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Los samuráis

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La voz japonesa samurái (el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que se escribe samuray) significa guardia y los samuráis formaban parte de la clase militar en ese Imperio. En la antigua época feudal la expresión se aplicó a todos aquellos que llevaban armas, pero luego se restringió a una clase inferior de la nobleza: militares muy leales que estaban al servicio de los daimios o nobles. Al abolirse el sistema feudal en 1871, se les prohibió llevar armas y en 1878 se cambió la denominación samurai por shikozu, que significa clase media.



En Chile, se ha asociado esa voz nipona a los miembros que forman parte del grupo asesor directo del candidato presidencial Joaquín Lavín, con la idea de que son de su extrema confianza y, por lo tanto, fieles a toda prueba. Conocemos a algunos y podemos asegurar que nunca le van a hacer una jugarreta a su líder. Esta es la sabia razón por la cual la prensa política los ha denominado los samuráis.



Francisco de la Maza, alcalde de Las Condes, es el samurai principal y por ello coordina a su colectivo: lo hace con denodado esfuerzo y singular eficiencia. Todos los actos comunicacionales del candidato presidencial deben ser visados por este selecto grupo, que ya ha demostrado gran efectividad. La exposición pública, la buena imagen y la percepción de preferencias de Lavín es mayor -en general- que la de todos los políticos de este país y el mérito recae no sólo en los especialistas mediáticos, sino en sus rectos y diligentes servidores directos: los samuráis.



Ejemplo de lo anterior fue la composición de los acompañantes de Lavín en su reciente viaje humanitario a Haití. En efecto, cuando en el hospital entregó las medicinas a las autoridades de ese paupérrimo país, lo escoltaban un médico, dos enfermeras, la voluptuosa Marlén y trece profesionales de la prensa. Es decir, la pregonada ayuda era el motivo para crear un hecho publicitario. Y, sin duda alguna, se logró claramente el objetivo.



Ahora bien, entrando a las «necesidades concretas de la gente», estamos en condiciones de manifestar que la comunidad (conformada por 60 familias) del edificio de la calle Reyes Lavalle 3135, del barrio El Golf, en Las Condes, a raíz de una violación a su derecho de propiedad, por parte de la construcción colindante de una torre corporativa de un banco emergente, le está solicitando a la dirección de obras respectiva y al propio alcalde de la Maza que hagan aplicar las leyes en resguardo de sus derechos.



Para obtener mayores beneficios constructivos, el citado banco ha pasado por alto las normas urbanísticas referidas a los adosamientos en los muros medianeros y yuxtapuso al muro una edificación ilegal. Desde el 19 de diciembre de 2003 (4 meses atrás) dicha comunidad le está reclamando por escrito al municipio y éste nunca le ha respondido. No sabemos si de la Maza no contesta, porque carece de argumentos válidos para justificar el ilícito o porque sus obligaciones como excelso samurai no le permiten preocuparse de sus tareas edilicias.



Estimamos que el alcalde debe hacer bien ambas labores y si no soluciona el conflicto que tienen sus vecinos, se va a encontrar con un problema mayúsculo, ya que dicha comunidad se verá en la necesidad de recurrir a la Justicia en defensa de sus legítimos intereses. Y ésta fallará a favor de ella, ya que es evidente la irregularidad que se está cometiendo a vista y paciencia de todos.



¿Será correcto que los vecinos de Las Condes -sus mandantes- no sean escuchados por su alcalde a tiempo compartido? ¿Qué sucedería si el 11 de Marzo de 2006, los samuráis se instalan en las espaciosas y cómodas oficinas de La Moneda? ¿La ciudadanía del país correrá la misma suerte de los vecinos que hemos aludido?



Haciéndose honor a la reconocida transparencia y probidad de los samuráis, estamos seguros que nuestro interpelado alcalde de la Maza (quien suscribe vive en Las Condes) responderá en este medio y así la opinión pública conocerá las dos versiones ante un mismo hecho.



En la eventualidad de que no asuma su responsabilidad funcionaria, establecida por lo demás en el Estatuto Administrativo, y evite dar respuesta a este requerimiento público, nos quedaría claro que los criollos samuráis son una modesta pantomima de los auténticos.





*Patricio Herman P. es miembro de la Agrupación «Defendamos la Ciudad».


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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