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El siglo fue una porquería


Ahora, cuando ya se terminó definitivamente el siglo XX, conviene recordar la mejor síntesis que se ha hecho sobre él, y que está en un tango que describe magistralmente el mundo moderno, con todos sus excesos. Es Cambalache, de Enrique Santos Discépolo. Fue grabado por primera vez por Ernesto Fama, en 1935, y escrito para el filme Alma de bandoneón, y desde entonces, ha estado en el repertorio de los principales cantantes del género. El mismo anticipa muchas tendencias que estaban presentes en su tiempo y que después se exacerbarían, hasta llegar al día de hoy, en que Cambalache no es la exageración caricaturesca que fue en los anos 30, sino más bien un tango realista.



Con Cambalache el protagonismo de la historia del tango, que casi siempre estuvo radicada en personajes individuales, se desplaza hacia una especie de ente histórico: el Siglo XX, que en ese entonces era joven, tenía sólo 35 años. El tango nos dice que este siglo es «un despliegue de maldad insolente», como si hubiera adivinado la escena contemporánea en que gracias a la televisión todos los abusos, corrupciones, rapiñas y genocidios se convierten en espectáculo, frente al cual el espectador pierde toda capacidad de reacción o de cuestionamiento moral.



Discépolo advierte que «el mundo fue una porquería en el 510 y en el 2000 también, y «que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y doblez». Sin embargo, nuestro siglo se distingue de los otros precisamente por este despliegue, por esta exhibición masiva y desvergonzada de la maldad, el latrocinio y la corrupción.



Luego hace notar otra de las consecuencias de la imposición de la modernidad: la nivelación, el derrumbe de las jerarquías y los valores: «Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor». Aquí Discépolo se quedó corto. Basta ver el tratamiento que se le da a la educación frente al que se otorga a rockeros volados y payasos mediáticos, para constatar que en estos tiempos más vale ser burro que gran profesor.



Luego menciona a una cantidad de personajes de la época. Junto con Don Bosco, el cura, pone a una prostituta, La Mignon. Al mafioso Juan Galiffi, apodado don Chich, lo coloca al lado de Napoleón y a Carnera, el boxeador italiano que llegó a obtener el titulo mundial de todos los pesos en peleas arregladas por la mafia, lo sitúa junto al padre de la patria argentina, San Martín. Menciona también en esta mescolanza a Stavisky, que protagonizó un gran escándalo financiero en Francia y llegó a ser símbolo mundial de la corrupción política.



Esta mescolanza en que se nivela a los santos con las prostitutas y maleantes no puede sino recordarnos lo que ocurre en el Chile moderno de hoy día, cuando las principales figuras públicas son los futbolistas, los cómicos, las modelos y cortesanas.



«Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida». Esta imagen sintetiza magistralmente la condición del siglo XX: lleno de objetos en desuso, de fragmentos y piezas que no encajan unos con otros. Esta es una metáfora de la desintegración de todos los mundos sociales y comunitarios. El cambalache es algo así como un puesto del mercado persa, un espacio en el que se mezcla una cantidad de objetos desperdigados e incompletos, en una acumulación absurda, sin orden ni jerarquía, como en nuestra propia realidad, donde no hay posibilidad de organizar el caos -sólo se puede administrarlo- y donde desaparece todo sentido y posibilidad de valoración de lo disperso.



Otro tango de Discépolo que anticipa los efectos de la modernidad es Que sapa, señor?: «Que sapa, señor, que todo es demencia / ¿Los chicos ya nacen por correspondencia y asoman al sobre sabiendo afanar / Los reyes temblando remueven el mazo / buscando un yobaca para disparar. / Y en medio del caos que horroriza y espanta, / la paz está en yanta y el peso ha bajao.»



Este tango es de 1931 y desde luego hay alusiones en él a los efectos de la gran crisis del 30. Pero tiene, además, cuestiones sorprendentes, como aquello de que «los chicos nacen por correspondencia», que parece anunciar las nuevas formas artificiales de reproducción, que están dislocando las formas tradicionales de paternidad, maternidad, filiación y parentesco, que eran las únicas relaciones que parecían seguras, o al menos ciertas.



Otro tópico del siglo: el tema de la deslealtad y el desamparo del hombre en este mundo dislocado, egoísta, competitivo y despiadado aparece, por ejemplo, en Al mundo le falta un tornillo: «Hoy se lleva a empeñar al amigo más fiel/ nadie invita a morfar, todo el mundo en el riel». Pero llega a su máxima expresión en otro tema de Discépolo, también de 1930: Yira Yira: «Cuando manyes que a tu lado, se prueban las ropas que vas a dejar/ te acordarás de este otario que un día cansado se puso a ladrar: / Verás que todo es mentira, verás que nada es amor/ que al mundo nada le importa, yira, yira. / Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor. / No esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor».



«Aunque te muerda un dolor» si no puedes dejar un cheque en garantía, no esperes nunca una ayuda, ni siquiera médica, podríamos decir en Chile, hoy, corroborando la clarividencia de Discépolo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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