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Criterio

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Aunque la palabra criterio tiene precursores directos, tanto en el latín como en el griego, su raíz principal es la misma de crisis, que proviene del griego Crisis, que significa ‘decisión’ y que a su vez deriva de Krino, «yo decido, separo, juzgo». A partir de esta precisa raíz se desemboca en la acepción del diccionario que se acerca más al tema que me interesa tratar: criterio (tener): Discernimiento. Capacidad o preparación de alguien para juzgar, seleccionar o apreciar ciertas cosas.



En mis años de ingeniería, una pregunta recurrente entre los alumnos era para qué estudiábamos algunas asignaturas de gran dificultad en las áreas de matemáticas, mecánica, química o electricidad, si una vez graduados pasarían a formar parte de un pasado nebuloso sin la menor utilidad para nuestras ocupaciones. Era entendible que un ingeniero eléctrico estudiara redes eléctricas, pero no así uno mecánico o un ingeniero en construcción. Se trataba de un curso que excedía los conocimientos necesarios para ejercer como profesional en esas áreas. La respuesta que se imponía a todas las demás era que el extenso plan básico, cuatro de los seis años de carrera, tenía la finalidad de forjar nuestro criterio.



Aunque nebuloso, el pasado invadido de fórmulas nos daría una mirada sobre los fenómenos físicos que nos permitiría, llegado el caso, contar con un buen marco de discernimiento. No llegué a experimentar en carne propia si esta respuesta era acertada, porque muchos de nosotros nos dedicamos a trabajar en áreas como la administración de negocios o el marketing, que poca relación guardan con las altas abstracciones matemáticas o los fenómenos de la materia. Entonces nos preguntamos, ¿Nuestra educación nos dio también amplitud de criterio, es decir, ese criterio forjado en la dureza de las matemáticas también alcanza para otros ámbitos tan concretos como los mencionados? Tampoco supe responder a esta interrogante porque por esos años me dediqué a escribir.



Tiendo a pensar que más que criterio, nos enseñaron a ser metódicos, a entender primero el problema, luego formularlo de manera que permita el examen de distintas alternativas, bien a través de experimentos o abstracciones, sean o no matemáticas y, finalmente, con ayuda del conocimiento adquirido encontrar una solución o tomar una decisión.



Recuerdo que Rafael Otano, cuando hablaba de romanos y griegos, se fascinaba con los cursos del bachillerato en las universidades inglesas de prestigio durante el siglo XIX, universidades como Oxford y Cambridge, cuya línea principal de estudio estaba constituida por la lectura y análisis de los autores clásicos, incluidos los idiomas latín y griego. Y este código común, nos decía, contribuyó a unir de manera tan particular a la elite inglesa que llevó a su país a formar un Imperio tan vasto como el acumulado bajo el reinado de Victoria. (Si tan sólo pudiera este país desarrollar un código común, que ayude a depurar la discusión pública de sus malos hábitos).



De ambas anécdotas me atrevo a concluir que un camino para la formación del criterio de las personas sería, en primer término, enseñarle al alumno una lección de humildad. Los problemas del mundo físico, tomando el caso de la Ingeniería, como los problemas de los hombres, en el ejemplo de la educación clasicista, no son simples de analizar y menos de resolver. Este primer estado de asombro, resulta una condición tan necesaria como difícil de observar en los hombres.



La gran mayoría corremos a una solución, a tapar el sol con un dedo, como si nos guareciéramos de una tormenta, como si huyéramos de la espantosa visión del fantasma de nuestra ignorancia. Es una escena común ver a un político vanidoso y altanero abalanzarse sobre los micrófonos para hablar de las soluciones que su mente brillante ha ideado, al tiempo que deja escapar claros indicios de su ignorancia.



Enseguida el alumno debe recibir herramientas que le ayuden a simplificar el problema, para ponerlo en una escala que facilite el análisis. Es decir, se intenta despejar la roca de adherencias, moluscos y algas, para así dar con algún modelo abstracto que la represente. Una vez más, este esfuerzo de esclarecimiento no es una actitud que abunde entre nosotros.



Requiere de conocimientos técnicos y de voluntad. En la mayoría de los debates que se dan en el espacio público actual pareciera que las partes interesadas buscaran intencionadamente permanecer en las tinieblas, habitados por el miedo, miedo tal vez a que la luz alumbre en la dirección contraria a sus intereses. Cabría recordarles a dichos participantes, que cuando se establece un debate de esta índole hay un interés superior al interés personal.



Finalmente, una vez alcanzado el mayor esclarecimiento posible llega el momento de tomar una decisión, de proponer una solución. ¿Cuál es la virtud, si cabe llamarle así, que deben tener aquellos que deciden, es decir, que zanjan, que legislan, que actúan? Porque habrá una mayoría de problemas sencillos que el solo análisis indicará fuertemente una solución, sin embargo, habrá otros que mantendrán hasta el final un nivel de complejidad suficientemente alto como para requerir que una persona «con criterio» decida cuál camino seguir, o bien, si es posible, dejar las cosas como están sin tomar camino alguno. Me parece que tal virtud es la ecuanimidad, un desarrollado sentido del equilibrio, del ritmo, del tono social, apoyado si es posible en un largo aprendizaje en el arte de decidir.



Si tan sólo pudiéramos exigirle a nuestros jueces, a nuestros legisladores y a las autoridades que exhibieran estas virtudes: humildad cognitiva, capacidad analítica, voluntad, abierta disposición al aprendizaje y ecuanimidad. Las próximas elecciones de alcalde constituyen una buena oportunidad para realizar un examen de los candidatos desde esta perspectiva.



No sería sorprendente encontrarse con un porcentaje reducido de candidatos que dieran con la nota. Lo que me lleva a concluir que el actual método de selección, el del más conocido en el barrio, equivalente a la encuesta, desembocando en algunos nombramientos francamente risibles, apunta en el sentido opuesto. En Chile sólo hace falta salir en televisión para ser conocido y mi impresión es que el criterio no abunda en las pantallas. Un partido formado por personas con criterio será necesariamente un partido con mejor futuro. Se los aseguro, aunque algunos levanten la ceja en señal de duda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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