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Tras las huellas de Don Quijote


Hay una bella canción de Serrat en la que el cantautor implora a Don Quijote que le haga un sitio en su montura. Lo ve regresando triste a su hogar. Y, sin embargo, todos hemos querido alguno vez acompañar al manchego de la triste figura, «el más casto enamorado y el más valiente caballero». Si todos los hombres han de morir, Miguel de Cervantes no ha muerto aún. En Alcalá de Henares sostienen que Don Quijote es el libro más vendido después de la Biblia. Impresiona verlo traducido en japonés, chino, ruso o húngaro.



Sabemos que su éxito inmediato, en los siglos XVII y XVIII, se debió a que Don Quijote era un jocoso libro de burla de las viejas andanzas de la caballería. Se trataba de llamar a la risa a costa de esas «telenovelas» de la Edad Media. Esas como la Historia de Belianís de Grecia, que en los dos primeros libros su héroe ya ha recibido ciento y una heridas graves. De eso se trataba, aparentemente, de reírse de ese pobre viejo que «del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio».



Sin embargo, al correr de los decenios que se hicieron siglos, Don Quijote comenzó a representar valores universales. Y de esos valores universales se nutrió Hispanoamérica y, por ende, Chile. Hablemos entonces del idealismo que conduce a molinos de viento que son los gigantes que aplastan la justicia y la libertad.



Cuando Lorenzo le pregunta a Don Quijote qué escuelas ha cursado su merced, Don Quijote hace saltar por los aires nuestra obsesión por los títulos profesionales, master y MBA. «La de la caballería andante que es tan buena como la de la poseía, y aún dos deditos más». Don Lorenzo, el escéptico de todos los tiempos que llevamos dentro, alega «no sé qué ciencia sea esa y hasta ahora no ha llegado a mi noticia».



¿Qué era (es) pues ser caballero andante? Ä„Ä„Vamos Don Quijote, instrúyenos!! «Es una ciencia que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa de que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere concedido (…) ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida defenderla…».



Don Quijote vive en otro mundo ciertamente, no en el nuestro. En él la distancia entre los ideales de justicia y nuestras deshilachadas realidades, no existe. En ese mundo la verdad es valor central. El señor dinero no es poderoso ni se atreve a gobernar. En ese mundo, Sancho se hace inmortal, pues acepta la conversión. Y de tanto sufrir fielmente y acompañar lealmente se hace merecedor de un reino. Claro que es una «ínsula» como las que existían en el mundo de Don Quijote. Pero lo importante, lo sabían bien estos caballeros, es invisible a los ojos. Por eso Sancho exclama agradecido «pues por solo ocho meses de servicio me tenías dadas la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea!».



Una y otra vez, sale de los labios de Don Quijote la palabra libertad. Ello porque ya a los cuatro años la familia de Cervantes debió de emigrar por culpa de la maldita enemiga de toda libertad: la necesidad económica. Desde 1575 hasta 1580 Miguel de Cervantes es prisionero de los corsarios berberiscos. Se intenta fugar cuatro veces. Denunciado por un traidor, se declara el «único autor de ese negocio» y es encerrado en el baño del rey con grillos y cadenas durante cinco meses. Cuando es liberado, su vida no fue fácil. Se endeuda, no puede pagar y es encarcelado. En otra ocasión, es injustamente encarcelado en la Cárcel Real de Madrid. ¿Cómo no iba amar la libertad?



Por eso dice a Sancho que «la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres». Don Quijote sabe que la libertad no sólo es vivir fuera de la cárcel. Hay otras prisiones que no por no tener barras, grillos ni ladrillos, encarcelan menos al espíritu. Hay veces en que las obligaciones de las recompensas, beneficios y mercedes recibidas o por obtener «no dejan campear al aire libre. Ä„Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!



Me retiro de la casa de Miguel de Cervantes y Saavedra de Alcalá de Henares. Habiendo tomado el hábito de la Venerable Orden Tercera de San Francisco fue enterrado como un pobre capuchino. Mientras enfilo a mis preocupaciones y ambiciones de siempre, vuelvo, por un instante siquiera, a querer gozar de esa libertad que soñé de niño. Ä„Ä„Don Quijote, hazme un sitio en tu montura!!





*Sergio Micco A., Director Ejecutivo, Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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