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Mes de agosto, ¿mes de la solidaridad?

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De tal manera está claro que deberemos más temprano que tarde aumentar los impuestos. Hablar de esto es impopular para los que nos pueden leer a través de Internet.


El 18 de agosto de 1951 murió el padre Alberto Hurtado. Ya desde antes de su muerte el sacerdote jesuita representó para cientos de miles de chilenos la vocación por la solidaridad. Por ello el Congreso Nacional ha hecho de este mes un momento propicio para practicar el mensaje que dice que el hombre es hermano del hombre.



Solidaridad viene de la expresión latina in solidum, que equivale a totalidad, el todo. Si somos solidarios es porque estamos indisolublemente unidos a la suerte de los otros. Somos solidarios porque existe una obligación natural que tienen los individuos y los grupos humanos de contribuir al bienestar de los que tienen que ver con ellos, especialmente de los que tienen mayor necesidad.



Estamos obligados, pues estamos ligados con los otros desde que nacemos hasta que morimos. La experiencia moral de ver al desvalido nos conmueve y nos obliga (por eso evitamos y nos molesta ver el sufrimiento ajeno).



La solidaridad surge como aspiración de la humanidad tras un largo camino, tanto en el mundo de los hechos como de las ideas, desde la solidaridad de los antiguos, fundamentalmente inspirada en la noción y experiencia primigenia de la familia, hasta la solidaridad de los modernos, materializada en las mutuales obreras, sindicatos de trabajadores o cooperativas campesinas.



Lo cierto es que la solidaridad se impone en la práctica por diversas razones. La primera es por razones de conciencia. Toda las religiones coinciden en la regla de hacer por los demás lo que nos gustaría que a nosotros nos hicieran. La segunda es por razones de decencia, casi estéticas. Es feo e indecoroso que mientras unos viven gastando fortunas en dietas otros se mueran de hambre.



La tercera es por razones de conveniencia, pues las injusticias terminan siempre por expresarse a través de la violencia represiva y/o revolucionaria, y en patologías sociales como la mendicidad, la delincuencia o el narcotráfico.



Es bueno recordar lo anterior en el mes de agosto, mientras se discute acerca de los impuestos, las clases medias y las políticas públicas. Lo hacemos en el mes de la solidaridad. Y los chilenos nos decimos solidarios, pero en los hechos parece que no lo somos. O dicho en otros términos, la solidaridad expresada en forma circunstancial y acotada, como expresión pública y masiva de misericordia, nos gusta y la practicamos bien.



Eso lo vemos con la Teletón y las campañas solidarias en el caso de las inundaciones. Pero la otra, la permanente y basada en la justicia redistributiva, esa no nos gusta nada.



¿Qué ha terminado alegando Don Francisco, el hombre que nos unió incluso bajo el régimen militar? Que la caridad no basta y que se requiere que el Estado haga un esfuerzo permanente para ayudar a los centros de atención que la solidaridad de los chilenos ha levantado.



¿Y qué sabemos a partir de las inundaciones? Lo que dijo el Presidente de la República: que se requiere una inversión pública gigantesca en colectores de aguas lluvias, o no habrá solución permanente y digna para las familias anegadas cada invierno. A nadie le gusta salir en la televisión una vez al año mostrando las camas mojadas para provocar la misericordia de los otros que se expresa en la campaña solidaria y en el colchón sobrante que se regala.



Sabemos que el promedio latinoamericano de ingresos tributarios recaudados por los gobiernos (sin considerar las contribuciones a la seguridad social) es del 13,6 por ciento, y que en los países más desarrollados es del 36 por ciento. En Chile, los ingresos tributarios netos como porcentaje del PIB representaron el 18,6 por ciento en 1999. Sabemos, además, que el gasto público aumentará en Chile con el envejecimiento de la población que requerirá más aporte estatal en seguridad social.



De tal manera está claro que deberemos más temprano que tarde aumentar los impuestos. Hablar de esto es impopular para los que nos pueden leer a través de Internet. Solo un 4 por ciento de los chilenos más pobres, los que podrían beneficiarse con políticas públicas más distributivas, navegan regularmente en Internet, contra un 55 por ciento de los más ricos de los chilenos, los que deberíamos pagar más impuestos, que sí lo hacemos.



Sí, la caridad termina donde comienza la justicia social, y la justicia distributiva exige más impuestos. Lo contrario es condenar a Chile a ser una sociedad de desiguales, siempre expuesta a la inestabilidad política y el conflicto social. La paz es fruto de la justicia.



Es bueno recordar todo esto en el mes de la solidaridad.



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