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Arde la casa del vecino


Mientras Brasil y Argentina envían emisarios para «ayudar al diálogo» en la crisis boliviana, Chile se sigue manteniendo sustancialmente al margen de ella, demostrando una vez más un asombroso desinterés político por las coyunturas latinoamericanas. Y la situación en el país vecino está precipitando, con la renuncia del presidente Sánchez de Lozada y la rebelión generalizada de un pueblo que no ha perdonado la ofensiva represiva del estado en los últimos días. Mientras tanto, la política exterior chilena, prisionera de aguda megalomanía, no puede bajarse de las nubes intercontinentales y aterrizar en medio de lo que sucede a su alrededor.



Escribimos al calor de acontecimientos que están confirmando clamorosamente una línea de tendencia en nuestro continente, cuya población, tras veinte o treinta años de aguante estoico, reacciona en cadena y con una fuerza insospechada -Argentina, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia – al machacante tratamiento neoliberal impuesto durante décadas por los jerarcas del FMI a todos aquellos países llamados a financiar las crisis depresivas de los países desarrollados. Bolivia, como en 1952, se está mostrando capaz de llevar la oposición popular hasta las últimas consecuencias. Los gobiernos ya no pueden matar impunemente delegando en las fuerzas armadas el trabajo sucio. Por el contrario, sufren las consecuencias de sus propios actos y no encuentran salidas «dignas» a los callejones ciegos en los que se han encerrado.



Todavía está por verse cuál será el desenlace duradero de la crisis en Bolivia, pero al parecer las artimañas que intentan desviar y neutralizar la respuesta masiva y mayoritaria de los bolivianos a la bancarrota política y moral del régimen no tienen mucho futuro. Y lo más importante en este momento para ellos y para la reconstrucción de la democracia boliviana sería la solidariedad de los países vecinos, muchos de los cuales están acometiendo a nivel global la tarea de desembarazarse de las presiones e intervenciones de los grandes centros de poder económico.



Sería por ejemplo interesante y necesario que la izquierda chilena dejara por un momento de mirarse el ombligo y se ocupara de lo que está ocurriendo apenas unos pocos metros más allá de la frontera nacional. ¿O prevalece instintivamente en ella la consideración de que en el fondo Bolivia no es más que una anécdota marginal, comparada con las espesas elucubraciones de teoría política y económica sobre cómo mantenerse a toda costa cerca o dentro del poder y asomarse a las delicias de los jardines del «primer mundo»? Si así fuera, no podría estar más equivocada. Bolivia puede ser una señal, una encrucijada latinoamericana en la que tarde o temprano estaremos metidos todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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