
Original Sin: el pecado político de Biden
Max Weber sostenía que el peor enemigo del político era la vanidad, que aniquilaba toda entrega a una causa y toda mesura, y que dejaba a esos políticos que solamente buscaban el poder actuando en el vacío, sin sentido alguno.
Hace unos días se publicó en Estados Unidos el libro Original Sin (Pecado original), un trabajo de periodismo investigativo que retrata el deterioro físico y mental del expresidente Biden a lo largo de su mandato. Sus autores son Jake Tapper y Alex Thompson, dos avezados periodistas que han hecho trayectoria reportando lo que ocurre en la Casa Blanca (Tapper, de hecho, moderó el infausto debate que resultó en la baja de la candidatura de Biden).
Quizás lo mejor sea partir despejando el gossip. Es verdad que, según los autores, un asesor de Biden afirmó que se consideró poner al presidente en una silla de ruedas. Por varios meses, las apariciones públicas de Biden se redujeron al intervalo entre 10 a. m. y 4 p. m. También estuvo ese evento de campaña organizado por George Clooney, en que el expresidente pareció no reconocer al actor.
Y así, más o menos escandalosas, hubo una enorme pila de olvidos, languideces, ausencias, distracciones, caídas e irresponsabilidades. Tampoco faltan los encubridores ni los cómplices pasivos. Todo esto conforma una narrativa que se estructura más bien como una teoría del caso, siguiendo ese viejo lema de que el periodismo mantiene a raya el poder.
El libro merece elogios por la valentía de sus autores, por la exhaustiva investigación que hay detrás y por su capacidad de explicar –en parte– lo que ocurrió en la elección de 2024. También se deja leer –una especie de thriller ambientado en el ecosistema político de Washington–, y está escrito con esa prosa transparente del periodismo estadounidense, donde las palabras no importan hasta que algún adjetivo o verbo remece agradablemente las aguas.
Pero, a mi modo de ver, la mayor virtud del libro es su lección sobre los efectos de la personalidad en política, o de la personalidad del político.
¿Por qué Biden no se bajó a tiempo? El libro detalla hasta qué punto su tozudez puede entenderse como consecuencia de características privativas suyas. Se enorgullecía de haber sido el único en derrotar a Trump; había cultivado una mitología personal basada en la superación de todo obstáculo; su energía decaía drásticamente cada vez que su hijo Hunter comparecía frente a un tribunal y tenía una tendencia a ignorar las verdades desagradables, a antagonizar a quienes se las recordaban. Se veía a sí mismo como una figura histórica.
A esto hay que sumarle una estructura político-partidista en que priman la antigüedad y la jerarquía, que trae aparejada una larga tradición de ocultar la mala salud de sus políticos.
Dentro de esa estructura, la familia sigue siendo un enclave político esencial (“los Clinton”, “los Obama”), los asesores se ven incentivados a decirle al superior que los designó lo que quiere oír, y la figura del presidente se infla hasta los límites de la inmunidad.
En el estudio contemporáneo de la historia, hay una tendencia que se opone a enfatizar las vidas de los “grandes hombres”, privilegiando en cambio la comprensión de los acontecimientos históricos en base a procesos y fuerzas sociales. Esto puede ser loable, e incluso cierto, pero no puede hacernos olvidar que –en países presidencialistas, sobre todo en Estados Unidos– la política es aún fuertemente personalista.
Esta observación no solo concierne al diseño de sistemas políticos; también incide en un asunto de realpolitik. En el mundo actual, la diferencia entre un gobierno decidido, con dirección, y una apariencia de gobierno en que la única brújula parece dada por balances de influencia de distintos grupos de interés, es usualmente la voluntad de alguna persona.
Los problemas de salud de Biden se plantearon siempre como falta de “capacidades mínimas” para la presidencia: inadecuación absoluta para gobernar, o funcionar siquiera. Por el contrario, este nuevo libro nos debería hacer considerar la tesis contraria: que el problema político de fondo haya sido una falta de “capacidades máximas”, esto es, de virtud política.
Max Weber sostenía que el peor enemigo del político era la vanidad, que aniquilaba toda entrega a una causa y toda mesura, y que dejaba a esos políticos que solamente buscaban el poder actuando en el vacío, sin sentido alguno. Si esto es así, pensar la presidencia como un periodo histórico, como una estructura a la que llega el candidato más vistoso, o como una suma de políticas públicas impersonales, no es suficiente: las virtudes del político, de la persona del político (que Weber tuvo igualmente en cuenta) son también la suerte o desgracia de sus gobernados.
De los dos cuerpos del rey, ambos son políticos.
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