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Opinión: El meollo de un asunto peliagudo

Opinión: El meollo de un asunto peliagudo

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Andrés Alburquerque
Por : Andrés Alburquerque Periodista El Mostrador Deportes
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Para un macho recio no puede imaginarse una afrenta peor. Lo que le dijo Marco Materazzi a Zinedine Zidane en la final del Mundial de Alemania 2006, con hermana incluida, ni siquiera le llega a los talones a lo que debe sentir cualquier atacante cuando un desvergonzado defensa osa introducir al menos uno de sus dedos en el rincón más íntimo de cualquier ser humano que se precie de tal.

Hace apenas unos días, durante el partido entre Cobreloa y Cobresal, una vez más quedó en evidencia esta práctica en nuestras canchas. Los ánimos estaban ya bastante caldeados en Calama con una sucesión de goles que dejaba en desventaja a los locales, cuando Matías Donoso recibió el balón cerca de la mitad del campo, de espaldas al pórtico loíno.

Marcado desde demasiado cerca, Diego Silva, capitán de Cobreloa, supuestamente para intentar quitarle el balón procedió a introducir sus dedos en el ano del delantero. Conducta de claro e inequívoco índole sexual, sin mediar palabra, en público y a plena luz del día. Imperdonable e inaceptable.

Patricio Polic, el árbitro, sólo se percató de la reacción y no de la patética acción, y procedió a expulsar a la víctima y no al dueño del dedo victimario. Porque, como buen hombre que es, Donoso se defendió y atacó a su agresor.

¿Puede usted imaginarse situación más incómoda, por decir lo menos, que estar jugando un partido de fútbol y, sorpresivamente, sentir algo similar? Porque María Antonieta sabía que dependía del click de la guillotina para dejar de pensar para siempre; el coronel Aureliano Buendía esperaba las detonaciones frente al pelotón de fusilamiento; Harry Potter conocía del poder del malvado Voldemort cuando se enfrentó a él; o al cándido de Homero le bastaba con caminar hasta la taberna de Moe para libar cuando se quedaba sin cerveza.

Dicho de otra manera, estaban prevenidos, esperaban el desenlace terrible o tenía cómo escapar de su suerte. Incluso Caupolicán, cuando vio que su vida acabaría en una afilada pica, advirtió su cruel destino.

Pero ¿y el pobre Donoso? No, pues. Lo suyo fue de estoico heroísmo. Sorprendido hasta lo más profundo, soportó cuánto pudo y luego aplicó el castigo que su atacante merecía. Ofuscado, menoscabado, malherido en su orgullo, el goleador goleado insinuó un reclamo y luego agachó la cabeza, en señal de resignación. Irse de la cancha era lo de menos en ese momento.

¿Y Silva? Primero se hizo el desentendido y, cuando alertado por el cuarto juez (al amparo de las imágenes televisivas, aunque no puedan decirlo), Polic le mostró la cartulina roja, tuvo la desfachatez de colocar su mejor cara de estupefacción. Desparpajo total.

Ahí la memoria me trajo nítidamente una imagen. Estadio de Audax, cuando sólo era el Municipal de La Florida. Misma acción, diferentes actores. Marcelo Zunino y Carlos Gustavo de Luca. El dedo largo, larguísimo de Zunino y la cara de sorpresa del argentino. Esa vez, sólo el delantero fue expulsado.

Pero no nos desviemos del tema. Lejos lo peor sucedió la noche del martes, cuando el Tribunal de Disciplina determinó castigar a Donoso con un partido de suspensión. ¿Cómo? ¿De qué justicia me hablan? Suspendido por ser macho… Mientras el deplorable acto de Silva fue sancionado con apenas dos encuentros. Inconcebible e infame iniquidad.

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