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Los Bárbaros


Bárbaros han sido llamados todos los hombres o mujeres que han herido peculios, fronteras, honras, o patrimonios. Incluso, las tropelías de muchos, por simple y malvada asociación, pasaron a llamarse automáticamente barbaridades. Y para más abundar, a lo bueno, a lo sensacional, alguien lo llamó bárbaro. Para mayor confusión a muchas mujeres les pusieron como nombre de pila Bárbara y a ningún hombre Bárbaro.



Hoy, la burocracia, tanto pública como privada de América Latina, modernizada con fórceps, se ha llenado de falsos civilizados que pretenden que la barbarie no roce siquiera nuestras vidas; y que lo no civilizado de sus propios corazones pase desapercibido entre las desgracias de los más, aquellos que no tienen tiempo ni herramientas para denunciar a estos astutos simuladores.



Sí, porque son los civilizados a la criolla, mucho libro-poco sentido común y del humor, quienes se han transformado en los abanderados de una nueva lógica represiva que descalifica todo lo que no esté en lo que no les asegure el poder ojalá para siempre. Para reconocerlos usted podrá verlos vistiéndose con doctorados extranjeros, anteojitos de marcos delgados y zapatitos, por primera vez en sus vidas, bien lustrados.



El bárbaro verdadero y noble fue siempre progresista. Mestizado con el latino o con otros, sus descendientes fueron nada menos que los alemanes, los ingleses, los nórdicos, entre otros y lo que es más paradójico gran parte de los hijos directos de quienes entonces inventaron el vocablo: los franceses, los españoles, los portugueses y los italianos.



Sin embargo, se ha usado permanentemente la amenaza de la barbarie para consentir y justificar el desborde de los peores instintos de los falsos civilizados. Los bárbaros han sido el pretexto para que los que hoy están en el poder le abran la puerta a un oscuro tipo de dominio, manifestándolo en razones de estado, censura o toma de decisiones a puertas cerradas, coqueteos con el enemigo; actitudes todas a las que nos tienen muy acostumbrados nuestros gobernantes. Pareciera que sólo en el poder radicara la antibarbarie y abajo, sólo estuviera disponible la carne profesional para los bastones de la policía y no hubiera ideas alternativas para que sean escuchadas desde la diestra de Dios Padre.



En América latina, los bárbaros fueron primero las comunidades indígenas (y lo siguen siendo), después los piratas, luego los criollos y enseguida los negros, más adelante los liberales, luego los radicales, para seguir con los comunistas y ahora…¿quién? Los jóvenes, quizás. ¿Aquellos que ya no tienen derecho a las universidades ni al trabajo, ni tampoco ganas de votar por los falsos modernos?



Los tiempos nuevos que recomenzaron con las democracias latinoamericanas han estado llenos de deseos y siguen repletos de ellos. Se nos responde que hemos progresado mucho en estos últimos diez años.



Estructuralmente sí, pero carnalmente no. Porque a la mayoría la supuesta modernidad todavía no se le mete en la piel. Quizás porque no le llega. Es una modernidad poco interesante, bastante aguada.



El 2001 nos encuentra en medio de un creciente pesimismo. Bienvenido sea el pesimismo si logra pinchar al conformismo reinante, especialmente aquel a la diestra del que «Ya Dije». Una buena parte del personal quisiera sacar su utopía del closet con muchas ganas de practicar las posibilidades de lo posible.



Sabemos que la utopía debe tener que ver con lo factible. Debe ser, al menos, probable. Algunos bárbaros dicen que todavía algo se puede hacer, a pesar de la prudencia que paraliza a los promotores de una falsa civilización.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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