La era del Imperio está de vuelta
La operación naval llega después de que la fiscalía general pusiera un precio de 50 millones de dólares por cualquier información que facilite la captura del mandatario venezolano, Nicolás Maduro, considerado líder del Cartel de los Soles, en conexión con el Cartel de Sinaloa.
En diciembre de 1902 las marinas de guerra del Imperio británico, el Imperio alemán y del Reino de Italia, a las que se unieron Holanda, Bélgica y España, ejecutaron un bloqueo a las costas de Venezuela, demandando el pago inmediato de deudas adquiridas por dicho país con compañías privadas europeas. Aunque hubo episodios de alto riesgo, como el bombardeo del Fuerte San Carlos por buques alemanes, la mediación de Estados Unidos facilitó un acuerdo, el 13 de febrero de 1903, que comprometió a Caracas con el 30 % de sus ingresos de aduana.
Es parte de la historia de uno de los casos más ilustrativos de la llamada “diplomacia de cañonero”, una demostración de fuerza como instrumento de política exterior. Ya sea en su versión propositiva, orientada a alterar las políticas o el carácter de un gobierno; o expresiva, cuyo fin es enviar un mensaje. Estados Unidos hizo uso de dicha práctica antes, durante y después de la Guerra Fría. Hoy, la presencia de tres destructores, cuatro mil marines, aviones de combate y potencialmente submarinos de Estados Unidos en los límites del mar territorial venezolano, la actualiza con el argumento de la confrontación al narcotráfico para sellar las fronteras estadounidenses a la penetración del crimen organizado.
La operación naval llega después de que la fiscalía general pusiera un precio de 50 millones de dólares por cualquier información que facilite la captura del mandatario venezolano, Nicolás Maduro, considerado líder del Cartel de los Soles, en conexión con el Cartel de Sinaloa. Meses atrás, sin embargo, Washington había renovado la licencia de la petrolífera Chevron para operar en Venezuela, además de proceder a un histórico intercambio de prisioneros políticos. Una trayectoria bilateral confusa, a lo menos.
En esta nebulosa se confirma -tal como aseveró Putin camino a la cumbre de Alaska- que la agenda de diálogo con Trump fue más amplia que la Guerra de Ucrania, mencionando misiles balísticos y cooperación económica. No cabe duda de que la operación naval del comando sur de Estados Unidos fue adelantada por Trump a su homólogo ruso, con el fin de prevenir declaraciones estridentes favorables a Venezuela, al que Moscú asiste con armamento, pero por el cual parece poco dispuesto a sacrificar otras relaciones más relevantes. Así lo demostró al no contrariar el veto brasileño al ingreso de Caracas al BRICS el año pasado. No hay que olvidar también que Putin, un cultor de la realpolitik, resignó la caída del gobernante sirio Bashar al Assad, un aliado histórico de mayor profundidad estratégica que el régimen de Maduro.
Lo anterior significa cierta transacción respecto de Ucrania. Probablemente Trump reiteró su papel de mediador en la facilitación de un acuerdo que observe la cesión territorial a Rusia de algunas de las regiones que demanda como propias -Crimea y el Donbass- más garantías de seguridad que no impliquen tropas de Estados Unidos en suelo ucraniano.
Asistimos a una espacie de preludio de reconstitución de esferas de influencia, no la de bipolaridad rígida de la Guerra Fría, sino que la más dúctil referida por Eric Hobsbawm en su Era del Imperio (1875-1914) en la que apuntaba a hegemonía regionales y locales. El espacio post soviético sería coto ruso, mientras en el hemisferio occidental americano se afirma el espíritu de la Doctrina Monroe, particularmente en el Gran Caribe, área estratégica primordial para Estados Unidos y su “Mare Nostrum” desde el conflicto con España en 1898.
Las intervenciones militares de Moscú en su área de predominio son elocuentes: Azerbaiyán (1920), Georgia (1921, 2008), Polonia (1939), Finlandia (1939), países Bálticos (1940), Hungría (1956), Checoslovaquia (1968), Afganistán (1979), Moldavia y Ucrania (2014, 2022). Mientras Estados Unidos, a partir del corolario de Theodore Roosevelt al monroismo (1904), inauguró el Gran Garrote, que ha llevado tropas unilateralmente a Cuba (1906, 1912, 1917, 1933), Grenada (1983) República Dominicana (1916, 1965), Haití (1915), Honduras (varias veces entre 1907 y 1925), México (1912 y 1916), Nicaragua (varias veces entre 1912-1933) y Panamá (en la secesión de dicho país de Colombia en 1903 y en 1989).
Varias operaciones de Estados Unidos de la era del Gran Garrote, que culminó con la política de la buena vecindad (1933) de otro Roosevelt –Franklin- subrayando diálogo y cooperación, fueron a menudo caracterizadas como acciones específicas dirigidas al decomiso de aduanas y derechos de propiedad privada. Sin embargo, adicionalmente Washington perseguía otros objetivos estratégicos, como un tráfico comercial seguro, garantizado por gobiernos afines.
Hoy, la prioridad declarada es detener el contrabando de drogas, particularmente el fentanilo, así como otras actividades criminales con dirección a Estados Unidos. El despliegue naval estadounidense responde a dicha política, además de enviar una potente señal a la población de dicho país respecto de golpear directamente al narcotráfico, aunque también hay otros objetivos exteriores, entre ellos, desde luego, un recado para la dictadura de Maduro, que respondió alertando a los cuatro millones y medios de integrantes de la milicia bolivariana ante cualquier amago de ataque.
Pero también está China, cuya presencia económica es sólida en la región ampliada. Así se desprende de la declaraciones del jefe del comando sur de Estados Unidos, almirante Halvin Hosley, quien participó de la Conferencia Sudamericana de Defensa en Buenos Aires dedicada al fortalecimiento del dominio marítimo y apoyó de las FFAA a la Seguridad en la lucha contra organizaciones criminales internacionales.
En la ocasión, aseguró que China busca en Sudamérica extraer recursos e instalar infraestructura con potencial doble uso. Por lo anterior, considera una amenaza la influencia de dicho país sobre líneas de comunicación marítimas como el estrecho de Magallanes y el paso de Drake. Se trata de una lógica del tablero estratégico para la reificación de la geopolítica de hegemonía de las grandes potencias.