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Democracia Cristiana, sentido y vigencia (En respuesta a Carlos Peña)


El columnista del diario El Mercurio, don Carlos Peña, el domingo 29 de mayo del 2005, al final de una crítica personal que raya en lo injurioso e impropia de una persona que ostenta un cargo académico, desliza un prejuicio sobre la Democracia Cristiana de la cual quisiéramos hacernos cargo. Señala que Soledad Alvear, Gabriel Valdés y Adolfo Zaldívar «representan el espíritu confuso de la Democracia Cristiana. Nacida como reacción a la modernidad secular, nunca se sintió cómoda con la expansión del consumo, el deterioro de las comunidades, la pluralidad religiosa y el nuevo papel del estado. La DC -se me ocurre- que sin el golpe militar y la necesidad de redención que le siguió, no habría sobrevivido».



Vayamos por parte. La DC no repugna de la modernidad, ni de la secularización, ni de la expansión del consumo ni menos de la pluralidad religiosa. En efecto, desde sus inicios defendió la autonomía, dignidad, derechos y deberes de la persona humana, valores centrales de la modernidad. Lo hizo doctrinariamente y políticamente trabajando en contra del triunfo de los totalitarismos de izquierdas y de los autoritarismos de derechas.



La DC nunca se sintió incómoda con el pluralismo religioso. Por el contrario, al separarse del Partido Conservador abogó por legitimar que un católico podía militar en diversos partidos políticos. Nuestros fundadores siempre pensaron que la tarea del creyente no se reduce a la salvación individual de su alma, olvidando al prójimo y huyendo del mundo secular. Los jóvenes falangistas de los años treinta así, en alguna medida, se anticiparon al Concilio Vaticano II. Tres presidentes de Chile, inspirados en estos valores, lo han servido con eficacia.



Por cierto, la DC nunca se sintió cómoda con ciertas formas de secularismos que anunciaron la muerte de Dios. Tales profecías decimonónicas han demostrado su total invalidez en buena parte del planeta. El siglo XX finalizó con nuevas y viejas formas de espiritualidad y religiosidad, tanto en el mundo rico como en el pobre. Tampoco la DC se siente cómoda ante el individualismo.



Apreciamos como positivas la libertad, la autonomía, la privacidad y la dignidad personales. Pero rechazamos el olvido de toda noción de deberes y responsabilidades respecto de las comunidades.



Carlos Peña sabe muy que una parte importante del debate de la filosofía política anglosajona de los años setenta, ochenta y noventa estuvo marcado por la crítica comunitaria y republicana al liberalismo. Si la legítima individuación, nosotros la llamamos personalismo, no va acompañada del fortalecimiento de las identidades y las pertenencias comunitarias surgen la anomia, la soledad y el sin sentido. Fenómenos que se observan lamentablemente en muchas sociedades opulentas del mundo y que el articulista parece no apreciar.



Igual cosa podemos decir de la actitud demócrata cristiana respecto del consumo. Consumir para poder vivir y vivir bien, nos parece parte de la dignidad de toda persona humana. Sin embargo, no se nos escapa que, según el Informe del PNUD 2002, más del 42% de los chilenos de estratos bajos consumen sólo para sobrevivir. Un 13% del total de entrevistados, se caracteriza por un consumo esforzado en pos de un mejor bienestar. Un 20% son de estratos más bien medios que consumen para ser más, buscando atacar sus inseguridades buscando reconocimiento social en los objetos que poseen y exhiben. Y un 26% del total consumen para gratificarse.



Aquí reside nuestro malestar: en la desigualdad escandalosa del acceso al consumo y en que una pequeña porción de los chilenos se consuma en el consumismo.



Respecto al actual papel del Estado chileno, que duda cabe que la DC se siente incómoda. No nos gusta la mala distribución del ingreso y de los frutos del desarrollo; reclamamos en contra de una estratificación social y cultural que repugna a una sociedad civilizada, y una concentración económica que no se da en los países en que el proyecto socialcristiano, socialdemócrata y del liberalismo igualitarista ha llamado economía social de mercado.



Creemos, como lo sostienen por lo demás el PNUD y el Banco Mundial, en un Estado que tengan los poderes y recursos suficientes para cumplir con eficacia su papel; en mercados competitivos y adecuadamente regulados y en una sociedad civil fuerte y pluralista. Chile ha avanzado mucho, pero debe avanzar mucho más en estas materias.



Bien por el derecho a la crítica que Carlos Peña ejerce a través de El Mercurio, pero para que ella enriquezca la esfera pública debe ser ciertamente más ilustrada y equilibrada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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