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Fotocopias


La escultura de Venus-Afrodita fue adorada por los griegos como la buena diosa que representaba. La misma, en la Edad Media, fue considerada simplemente como un símbolo del mal. Sin embargo, a pesar de ser vista de maneras tan opuestas en ningún momento fue despreciada por nadie. A nadie se le ocurrió tirarala a la basura.
La autenticidad de la obra de arte, según Walter Benjamin, estaría en su tiempo presente y en su espacio actual, en su aquí y en su ahora, lo que le daría un valor permanente aunque este valor llegue a significar cosas distintas en diferentes épocas. Luego, la reproducción técnica de la obra de arte, según Benjamin, liquidaría el valor de la tradición en la herencia cultural.



La reproducción técnica más alejada del arte, para Benjamin, por más discutible que pueda parecer, es el cine, porque éste se aleja completamente del aquí y del ahora que tiene, por ejemplo, el teatro. El actor de cine se alienaría de su público. La obra reproducida técnicamente de manera masiva se desvincularía definitivamente de su contexto, según su opinión.



Para Benjamin, la demanda de la reproducción técnica es una especie de «sombra» de la obra de arte original en la que la unicidad, la singularidad y su actualidad se desligan completamente de la tradición para exhibir una repetibilidad permanente que la haga accesible a todos.



Si se asimila el planteamiento de Benjamin al periodismo, las «noticias» reproducidas por los medios de comunicación, son una doble escritura: conocemos historias, a través de un cúmulo de papeles, de un parlante o de una pantalla, que quieren hacerse pasar por el aquí y el ahora de nuestras vidas, mediatizadas por una reproducción técnica masiva que transforma en importantes experiencias que de otro modo serían parte de la cotidanidad.



El periodista, al comienzo, cree encontrarse ante una situación única e irrepetible. Se enamora de una supuesta realidad que aparentemente derrocha una singularidad que lo impacta. Al pasar el tiempo, esta aura se deshace al comprobar el enamorado que sus personajes son una «sombra» y que no podrá acceder jamás a su aquí y a su ahora, a su esencia ontológica, por lo que nunca sabrá el grado de subjetividad de lo que está diciendo.



Para el periodista, la única posibilidad de lograr entrar al mundo de la supuesta realidad e investigarla es cambiando la naturaleza de su acción, intentando entrar al mundo de lo reproducido para hablar desde allí con la mayor conciencia y responsabilidad posible.



Lo que pasa muchas veces con los periodistas es que fascinados con la reproducción que les permite ver cuándo y cómo quieren los actos de sus protagonistas, trasladan sus deseos-carencias a un estado de contemplación y de narcisismo primario, que los lleva a planificar y visualizar una realidad ideal, involucrando sus fantasías regidas por la trampa de una supuesta verdad histórica, sólo posible al embelesarse ellos mismos a rajatabla en la condición ficticia de la reproducción técnica, la que casi siempre liquidará cualquier acercamiento a una verdad, aunque sea periodística.



Tenemos entonces en los medios a dos protagonistas, uno habitante de una naturaleza real que es reproducida por el periódico, la televisión, la radio o el computador y otro que reproduce realidades reproducidas. El primer sujeto no tiene la ventaja de residir en lo reproducido y no tiene ninguna posibilidad de modificar su relación con aquel sujeto que lo transforma en una reproducción inmodificable. Sin pesar las consecuencias, el enamorado de lo reproducible decidirá pasar a su objeto noticioso del orden de lo natural al orden de lo reproducido y sustituirlo por un ser ficticio.



Podríamos decir que desde el punto de vista de los postulados benjaminianos las noticias en los medios masivos de comunicación no son más que un sofisticadísimo aparato de reproducción técnica de la vida prosaica, ya que ésta está planteada como imitación de una realidad virtual diseñada por la cultura de los medios de comunicación y que funciona incluso ante los espectadores avisados ya que la apariencia de lo real los obnubila.



¿Cuántas noticias inútiles vemos en la televisión? ¿Cuántas palabras demás en los periódicos? ¿Por qué no nos muestran lo que quisiéramos ver? Lo que sucede en los medios pareciera ser todo lo que pasa cuando no es más que un encuadre subjetivo. Como la famosa fotografía de un negro en primer plano, que pareciera estar saludando con las manos en alto el triunfo de un evento deportivo. Si ampliamos el recuadro nos podremos dar cuenta que se trata de un negro que está recibiendo un balazo por la espalda y el grito de júbilo no es sino el grito de la muerte. Tendemos a confundirnos con la poca percepción que se nos hace tener de la llamada realidad.



Nuestras relaciones comunicacionales con el Estado son virtuales: pagamos impuestos, nos sacan multas, saludamos una bandera, votamos por un presidente. Pero, en general, a la hora de saber qué pasa dentro de ese Estado, chocamos con la muralla fría de los portavoces oficiales que los medios de comunicación reproducen automáticamente sin tomar en cuenta que éstos están reproduciendo a su vez lo que alguna autoridad supuestamente reprodujo a partir de lo que vió reproducido. En la época de la reproducción técnica, se nos quiere guiar con fotocopias de fotocopias.



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