Publicidad

La herida de Chile no se cierra con un indulto


Querido presidente:



Su decisión despertó resistencia inmediata. Rechazo. Estupor. Confusión, por decir lo menos. Para bien o para mal, éste será recordado como un gesto de despedida suyo. Hasta Michelle Bachelet dijo estar «desconcertada», como buena parte de la Concertación. ¿Pero qué más podría decir ella si está en campaña, si es de su partido, si fue ministra suya y será la próxima Presidenta de Chile?



Antes de seguir, ¿necesito reiterarle lo orgullosa que he estado desde el primer día, como muchos otros, de que usted sea mi presidente, el de todos los chilenos? Sí, estoy lejos pero Chile me importa. Y mucho. Sigo los llamados acontecimientos, lo mejor de lo nuestro, con dedicación y porfía, como un médico minucioso que le toma el pulso a su paciente para ver cómo evoluciona. Dicen que el país se ve con más claridad desde lejos. Como las personas. Y pese a la distancia y a la ausencia aún recuerdo ese derecho que voceamos tantas veces durante la dictadura, reclamado como slogan por la Revista Apsi: el derecho a no estar de acuerdo.



Por medio de esta columna, presidente, ejerceré ese derecho.



Había que mandar una señal potente para comenzar a dejar las cosas en el pasado, cito sus palabras. Hasta ahí estamos de acuerdo: potente fue. ¿Y no fue usted quien dijo que no hay mañana sin ayer? ¿Cuándo se construye el mañana con el ayer y cuando se botan la memoria, el dolor, la responsabilidad penal y ética como si fueran prendas que ya no sirven y mejor aligerar la carga para llegar más liviano y despedirse sin sobrepeso?



Difícil pensar en el mañana cuando el ayer se cuela en la memoria y uno no necesita recurrir a la internet para recordar que a Tucapel Jiménez, a nuestro querido «don Tuca», un dirigente sindical tan querido, le metieron una bala en la nuca, le rebanaron la garganta -quisiera creer que fue en ese orden- y lo dejaron para que se desangrara en medio de un camino polvoriento en pleno verano.



El suboficial (R) de Ejército Manuel Contreras Donaire está condenado a ocho años como autor material del asesinato. Llevaba casi seis entre rejas y gracias a usted salió en libertad condicional por razones de salud, dice la prensa. Y porque cumplió órdenes. No entiendo. ¿El que las haya cumplido en el marco de la obediencia debida mitiga su responsabilidad? ¿Para quién fue este gesto potente e indispensable? Los protagonistas de la dictadura militar, sus ideólogos, sus cómplices, los autores y encubridores de tantos crímenes no han mostrado un gesto de arrepentimiento en todos estos años; más bien se han vanagloriado de sus actos. La explicación más manoseada es que esto se dio en un contexto de guerra civil, de enfrentamiento y, si fuese necesario, lo volverían a hacer. Ellos no necesitan dejar nada en el pasado, presidente, porque nunca lo han asumido. Para ellos sí hay futuro sin ayer.



La ausencia de un gesto también es una señal potente.



Según ha dicho, usted quisiera explicarle en persona y en privado a Tucapel Jiménez, hijo, su amigo, por qué hizo lo que hizo. ¿Qué le dirá, presidente? ¿Cómo convencerlo de que este indulto fue lo correcto, un gesto indispensable, que nació de un corazón inteligente y misericordioso, inspirado en el «interés superior del país»? Disculpe mi atrevimiento pero ¿escuchó a Jiménez junior cuando dijo que su decision fue una bofetada para la familia? No lo podría haber dicho mejor porque hasta a mí me llegó el golpe en plena cara. La mejilla todavía me duele; el alma también. Yo también necesito escuchar sus razones. Al igual que el país.



Sí, el indulto causa «molestias».



Después de tanto dolor, de tanta memoria prohibida, de tanta vida arrebatada, ¿qué se lleva la familia Jiménez Alfaro para el futuro? ¿Cómo se le cuenta la historia a los hijos y a los nietos? Difícil optar por la esperanza, la paz y la justicia cuando el asesino de Tucapel Jiménez padre está ahí, de vuelta en su casa, en la misma ciudad, en la pantalla del televisor, a una llamada telefónica, a diez minutos en auto.



El indulto, dice el diccionario, es una gracia o privilegio concedido a uno para que pueda hacer lo que sin él no podría. En este caso, ¿a quién beneficia de verdad? Contreras Donaire no puede ni siquiera levantar la cara, alzar la mirada, articular palabra. Lo único que queda por decir -si algo de humanidad guarda- no sale de su boca. La vida le cae encima, gota a gota, horadándole el alma, dura como piedra. El podrá regar su jardín o ir al supermercado pero la verdadera libertad la perdió hace mucho tiempo y el indulto no se la devolverá.



Lo invito a un ejercicio, presidente. Cierre los ojos. Usted entra al living de una casa común y corriente en Santiago. Ahí no está Tucapel junior sino una pareja de ochenta y tantos años, chilenos, ambos super concertacionistas. No lo dicen, claro, pero tienen sobre sus espaldas más pasado que futuro. Y mucho dolor. Hace casi 30 años, perdieron a su hija mayor, María Cecilia Magnet Ferrero, socióloga, ex militante del Mapu. Ella y su marido, el médico argentino Guillermo Tamburini, fueron secuestrados en Buenos Aires, el 16 de julio de 1976 y pasaron a engrosar la lista de los detenidos-desaparecidos. Sus cuerpos no han sido encontrados. Tampoco los responsables.



Mi hermana Cecilia tenía 27 años. Usted debe conocer la historia y perdóneme que se la resuma de nuevo. Quizás me quedé «pegada en el mismo tema», como me dijo un día una periodista que se dice socialista.



No abra los ojos, presidente. Imagine que le toma las manos a mi madre y le explica por qué decidió indultar a quien asesinó a mi hermana y a mi cuñado. Y luego le asegura a mi padre que se trata de un gesto indispensable para que los chilenos no se queden en el pasado. Para terminar, dígale a los dos que tendrán que respetar su decisión por lo que les queda de vida para que el país pueda seguir adelante. Y ellos también.



Ahora, abra los ojos, presidente, y mire a mi madre y a mi padre.



El desafío de la verdadera reconciliación pasa por hacer del dolor ajeno el propio. Le digo esto porque no faltará quién concluya: «Ella habla así por lo que le pasó a su familia.» Ese es el verdadero drama nuestro: no conoceremos nunca la verdadera reconciliación, la auténtica paz, si no somos capaces de entender que la reparación sólo será posible cuando la entendamos como una tarea de país, en la cual nadie sobra. Porque el ser solidarios en el dolor y en la responsabilidad nos beneficia a todos. Porque es un imperativo colectivo que nos permitirá sanar, a punta de voluntad y compasión, y no con el brochazo de una firma. La herida de Chile no se cierra con un indulto como parche.



El plural y no el singular será el número que nos llevará a apostar auténticamente en un futuro. Cuando mi dolor sea su dolor, cuando su mañana sea el mío, cuando cada uno entienda que lo que le pasó a mis padres, a mí, a mis hermanos, a su amiga, a su vecino podría haberle sucedido a cualquier chileno; cuando comprenda que esta historia no puede repetirse nunca más, cuando nos podamos mirar con ojos limpios, podremos empezar a dejar atrás el pasado. Y echarnos a andar, ligeros de equipaje, con lo justo y necesario. Esa será una señal potente, unívoca, con la cual nadie se podrá confundir ni desconcertar. Ese será un gesto que sólo sumará voluntades, en vez de restarlas. Para entonces ya no será necesario ningún indulto. Para entonces habremos construído nuestra gracia, nuestro privilegio para hacer lo que nosotros queramos.



Un abrazo,
Odette Magnet, periodista.
Washington, D.C., 20 de agosto de 2005



_______________


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias