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Viva Chile fracturado

Afloran muestras de que se desmorona la clásica sociedad chilena de los tres tercios, de la burocracia estatal y la misa del domingo.


A nuestro país le está entrando aire por todos los poros y casi nada es lo que solía ser. El estallido de modernidad, por llamarlo de algún modo, está ocurriendo en todas partes, aunque en rigor nada definitivo ha ocurrido todavía. Son apenas señales, signos de una fractura del mundo en que crecimos y que hace agua por doquier.

Un primer signo es el eterno, recurrente caso Pinochet, el epílogo de un hombre cuya figura dominó los últimos 30 años y que instauró en el país un modo de inmovilismo estatal y no participación ciudadana que está tocando a su fin.

Desde su equívoca partida a Londres hasta su reciente semi desaparición de la escena, pasando por el desapego de la derecha y la crisis de su familia, todo indica que el factor Pinochet será muy pronto sólo uno de esos fantasmas que tiene toda familia en el pasado, pero a quien nadie toma en cuenta siquiera en el día a día.

Su desaparición, como paradoja, nos ha permitido volver la vista al drama de los detenidos desaparecidos y las pantallas de TV nos han vuelto a mostrar, después de muchos años, tumbas abiertas y obsesivos peritos estatales buscando huesos y ADN.

Otros signos aparentemente menos relevantes están saltando cada día a las páginas de los periódicos sin que exista mano capaz de detener esta gozosa fractura de una sociedad tradicional que ya no es capaz de contener tanta diversidad.

En los medios de comunicación, por ejemplo, una empresa sueca entra a amenazar a los grandes diarios a través de un diario gratuito y termina revolucionando las magras cifras de lectores de prensa que hacían de Chile una isla cultural.

En Canal 13, por ejemplo, los trabajadores aún echan de menos los años de estabilidad de «don Eleodoro Rodríguez», pero saben que nadie podrá revertir el proceso de fragmentación que afecta a todos los canales, del que buena prueba han dado los cambios recientes en el Consejo Asesor del nuevo rector.

Los medios, aunque se mantengan en las mismas manos de siempre, son también heraldos de una nueva cultura ciudadana que se expresa en mayor fiscalización, más denuncias, menos política y creciente diversidad en sus expresiones editoriales.

Como decía el nuevo encargado de la coordinación cultural del gobierno, Agustín Squella, estamos pasando de simplemente reconocer la pluralidad social a promover el pluralismo, esto es, concebir la diversidad como un bien y no como un problema.

Internet también provoca un nuevo y saludable estallido de crisis de los modelos tradicionales de negocios, de acceso a la cultura, de entretenimiento y hasta de libertad de expresión, partiendo por satisfacer la obsesión chilena por la pornografía, común por lo demás a toda sociedad cerrada y censuradora.

Los partidos políticos viven una crisis no menor, de la cual podrán salir sólo apostando a más democracia y mayor cercanía a la gente, lejos de las clásicas fórmulas de consenso y negociación a puertas cerradas.

Las regiones están reclamando menos y haciendo más por la descentralización. Los trabajadores aprendieron técnicas comunicacionales y están haciéndose oír en los medios masivos hasta hace muy poco totalmente refractario a sus demandas. Las mujeres no sólo tienen más puestos de responsabilidad sino que están imponiendo sutilmente su forma femenina de mirar la sociedad, más intuitiva y menos analítica que la masculina. Los niños son cada vez más conscientes de sus derechos y hasta los presos forman coordinadoras para luchar por mejores condiciones en las cárceles.

En todo Chile, un sinfín de nuevas organizaciones están buscando, y a menudo encontrando, intersticios que antes eran inexistentes y que ahora fracturan todo el entramado social.

Por donde uno mire afloran muestras de que se desmorona la clásica sociedad chilena de los tres tercios, de la burocracia estatal y la misa del domingo.

Las elecciones presidenciales resultaron por primera vez en muchos años en un empate a dos bandas y eso a nadie le importa demasiado. Lagos abrió las puertas de La Moneda y la UDI corrió a abrazarlo para una foto de puras sonrisas.

Frei juró como senador designado y al día siguiente la derecha comenzó a apurar la reforma para eliminar esa institución, después de haberla defendido durante 20 años.

Los empresarios corren a sentarse a la mesa de diálogo con los sindicatos, los mapuches al fin hacen lo mismo con el gobierno, la economía parece que mejora y, en definitiva, se respira un espíritu de nuevo siglo, menos empaquetado y más preocupado del futuro que de los amarres del pasado.
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Alberto Luengo es periodista y asesor comunicacional; fue subdirector de La Nación y editor general de La Tercera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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