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El heroico ascenso al techo del mundo, hace 23 años

El heroico ascenso al techo del mundo, hace 23 años

Julio Salviat
Por : Julio Salviat Profesor de Redacción Periodística de la U. Andrés Bello y Premio Nacional de Periodismo deportivo.
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A mediados de mayo de 1992, dos expediciones nacionales llegaron casi simultáneamente a la cumbre más alta del mundo. La hazaña tuvo dos ingredientes sabrosos: sólo dos equipos de escaladores lo habían logrado hasta entonces por la denominada Ruta Imposible, y esta inédita aventura terminó con los líderes chilenos garabateándose cerquita del cielo.


Como un desafío a ellos mismos y por lo que consideraban “ética deportiva”, los siete experimentados montañistas le agregaron una dificultad extra al ambicioso objetivo de llegar a la cumbre del Everest.

Si lo lograban, iba a ser por la ruta más difícil: hacerlo por la ruta normal –consideraban ellos- ya no constituía obstáculo serio para los montañistas de alto rendimiento.

Tres expediciones habían ascendido, antes que ellos, por la denominada ‘Ruta Imposible’. Y sólo dos, una poderosa expedición de catorce montañistas estadounidenses, en 1983, y otra inglesa, en 1988, habían tenido éxito.

Diez años venían trabajando en el proyecto los integrantes del grupo de montaña de la Universidad Católica. Una de las expediciones había terminado trágicamente, con la muerte -tras una caída de 700 metros casi verticales- de Víctor Hugo Trujillo, en 1986. En octubre de 1989 habían estado a 600 metros de la cumbre, y un temporal liquidó las ilusiones.

Era ahora o nunca. Y para eso habían elegido a los hombres adecuados, con las características precisas para formar un gran equipo, única manera de convertirse en los primeros sudamericanos en poner sus pies en la cima de la Madre de Todas las Montañas, traducción de Qmolangma, el verdadero nombre del Everest.

RUMBO A LA CUMBRE

El 18 de marzo de 1992, después de frenéticos tres meses gastados en la preparación, los elegidos estaban en Nepal iniciando el viaje final hacia el objetivo.

Uno a uno fueron subiendo al pequeño bus que los acercaría al Everest los siete escaladores chilenos: Claudio Lucero, Alfonso Díaz, Cristián García Huidobro, Dagoberto Delgado, Juan Luis Montes, Rodrigo Jordán y Christian Buracchio. Con ellos iban dos sherpas, un cocinero, el chofer, un ayudante… y dos toneladas de carga.

Catorce horas después, tras un trasbordo a un camión y tres jeeps, estaban en Xegar, donde esperarían mejor tiempo.

Sólo el 26 de marzo pudieron recorrer los cien kilómetros entre Xegar y Kharta, el caserío donde se iniciaba realmente la expedición con una caminata de ochenta kilómetros hasta la base del Everest.

Una columna de 80 porteadores inició el 29 de marzo el camino hasta los pies del gigante rocoso.

El 2 abril cruzaron el paso de Langma La, un lugar sagrado para los sherpas donde flameaban banderas de oración de todos los colores. Allí rezaron con fe cristiana.

Y dos meses después, los siete chilenos estaban en ese mismo lugar agradeciendo a Dios por el éxito de la misión.

40 DIAS DE LUCHA

El 7 de abril, en el nacimiento del glaciar Kangshung, a 5.450 metros de altura, los chilenos habían instalado su campamento y habían despedido a los porteadores.

Tenían 40 días para cumplir su anhelo. Si tardaban más, los monzones harían imposible escalar la montaña. O imposible el regreso.

La mañana radiante les permitía apreciar la ruta de ascensión hasta el Collado Sur, 2.600 metros más arriba de donde estaban, y al hacer el primer avance todo les parecía gigantesco.

Al día siguiente, estaban de nuevo en el campamento base, ahora poniendo en práctica el plan final: dos escaladores subían asegurados en la cuerda fija para llegar sin riegos y con rapidez al punto alcanzado al final del día anterior, para desde ahí escalar otros 150 metros fijando más soga. Así, a medida que progresaban y establecían la maroma que uniría los campamentos, otros iban llevando más cuerda y equipos de escalada, formando una verdadera posta: unos escalaban, otros transportaban equipo y otros descansaban. No había otra manera de trasladar tanto peso, y en condiciones tan adversas.

En viajes sucesivos transportaron el combustible, la comida, el oxígeno, los sacos de dormir y todo lo que necesitaban para tener lo que se conoce como ‘montaña equipada’ y lanzarse al ataque a la cumbre desde un campamento que iban a instalar a 8.000 metros de altura.

Dos días bregaron para superar El Muro, una pared vertical de 80 metros de roca. Superado ese obstáculo, García Huidobro y Buracchio llegaron sin novedad a la parte superior de la Canaleta de los Escoceses y se enfrentaron al macizo de La Travesía, el lugar más propenso a las avalanchas.

AL BORDE DE LA MUERTE

En su libro ‘Everest, El Desafío de un Sueño’, Jordán relata el momento más dramático de la expedición:

“Al pie de El Muro siento un estruendo impresionante. Aunque no tengo visión, me doy cuenta de que se ha desprendido un sérac (N.de la R.: bloque grande de hielo fragmentado por grietas) por sobre la Garganta. No sé qué les puede estar pasando a mis compañeros. Me protejo con mi cortaviento y mi mochila. En menos de dos minutos estoy envuelto en una nube de nieve y polvo que lo cubre todo… Yo estoy bien, la avalancha no es grande, pero ¿qué pasa con los “Christianes”?, ¿los arrastrará la avalancha?… Dirijo la vista hacia la cascada de evacuación de la Garganta, a mi derecha, con la sensación de que en cualquier momento voy a ver, junto con el alud, dos cuerpos cayendo al precipicio. Casi se me paraliza el corazón durante ese eterno minuto y medio… Termina la avalancha y no he visto sus cuerpos, tampoco sé que pueda haberles ocurrido. ¿Habrán sobrevivido? No tengo radio. No me puedo comunicar con el Base. No me queda alternativa: tendré que seguir bajando.

“Si la avalancha los alcanzó, están muertos; si no es así, o la avalancha no fue tan grande, están bien…”.

Jordán descendió 350 metros en menos de 10 minutos. Corrió un kilómetro hasta el Campamento Base. Y suspiró cuando Lucero le indicó:

“Mira, allá están. Esos dos puntitos que se ven en la pared: ¡son ellos! La avalancha les pasó por encima. Pueden estar heridos, pero muertos no están”.

Poco después, Alfonso Díaz les informaba que los enfocó con teleobjetivo y que no sólo se estaban moviendo: ¡seguían ascendiendo!

Esa noche, con los “Christianes” de regreso, los sherpas los miraban y movían la cabeza: “Ustedes, chilenos, están locos”, les dijeron en inglés.

Ellos, mejor que nadie, sabían el peligro al que se habían expuesto al ascender por esa ruta.

Delgado y Montes completaron la tarea al día siguiente y llegaron hasta La Terraza, un lugar más seguro. Pero el ascenso, ahora, sería por terreno vertical de hielo y roca. Eso explica que, por seis metros, no hayan podido alcanzar el Campamento 1 el primer día. Y que hayan tardado seis horas para llegar al punto máximo de las cuerdas fijas, al siguiente, y otras seis para equipar los otros seis metros. Fue en esas maniobras donde Dagoberto Delgado sufrió la fractura de dos costillas y se convirtió en la primera víctima de la expedición.

“¡LO LOGRAMOS!”

Subieron y bajaron durante cinco días para establecer el Campamento 2, a 7.350 metros. Y sólo entonces se dieron cuenta de lo agotados que estaban.

El 7 de mayo se adoptó la decisión final: el intento -único y definitivo- lo harían sin sherpas.

El 10 de mayo estaban en camino. El 12, después de 16 horas de marcha, con nieve hasta la cintura, llegaban al Campamento 2. Esa misma noche decidieron que García Huidobro y Jordán irían a la cumbre. Lucero, Buracchio y Montes apoyarían hasta el Campamento 3.

A 7.600 metros abandonó Lucero, extenuado. Buracchio duplicó esfuerzos para arrastrar el tubo de oxígeno encargado a Lucero. Montes, increíblemente entero, sugirió sumarse a los que intentarían la cumbre.

Al anochecer estaban a 7.900 metros. Las fuerzas abandonaban a Buracchio y temían una hipotermia. Casi congelados, tardaron veinte
horas en alcanzar el Collado Sur.

Se fijaron 24 horas de descanso, aunque sabían que en esas condiciones la recuperación es casi nula. Su preocupación principal era evitar la deshidratación.

A las 23:50 del 14 de mayo dejaron la carpa. A las 02:30 habían llegado a unos 8.200 metros y distinguían luces de otras expediciones que convergían a la cima por otras rutas.

A las 10:32 del 15 de mayo, Cristián García Huidobro se convirtió en el primer chileno que puso pie en la cumbre del monte más alto del mundo.

A las 11:20, a 8.848 metros de altura, en una planicie del tamaño de una mesa de comedor, lloraba abrazado con su compañero Rodrigo Jordán. A las 11:58 tenían un entredicho con Mauricio Purto, jefe de otra expedición chilena, que llegó después que ellos a la cumbre. A las 12:27 recibían con júbilo al tercer miembro de su equipo, Juan Sebastián Montes, el único que lo hacía sin auxilio de oxígeno.

La hazaña estaba cumplida.

Durante años, en la cima del Everest hubo un trípode enterrado por unos japoneses.

Desde la mañana del 15 de mayo de 1992, hay también una banderita chilena allá arriba, casi tocando el cielo.

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