Bienal, hasta su término en 1994, y también analizar la posible proyección de esto en la actualidad, donde se está intentando retomar el evento para el 2024. Esta situación nos exigiría no ser ingenuos en lo que respecta a los análisis que conforman un “cuerpo completo Bienal”, a pesar de que el regreso de ella sea casi 30 años después de su desaparición. Antes de continuar con la reflexión política y artística (inevitable), haré una breve descripción del proceso que se ha estado llevando a cabo para el regreso de la Bienal.

En el contexto del Plan Municipal de Desarrollo Comunal de Valparaíso (PLADECO) 2020-2023 y el Plan Municipal de Cultura (PMC) 2020-2024, se convocó a distintos actores, dentro de su intento de política ciudadana. A esta invitación acudió la Mesa Ciudadana de Artes de la Visualidad, la cual puso el tema de la recuperación de la Bienal. Desde entonces se ha estado trabajando en ello, conformándose, después, un primer incipiente grupo pequeño de construcción de la misma. Posteriormente, ya en el 2021, se integran más instancias, en lo que se establecería como decreto municipal, la Comisión Bienal, conformada hasta la actualidad por el área de cultura del municipio, el museo de Valparaíso Baburizza, Parque Cultural de Valparaíso y la Mesa de Artes de la Visualidad. Esto es en líneas muy generales.

En el transcurso de otras columnas desarrollaré algunos hitos de los procesos que se han dado en las decisiones de la Comisión y el equipo municipal y sus alcances, más/menos democráticos para la Bienal. Lo importante por ahora es dar cuenta, en esta primera columna, sobre el tema de la efectiva recuperación de la Bienal, la cual –como mencionaba antes– se inaugurará el primer semestre del 2024.

Volviendo al tema inicial de este texto, es necesario mencionar que parte de los alcances temáticos y críticos sobre las bases históricas del evento quizá no se discutirían hoy (y aún no se está haciendo) sin el proyecto de cuestionamiento institucional “V de bienal”, el año 2008, organizado por la investigadora Paulina Varas, donde, a través de una selección de artistas pone un eje conceptual/político sobre las repercusiones de la apropiación Bienal por los aparatos y/o sistemas de control que, de una forma o de otra, podrían estar perpetuándose hasta la actualidad por una herencia tanto institucional como cultural.

Posteriormente, en una edición de Cuadernos Crac 3 del 2012, ella menciona –a partir de su experiencia de seminario en Johannesburgo, Sudáfrica, en donde conoció la existencia de un texto del historiador del arte sudafricano Colin Richards– las relaciones entre dictadura chilena y el apartheid sudafricano, pues desde 1979 hasta 1985 existió una alianza entre Chile y Sudáfrica en materia de relaciones exteriores.

En este sentido, las relaciones entre el arte y la política se presentaron literalmente al explorar parte importante del proceso histórico Bienal en el contexto del régimen del apartheid en Sudáfrica. Colin Richards, en su texto, nos menciona lo complejo de estas relaciones entre ambas naciones, planteando que el arte se había puesto en un terreno de “confrontación y complicidad política”. En este contexto, se pudieron ver pugnas en lo que se refería a la participación internacional en la Bienal (sin mencionar, por ahora, los proceso internos de apropiación cultural del país), pues la Asociación Sudafricana de las Artes (SAAA), encargada del proceso de la participación, apelaba a la autonomía de las artes y los/as artistas, independientemente del contexto en donde se exponga.

Sin embargo, esto último podemos verlo, hoy, como un placebo político por parte de las necesidades estructurales de un intento de discursividad a-política por parte de quienes continuaron en el proceso –hubo disidencias y protestas de algunos(as) artistas minoritarios(as) que no aceptaron la participación–.

En este sentido, las identificaciones y resistencias que se generaron en torno a una Bienal, administrada y regulada por aparatos represores, fue de una tensión importante, más allá de las postales de marca país que se intenta realizar por medio de la cultura y las artes en la mayoría de los países. A partir de 1994, la Bienal deja de tener importancia política para las autoridades de turno en Valparaíso y se concentran en la estrategia de la patrimonialización internacional de la ciudad. Sin embargo, el “insumo Bienal” puede ser parte relevante de la, hasta el momento, delicada situación de conservación patrimonial mundial, pero esto debiese medirse desde complejas y abiertas perspectivas de activación de ciudad (y región), pues una Bienal no es solo un evento de exhibición, es un dispositivo de activación social, cultural, política e institucional.

Este año, en el proceso del regreso de la Bienal, donde, por primera vez, se convoca a distintas instancias y ciudadanía (lo que, en principio podría mostrarnos el intento democratizador del evento), plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza participativa de este evento “revitalizado”. ¿Es esta una verdadera oportunidad para la participación ciudadana y la expresión artística, o una repetición institucionalizada de viejas estructuras? Las palabras de Varas y Richards resuenan como advertencias y guías en este contexto delicado.

Hasta ahora, ha habidos bastantes avances en esta materia, como también retrasos comunicativos en algunas decisiones desde los procesos administrativos municipales, lo cual se puede comprender en un proceso inicial. Será importante continuar en esta labor para seguir colaborando e incidiendo en este intento histórico con la mayor transparencia posible en lo que concierne a las tomas de decisiones y la no perpetuación simbólica de las herencias institucionales sociales e individuales de actores(as) que pudieran perpetuar una historia que se intenta “sanar”, mas, obviamente, no borrar.

La Bienal Internacional de Valparaíso, hoy, se nos presentaría como una instancia donde se integrarían la historia y las tensiones políticas y culturales contemporáneas. “La participación ciudadana y artística se convierte en un acto de resistencia y afirmación en medio de un pasado doloroso y complejo”. El tema de las autonomías en el arte es algo de lo que, cada cierto tiempo, queda postergada su discusión, por eso la importancia de retomar las investigaciones, y lo por venir, las realidades que acompañaron y fueron parte integral de las bases de lo que, inevitablemente, conforma el debate actual de la recuperación Bienal, tanto conceptual como prácticamente.

En relación con esto último, quisiera terminar el texto con una cita del historiador Colin Richards, de la parte final del texto que mencioné antes, escrito en 1987 y republicado en 2010:

“El Dr. van Niekerk probablemente tiene razón en ver la supervivencia del arte, dada por la preservación de su autonomía. Pero si esta ‘participación’ es una instancia de ‘preservación’, entonces el mundo del arte aquí implicado se vuelve aún más vulnerable”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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