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La desigualdad en boca de todos


Los graves problemas de desigualdad en Chile y particularmente una de sus más nefastas consecuencias -la pésima distribución del ingreso- ha estado en boca de todos durante los últimos meses. Los presidenciables hablan de ella como la gran deuda nacional y la levantan como idea fuerza de su campaña. El presidente Lagos le dedicó un gran espacio en su discurso del 21 de mayo y se multiplican los seminarios y los debates en donde se proponen medidas para remediarla.



A pesar que se reconoce que este es un problema que sólo se puede remediar a largo plazo, se habla de la desigualdad con soltura, con ligereza, con desconocimiento. Por lo mismo, considero necesario clarificar un conjunto de puntos que creo son esenciales para enriquecer el debate y hacerlo más realista y sincero.



En primer lugar, Chile siempre ha sido un país desigual. Desde un principio se repartieron desigualmente las tierras y los dueños de ellas atesoraron riquezas que les permitieron formar instituciones sociales y políticas que aseguraban sus intereses, generando además influencia sobre la institucionalidad gubernamental para que de ella nacieran políticas redistributivas convenientes a un pequeño grupo cerrado, a una elite.



Estos sesgados arreglos institucionales han sido el insumo fundamental para la realidad de nuestro actual sistema educacional, del sistema de salud o del mercado del trabajo. El hecho de que tengamos una educación para ricos y otra para pobres, un Fonasa y un sistema de Isapres, empleos de primera y segunda categoría, jubilaciones dignas sólo para un pequeño segmento de la población y un esquema tributario regresivo es un fiel reflejo de nuestra historia social.



En segundo lugar, el problema de la desigualdad ha sido un tema generalizado de reflexión sólo en el último tiempo, principalmente por las presiones internacionales de informes del Banco Mundial o de la OECD que ubican a Chile entre las naciones con peor distribución del ingreso en el planeta. ¿Por qué no era un tema de debate nacional en los años anteriores?



En tercer lugar, los economistas han monopolizado el análisis y las propuestas en relación con esta problemática. Como también existen factores culturales, sociológicos e históricos que son explicativos de la desigualdad, las recomendaciones resultan débiles, ya que no se incorpora la opinión de las otras disciplinas.



En cuarto lugar, considero que la desigualdad se hace aún más grave cuando está asociada a condiciones de pobreza. Es preocupante que el 10% más rico de la población genere ingresos 35 veces más altos que el 10% más pobre, como ocurre actualmente. Es aún más de cuidado cuando este escenario convive con el hecho de que en el 60% de los hogares chilenos los ingresos no superan los $350 mil, síntoma de precariedad.



En quinto lugar, si observamos el menú de soluciones y políticas entregadas por todos los sectores políticos para combatir la desigualdad, podemos encontrar un punto en común: Prácticamente nadie apunta a las causas que la originaron, porque son dolorosas e incomodan. Existe una desigual distribución del poder y una deficiente utilización de éste. Existe una matriz cultural de la desigualdad, que se expresa en la disposición a pagar salarios bajos, en la discriminación, en las relaciones sociales cotidianas, en la separación de ricos y pobres en distintos barrios.



En resumen, más allá de las soluciones sectoriales para enfrentar de manera seria este problema nacional vamos a tener que ceder. Descentralización, desconcentración de los medios de comunicación, democratización de las instituciones, un escenario para que trabajadores y empresarios negocien en igualdad de condiciones, en fin, empoderamiento de la ciudadanía y reorientación de la manera como ejercen el poder quienes acumulan mayores ingresos.



Si algún sector político o de la sociedad civil plantea este escenario, sólo recién podremos creer que su discurso sobre la desigualdad no es una moda, sino que le incomoda.




Marco Kremerman. Economista, Fundación Terram.



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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