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Don Quijote y don Sancho Panza


José Ortega y Gasset, un joven filósofo español educado en Alemania, publica en 1914 «Meditaciones del Quijote». No se trata de una crítica literaria de la obra de Don Miguel de Cervantes. Se trata de un «bucear», es decir, de realizar una profunda inmersión en las aguas de lo propio, en las corrientes profundas de la realidad y alma nacional. España vive en una crisis política, social y económica que terminará desatando una guerra civil de un millón de muertos. El filósofo pone todo su ser, razón y pasión, inteligencia y sentimiento, al servicio de la salvación de tan trágicas circunstancias. El sabe bien que «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no la salvo yo».



En esas circunstancias Don Quijote es el hombre de la posibilidad, pues España pudo ser otra cosa y aún puede serlo. Sí, es cierto, la España grande, bella y justa aún no lo es, pero existe realmente en tanto imaginada por un puñado de hombres y mujeres libres que poseen una indomable voluntad de aventura. Esa voluntad parte de la realidad, pero se sumerge en lo ideal que siempre es lo imaginario. Don Quijote es así, hombre de aventura, que la quiere de tal manera que las transforma en lo real. Es un hombre de frontera entre la España que es y la que está llamada a ser. Sabe querer y se deja poseer por apasionante querencia.



Quizás no haya proyecto posible que recomponga la dura y mala realidad, «pero es un hecho que existen hombres decididos a no contentarse con la realidad. Aspiran los tales a que las cosas lleven un curso distinto: se niegan a repetir los gestos que la costumbre, la tradición, y, en resumen los instintos biológicos le fuerzan a hacer. Estos hombres llamamos héroes. Porque ser héroe consiste en ser uno mismo». Don Quijote vive una vida trágica, puesto que de tanto forzar las duras cosas presentes en búsqueda del ideal futuro, «tiene medio cuerpo fuera de la realidad». Su vida se desarrolla en el desgarramiento de un cuerpo adherido a la materia pero proyectado al ideal. Por ello el héroe necesita de Sancho Panza para que su tragedia no se transforme en comedia. Necesita del áspero arte de volver a las duras realidades de cuando en vez. Los ideales no son realidades, pero fuerzan a la realidad para realizar lo que ella puede ser, está llamada a ser. Y en tal aventura siempre es necesario el buen escudero. Pues no basta con querer, se requiere saber mandar la realidad, apropiándose de ella en sus posibilidades y límites.



Vayamos pues del ideal a la realidad nacional. El Chile de 1968, de tanto pedir decir, con dudosa originalidad, «seamos realistas, pidamos lo imposible», se cargó de ideología. De tanto amar nuestras ideas como bellas, buenas y verdaderas comenzamos a despreciar las ideas de los demás. De tanto convencernos que nuestros ideales eran sinceros y justos, nos olvidamos de la dura crítica que hace la realidad al sueño. Nos dejamos poseer por la imperiosa necesidad de acabar con las injusticias pagando el precio que fuese necesario para ello, incluso el de la violencia. Y así, de nuestros ideales nacieron pesadillas y la tragedia se desencadenó. Tal actitud ideológica extrema no sólo caracterizó a los movimientos de izquierdas de los años sesenta. El socialcristianismo siempre poseyó rasgos utópicos, aunque no violentos. También el ideologismo envolvió y dominó al pensamiento de derechas que hizo dogma del neoliberalismo y de la seguridad nacional. No trepidaron en imponer, por la vía armada, sus ideas.



De este doloroso aprendizaje se ha nutrido y nutre la transición chilena y latinoamericana a la democracia. Nunca más vías armadas para imponer supuestos benéficos ideales que, sabemos, no llegarán jamás por tan tortuoso y torcido camino. Nunca más sueños que olviden la realidad y terminen convertidos en cómicas y desastrosas aventuras. Cierto, muy cierto. Pero, Ä„Ä„cuidado con la ley del péndulo!! Que olvidando a Don Quijote nos transformemos en cultores y seguidores de un «sanchopanzesco» estilo de vida personal y comunitario. Ä„Ä„Vamos, que todos los americanos somos hijos del loco sueño de un marino llamado Cristóbal Colón!!



Tengo en mi oficina una reproducción del bello grabado de Don Quijote y Sancho, pintado por Picasso. Junto a él se encuentra otro dibujo de una toldería mapuche de 1861. Ambos me recuerdan mis raíces chilenas. Estoy orgulloso de ambas. Don Quijote es el idealismo que hace añicos la realidad, cuando ésta se transforma en maldito conformismos de las injusticias y miserias del presente. La aventura por combatir las injusticias y desigualdades de hoy es otra forma de vivir la realidad. Don Sancho me recuerda que el imprescindible y buen espíritu práctico nunca debe dejar de acompañarnos. Lealtad como la suya no se ha visto ni se verá. Por eso, cada día los observo agradecido y con Joan Manuel Serrat les ruego a ambos que me hagan un sitio en sus monturas. De Lautaro aprendí del amor a la tierra propia y a la libertad personal. La vida no se puede vivir sin lo propio ni fuera de lo propio. Pero aún cuando tengamos propiedad y familia, si ellas las poseemos sin libertad, ¿nos llevarán a la felicidad? Y si contando libremente con el abrigo de lo propio y el afecto de los nuestros, ¿podremos vivir tranquilos si a tantos les falta tanto para poder decir que son igualmente libres y dignos que yo y los míos?



Ideales y realidades, de eso está hecha la vida. Gracias a Dios.



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Sergio Micco, abogado y cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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