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El valor de la palabra empeñada


Caminando por la plaza de armas de Lima, en julio, después de ser recibido por el Presidente del Perú, Alejandro Toledo, mi amigo Amedh Bujari, embajador de la República Árabe Saharaui -y alto representante del Frente Popular por la Liberación por la Saguia El Hamra y el Río de Oro conocido como Frente Polisario-, me relató, después de mucha insistencia de mi parte, la historia de sus largas y pacientes gestiones, encuentros y desencuentros con el Chile democrático, en busca del reconocimiento para su país.



Al volver la democracia a Chile, en 1991, el embajador Bujari había sido recibido por el recién electo Presidente, don Patricio Aylwin, y por su canciller Enrique Silva Cimma, con el propósito de concordar dicho reconocimiento. Sus encuentros con los más altos dirigentes de la Concertación habían reafirmado el esperado reconocimiento. Durante años, las fuerzas democráticas chilenas y el Frente Polisario habían forjado una sólida relación basada en la solidaridad mutua: Por una parte, los saharauis brindaron su apoyo a nuestra lucha democrática y, a su vez, los chilenos le entregábamos nuestro irrestricto apoyo a su lucha por su autodeterminación e independencia nacional.



Encontrándose en Santiago, Bujari recibió una auspiciosa llamada de un fiel y viejo amigo de su causa, el ex canciller Clodomiro Almeyda, quién quería ser el primero en darle una buena noticia: En las primeras horas del día siguiente, Chile procedería a otorgar su reconocimiento oficial a la República Democrática Árabe Saharaui. Sin embargo, cuál sería la sorpresa de los diplomáticos polisarios, al ser notificados que, pese al anuncio previo, el gobierno chileno no reconocería a su país, sino que solo expresaría un protocolar respaldo al proceso de organización del referéndum de autodeterminación auspiciado por la ONU, previsto por el Plan de Paz para el Sahara Occidental. El que contempla la acción de la Minurso, desplegada en la zona para interponerse entre la zona ilegalmente ocupada por Marruecos y el territorio controlado administrativa y militarmente por el Frente Polisario.



El principio de autoderteminación e independencia ante la colonización parecía ceder ante una posible «razón de Estado», hasta ahora, inexplicable.



Así quedaron las cosas, para consternación de los saharauis y sorpresa de amplios círculos políticos y sociales internacionales, quienes, conocedores de la enorme, diversa y plural solidaridad recibida por la causa chilena, no comprendían qué podía haber pasado que pudiera explicar semejante contradicción.



Con la elección del segundo gobierno de la Concertación, encabezado por el Presidente, Eduardo Frei Ruiz Tagle, nuevos diplomáticos saharauis volvieron a Santiago, incluyendo su canciller Mohammed Uld Dalek, con el objetivo de reanudar las negociaciones. En agosto de 1999, por unanimidad de la Cámara de Diputados de Chile, se aprobó una resolución que solicitaba al Ejecutivo reconocer a la República Árabe Saharaui.



Todo pareció quedar resuelto cuando, a fines de octubre de ese año, el representante Saharaui en Nueva Cork fue informado de que el gobierno de Chile procedería a reconocer a su país, para lo cual le invitaba a concordar una fecha para la realización de la ceremonia oficial, la que tendría lugar en la Misión de Chile ante la ONU.



El día previo, el embajador Saharaui recibió un llamado de un diplomático chileno solicitándole una bandera de su país para ser puesta junto a nuestro pabellón nacional, situación que retrasó en un día la ceremonia programada. Al llegar con la bandera de su país, los saharaui fueron informados que la ceremonia se postergaría por tres días, plazo que pronto se extendería nuevamente cuatro más. El argumento esgrimido para su postergación era que un representante personal del monarca de Marruecos viajaría a Chile a expresar su previsible desacuerdo ante el reconocimiento ad portas: Los diplomáticos chilenos precisaron que dicha visita sería recibida por razones de cortesía, pero que la decisión de reconocer a la RASD estaba tomada y no habría vuelta atrás.



Un buen día de noviembre de 1999, en Santiago, un alto diplomático entregó oficialmente a un embajador saharaui una carta con fecha 30 de ese mes, suscrita por el canciller de Chile, y dirigida a su par de la RASD. La carta ponía fin a una larga espera, informándole que por especial encargo del Presidente de Chile, tenía el alto honor de comunicarle que el gobierno había decidido reconocer a la República Árabe Saharaui Democrática.



El canciller indicaba en su misiva que tal decisión se fundaba en la tradicional adhesión de Chile a los principios de libre determinación de los pueblos y de pleno respaldo al inalienable derecho a la independencia de los países y pueblos coloniales. Sin embargo, a continuación, proponía la postergación de la implementación práctica del anuncio, en vista de la próxima celebración de elecciones presidenciales, por lo cual la nota planteaba posponer para una vez asumido el nuevo gobierno la suscripción del protocolo que, de acuerdo con la Convención de Viena, regularía las relaciones entre los respectivos países.



De este modo, aunque el reconocimiento a la RASD hubiese sido explícitamente acordado, y oficialmente transmitido, el mismo volvía a quedar diferido en su materialización para una fecha indeterminada. De hecho, esta es la situación que inexplicablemente impera hasta el día de hoy.

Desde entonces, y hasta ahora, los saharauis siguen enfrentando en Chile una circunstancia imposible, representada por un compromiso no negado, pero que tampoco llega a ser honrado.



Una situación semejante que debiera ser inmediatamente corregida. No se cautela el interés del país ni se honra el valor de la palabra empeñada permitiendo que semejante confusión se mantenga en el tiempo. Tal circunstancia se contradice con nuestras tradiciones, en cuanto al fiel cumplimiento de los compromisos, libre y soberanamente adquiridos. Por otra parte, se aleja de los valores y principios que Chile ha procurado respaldar y que forman parte de su política exterior como nación independiente. Como es el tema de la autodeterminación de los pueblos y el apoyo sin reservas a los procesos de descolonización.



No creo necesario argumentar nuevamente en favor del reconocimiento de Chile a la Republica Árabe Saharaui Democrática. Me remito a los altos principios sobre la autodeterminación y el inalienable derecho a la independencia de los países y pueblos coloniales, consignados con mucha claridad en la carta del ex canciller Juan Gabriel Valdés.



Hay también importantes razones culturales, pragmáticas, y de coyuntura internacional. Los saharauis son el único pueblo árabe en el África que es hispano parlante. La RAS, como estado miembro de la Organización de Estados Africanos, hizo aprobar el español como una de sus lenguas oficiales. En un mundo cada vez más globalizado, como sudamericanos inmersos en procesos de constitución de bloques regionales, en nuestra relación con países árabes y africanos, esto debería importarnos.



La República Árabe Saharaui es reconocida hoy por un importante número de Estados de África, Asia y Oceanía. En América Latina, por la totalidad de los Estados del Caribe, Cuba, México, Venezuela, Panamá y Paraguay, entre otros. Para la mayoría de esos países, su reconocimiento no ha generado ninguna dificultad diplomática con el Reino de Marruecos, ya que coexisten embajadas de ambos países.



Los saharaui tienen un inmenso potencial marítimo. En su territorio se concentran grandes yacimientos de fosfato y petróleo. Tienen una relación estratégica con Argelia, país con el cual nos unen grandes lazos de amistad y que hoy representa un importante y creciente intercambio comercial y de inversiones en el ámbito energético para Chile.



El referéndum de autodeterminación debió efectuarse hace ya más de trece años. Pese a los esfuerzos de Naciones Unidas, la situación y sus posibilidades de realización se encuentran bloqueada por parte de Marruecos. Previsiblemente, el referéndum nunca tendrá lugar. No mientras Marruecos persista en obstaculizar su realizaciónn al adivinar su previsible y adverso resultado para sus pretensiones anexionistas. Así lo han manifestado claramente al Secretario General de la ONU, y así lo asume la comunidad internacional que ve con preocupación la eventualidad de la reanudación de las acciones militares, en vista del fracaso de la negociación diplomática.



Las graves violaciones a los de derechos humanos que afectan a prisioneros de conciencia saharaui, requieren de una defensa inequívoca por parte de Chile y de la comunidad internacional.



Los chilenos fuimos objeto durante muchos años de la solidaridad internacional. Nuestra causa por la recuperación de la democracia en Chile traspasó nuestras fronteras. En los lugares más remotos, como el Sahara Occidental, Chile simbolizó el valor democrático y de transformación de un pueblo digno. No podemos ser insensibles ante una de la últimas luchas por la descolonización y la soberanía del siglo XXI.



Confío en que el actual gobierno de Chile sabrá asegurar la continuidad de una política de Estado, actuando de acuerdo a principios y al valor y cumplimiento de la palabra empeñada. Procediendo a reconocer, en el más breve plazo, a la República Árabe Saharaui.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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