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De «vivos» por el fútbol y la vida…

De «vivos» por el fútbol y la vida…

El episodio policial de Arturo Vidal y el capítulo futbolero de Gonzalo Jara reflejan un cambio de comportamiento y de valores que permite salir adelante a despecho de los cuestionamientos morales y eludiendo aquellos viejos pudores que nos encadenan a nuestro ingenuo pasado, en la cancha y fuera de ella.


En un pasado no tan añejo el fúbol chileno se ruborizada de su aparente ingenuidad frente a las artimañas que campeaban en las canchas de Sudamérica, durante una época de transición entre el viejo bandidaje de los alfileres intimidantes de Bilardo y compañía en la Copa Libertadores y de las promotoras de cortesía disponibles en los hoteles de concentración de alguna selección visitante.

El tiempo y las costumbres, que modifican incluso ideas y convicciones, nos llevaron a una metamorfosis que se trasunta en una situación diferente, donde en apariencia ya no hay margen para dar ventajas ni mantenerse en el limbo de la pureza y del deportivismo absoluto, cautivos de la honestidad, la disciplina y la limpieza que era intrínseca al silabario…

Así, lo que antes nos hacía víctimas de la pillería futbolera, ahora admite otra lectura e incluso genera simpatías y reconocimientos tácitos bajo los códigos del “todo vale”, porque ya nos convertimos en victimarios de quienes nos hacían trampa o sacaban ventajas de cuestionable moralidad.

Mientras el mundo sigue andando en sordina al compás de la Copa América –con paros, manifestaciones y vaivenes económicos-, en menos de diez días la “Roja” de todos se vio enfrentada a un par de episodios tan fuertes como emblemáticos.

Uno, el choque de Arturo Vidal manejando en estado de ebriedad que no significó ninguna sanción efectiva ni social para el astro de Juventus, luego que el técnico Jorge Sampaoli apelara a la necesidad de alcanzar un fin nacional superior –ser campeones- por sobre los medios que eventualmente se necesiten para lograrlo…

Si en su momento Vidal quiso expiar públicamente su culpa ofreciendo donar el dinero de sus premios de la Selección a la Fundación Emilia, aquella intención tropezó brutalmente con la dignidad de la organización, que a través de su presidenta Carolina Figueroa replicó que “no nos reunimos ni negociamos con imputados en accidentes de tránsito mientras siguen los juicios abiertos”.

Posteriormente, en otro contexto, asomó la “viveza criolla” del zaguero Gonzalo Jara para sacar de la cancha usando apenas un dedo al delantero uruguayo Edinson Cavani, amparado por el fragor de la lucha y la incapacidad referil del brasileño Ricci.

En ambos casos -que no son una tendencia ni reflejan cabalmente una realidad, por cierto-, se quiso ir de “vivos” por la vida, como si el fútbol se rigiera por sus propias normas éticas y principios de convivencia. Lamentablemente, esta vez los triunfos de Chile en el torneo sudamericano contribuyeron a soslayar la importancia de ambos casos, revistiéndoles de un barniz de superficialidad incoherente con su trascendencia e impacto social.

Gracias a esa impunidad, Vidal jugó ante Bolivia como si nada hubiera pasado, pocas horas después de destrozar su auto en un camino público y golpear a un carabinero. Y Jarita, el guapo del barrio criollo, celebró la victoria junto a sus compañeros y se ganó la complicidad popular –y de los medios- por vengar la ingenuidad histórica de la misma forma en que esos “bribones” antes nos humillaban…

Tal vez cuando se esfume la efervescencia masiva por la fiesta que organizamos en “casa” ya se podrán evaluar con mayor perspectiva los cambios de nuestro comportamiento durante una etapa de emociones profundas e intensas. De pronto, para despertar de la resaca y darnos cuenta si siempre el fin justifica los medios y siempre podemos andar de “vivos” por el fútbol y la vida…

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