
El envejecimiento tiene dirección: hacia la desigualdad
¿Puede el lugar donde vivimos marcar el ritmo al que envejecemos? La respuesta, según un reciente estudio que publicamos en Nature Medicine, es sí.
Analizamos datos de más de 160 mil personas en 40 países, y el hallazgo es tan contundente como revelador: las condiciones sociales, políticas y ambientales dejan una huella medible en nuestros cuerpos, acelerando o ralentizando el envejecimiento más allá de lo que dicta la fecha de nacimiento.
No es una metáfora. Nuestro estudio permite estimar el envejecimiento real –el biológico y funcional– más allá de la edad cronológica. Esa distancia, que llamamos brecha de edad bioconductual, revela cuánto influyen el bienestar, la educación, la salud y la autonomía en cómo envejecemos. ¿El resultado? Las desigualdades no solo afectan nuestras oportunidades: también impactan el curso del envejecimiento.
Los datos son claros. África mostró el envejecimiento más acelerado, seguida de América Latina y Asia. Europa, en cambio, evidenció un envejecimiento más saludable. Esta brecha se amplía al considerar el nivel de ingreso de los países: a menor desarrollo económico, mayor es la distancia entre la edad cronológica y la edad bioconductual. Pero no es solo cuestión de ingresos. El aire que respiramos, la desigualdad estructural y de género, la calidad democrática o la representación política también son predictores del ritmo al que envejecemos.
Algunos dirán que esto es evidente, que la pobreza daña. Pero aquí hablamos de algo más: la posibilidad de anticipar –con años de antelación– el deterioro funcional y cognitivo solo a partir del entorno. Las personas con envejecimiento acelerado tienen hasta ocho veces más riesgo de perder habilidades para su vida diaria y hasta cuatro veces más riesgo de deterioro cognitivo. No es una estadística menor: es la diferencia entre envejecer con autonomía o con dependencia.
Este estudio es una invitación a ampliar la mirada. No basta con hablar de genética o de estilos de vida si dejamos fuera los determinantes sociales. Envejecer bien no es solo cuestión de hábitos, también es una expresión del contexto. Si el entorno deja huellas en nuestros cuerpos, también puede abrir caminos hacia una vejez más justa y compartida.
Ha llegado el momento de comprender que envejecer con dignidad no debe ser un privilegio, sino una garantía colectiva. El envejecimiento saludable no se logra solo con esfuerzo individual, sino con decisiones políticas, sociales y comunitarias. Ya no se trata de señalar conductas, sino de construir entornos donde cuidar y envejecer sean parte de una misma promesa social.
El estudio completo se puede leer aquí.
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