15 de julio de 2006: escuchas telefónicas, una red de corrupción de árbitros, un implacable fiscal… Estas variables, que parecen sacados de una película de suspenso, fueron las que determinaron que la Juventus, el club más ganador y poderoso de Italia, perdiera la categoría como equipo de Primera División y cayera a Segunda.
En el medio de la trama, un nombre: Luciano Moggi, secretario general de la «Vecchia Signora». Este individuo, quien sobre la base de vínculos personales, más que de competencias profesionales, había escalado hasta tan importante cargo en la institución turinesa, estableció una madeja dentro del arbitraje italiano -y también de la UEFA- para arreglar partidos.
La noticia aumenta como bola de nieve: el campeón del Calcio amañó encuentros decisivos para obtener el título de los torneos 2005 y 2006. Un escándalo que sacudió a toda la península, involucrabdo, incluso, hasta a Marcelo Lippi, estratego del equipo nacional italiano, y a otros clubes de la competencia.
La sentencia solicitada por el riguroso fiscal Raffaelle Guarinello era durísima: la Juve, la Fiorentina y la Lazio bajaban a Segunda; el Milan perdió su lugar para la Champions; ocho dirigentes de clubes y dos de la Federación quedaron inhabilitados de sus cargos; cayó todo el Comité de Designación de Árbitros, más tres jueces y dos asistentes… De rebote, el Inter ganó la Liga.
Más tarde, la Fiore y la Lazio se salvaron de descender producto de sendas apelaciones. No así la Juve, que, pese a comenzar el torneo de Segunda con 17 puntos en contra, logró subir al cabo de una temporada. Y eso que no contaba con muchas figuras que, frente a esta situación, decidieron abandonar el club, como Cannavaro, Emerson, Thuram y Zambrotta, entre otros.
