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La contaminación de los cruceros de turismo


Los atractivos turísticos de Chile, como la Antártica, se están convirtiendo en un destino favorito para las compañías navieras internacionales. La llegada de cruceros ha venido registrando un crecimiento en forma constante en los últimos años y las autoridades turísticas locales esperan que los destinos chilenos se confirmen como uno de los más importantes del Pacífico Sur. Sólo en seis años el número de pasajeros que mueven los cruceros en Chile creció en un 500%.



Pero esta presencia en nuestros mares no puede ser recibida -tal como se hace con iniciativas terrestres- con los brazos abiertos. El turismo de cruceros genera abundantes residuos sólidos y líquidos. Un típico barco de crucero, genera diariamente unas 7 toneladas de basura, 114.000 litros de excrementos, 965.000 litros de agua sucia de duchas, lavamanos, lavanderías, baños y cocinas, 57 litros de desperdicios tóxicos de revelaciones fotográficas, tintorería y pintura, emisiones diesel equivalentes a 12 mil automóviles. Además la mayoría de estos barcos utilizan combustible de baja calidad que produce 50 veces más contaminantes tóxicos que el más sucio diesel de los camiones. Esto nos lleva a que casi un 75% del total de aguas residuales generadas por los barcos proceden de los cruceros.



Entre 1993 y 1998, se denunciaron oficialmente unos 100 casos de contaminación del mar causados por barcos de cruceros sólo en la zona del Caribe, estas cifras se verían multiplicadas si se contabilizaran los números negros, es decir, los vertidos realizados fuera de aguas jurisdiccionales sometidas a control o en las aguas de países que toleran la contaminación medioambiental a cambio de una compensación económica.



A esto hay que sumar que existe una absoluta falta de voluntad por parte de los empresarios ligados a este sector, ya que esta contaminación es absolutamente prevenible. La tecnología existente, según estimaciones, permite que con un 1% o un 2% de las ganancias que se reinviertan en tratamiento de aguas servidas se podría disminuir considerablemente la contaminación. Las aguas residuales contienen bacterias y virus que son dañinos a la salud humana, y pueden también afectar y matar la vida marina. Los coliformes fecales de las aguas residuales son un tipo de bacterias que ha llevado a cerrar playas y ha contaminado a distintos tipos de crustáceos.



Esto y otros elementos hacen de esta industria una actividad poco sustentable y, en un tema como tantos otros, que requiere en Chile y el mundo urgente atención para tomar las medidas legales correspondientes. Incluso si consideramos como modelo a seguir para un turismo sin repercusiones negativas, lo que entiende el Banco Mundial por ello -las emisiones generadas no deben superar la capacidad del propio medio ambiente para eliminarlas- la acción de estas verdaderas ciudades flotantes, con capacidad para 5 mil personas, de 23 pisos de altura y con una cubierta en la que caben cuatro canchas de fútbol, se vuelven insostenibles.
Un principio aún más básico, en el que están implícitos los citados criterios y que incluso va más allá, sería el siguiente: todas las actividades relacionadas con el desarrollo económico, social y medioambiental de la generación actual no deben comprometer o limitar las posibilidades de desarrollo de las generaciones futuras.



Nuestro país debiera privilegiar un respeto por sus territorios, y zonas de tanta diversidad ecológica y riqueza para el patrimonio de la humanidad como la Patagonia y la Antártica debieran tener un cuidado especial al momento de permitir la circulación de estos gigantes de la contaminación de los mares.
Antes esto Oceana exige que las compañías dedicadas al negocio de los cruceros turísticos realicen sus travesías evitando eliminar sus desechos contaminantes y así parar la descarga de sus aguas residuales, que no cuentan con ningún tipo de tratamiento, a los mares. Por lo tanto las compañías deben asumir su responsabilidad en esto y proteger de su basura a nuestros océanos.





Marcel Claude
Director Ejecutivo
Oceana, Oficina para América del Sur y Antártica

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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