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Opinión: Carlo de Gavardo, el adiós de un hombre bueno

Opinión: Carlo de Gavardo, el adiós de un hombre bueno

Andrés Alburquerque
Por : Andrés Alburquerque Periodista El Mostrador Deportes
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Era un tipo bueno, sin poses ni dobles discursos. Un líder positivo y amigable. Buen hijo, buen padre, buena persona. Por eso duele tanto su partida. Más allá de sus logros deportivos, más allá de su impecable carrera y de su minucioso perfeccionismo, duelo porque ya no está y no por lo que fue.


La noticia corrió como un témpano de hielo por todo el orbe, porque -aunque muchos no lo logren dimensionar- De Gavardo era una marca registrada en el mundo tuerca. Por su espíritu de lucha, por su increíble compañerismo.

De tantas veces contada, la historia parece entrar en el limbo de los mitos, sobre todo porque pocos pueden creer en semejante generosidad y respeto por la vida, pero Carlo de Gavardo era así:

En 1996 puso en riesgo su propia vida por socorrer al piloto mongol Shagdarsuren Erdenebileg, quien sufrió la rotura de cuatro vértebras durante el rally Paris-Ulan Bator. De Gavardo se encontró con Erdenebileg y, en vez de continuar en competencia, dio la vuelta (con lo que renunció a ganar un puesto en el podio), y se devolvió en sentido contrario de las motos y autos en competencia para avisar del accidente y poder conseguir una ambulancia.

El mongol terminó con hemiplejía irreversible, pero sin la ayuda del chileno habría muerto. Ese gesto le valió ser reconocido con el premio Fair Play por el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Motociclismo (FIM).

Carlo era un hombre tímido, pero caballeroso; de pocas palabras, pero de mirada penetrante. Un hombre listo y dispuesto a compartir su experiencia y sabiduría.

Comenzó a correr en su Huelquén natal, a campo traviesa, que era lo que más lo apasionaba. El enduro era su mundo, y cuando se dio cuenta de que Chile le quedaba chico (fue campeón nacional entre 1986 y 1993), se fue a recorrer el mundo, porque el mundo le pertenecía.

Era buena persona y se fue muy joven, antes de los 46 años, mucho antes de que comenzaran los homenajes y la entrega de premios por trayectoria, los reconocimientos para una carrera que marcó el camino de muchos y que de una u otra forma nos permitió disfrutar en Chile del Rally París-Dakar.

Ganó títulos mundiales cuando pocos confiaban en él, se codeó con los mejores, y también conoció de dolorosas derrotas. Como que sufrió más de 30 fracturas durante su carrera, que luego prolongó a bordo de un auto, cuando ya el apego a la vida era mayor, y la responsabilidad familiar también.

Era dedicado De Gavardo. Serio, trabajador, muy profesional. Buen padre, buen hijo y esposo. Dicen que no hay muerto malo, aunque todos sabemos que esa es una gran y mísera falacia.

Quienes tuvimos el agrado de conocerlo sabemos que, al menos en este caso, se trataba de un hombre íntegro.

Por eso, y porque en su muerte hay un dejo grande de injusticia e incongruencia, duele tanto su partida. Él, que tantas veces miró de frente a la muerte con sus ojos cristalinos, murió cuando practicaba en bicicleta.

Luego de superar tantos esfuerzos físicos, soportar temperaturas dignas del infierno, dolores constantes en sus huesos partidos, rutas que conducían a la mitad de la nada, muere andando en bici. Paro cardiorrespiratorio fulminante. En él, un deportista ejemplar, eso es absurdo.

Por todo esto es que duele tanto su partida. Por brutal, desatinada, indignante. Porque era un hombre bueno, esta vez la muerte debió haber seguido de largo.

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