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Binominalismo: El sistema del odio


Como nunca hay que llegar a un acuerdo para transformar el sistema binominal o vamos a ser un país de «sentidos» con la política, odios profundos, exclusión, inmovilismo y oportunismo.



Recordemos que este mecanismo se ideó para excluir a las minorías y asegurar la estabilidad de dos bloques, a partir del «empate» de la coalición que tiene en torno al 40% frente a aquella cuya votación fluctuado en 55% (empate, porque leyes clave requieren votaciones con elevados números).



Todo es subestimar el cambio de las elites -la revalorización de la democracia-, que es lo que hace a un sistema estable. Además, ya lo dijo el politólogo Arendt Liphart en Chile hace quince años, países como Bélgica u otros, con sistemas proporcionales, también logran estabilidad.



El binominalismo es diametralmente distinto al uninominalismo mayoritario de americanos e ingleses, donde se elige uno en pequeños distritos para diputados y otro en las regiones para senadores. Es uno cada cuatro años (el otro senador cada cuatro). En estos sistemas, sobre todo en Estados Unidos, hay primarias legales en los partidos y, por tanto, competencia.



En Chile, en cambio, es una locura del odio. Se mira más al compañero de lista y se busca la diferenciación. O, como he visto en la Alianza por Chile, algunos casos de lavinistas profundos convertirse en piñeristas porque Lavín no logró protegerle el distrito o priorizarla.



Los congresos partidarios, como el último Consejo del PPD- aunque se avanzó en reinstitucionalizar decisiones-, se centran en la selección del candidato y una mezcla de estados de ánimo, alianzas y visiones puntuales pueden decidir la suerte de una candidatura.



La gente me pregunta en la calle por la discusión si en la Sexta irá nuestro Aníbal Pérez o Juan Pablo Letelier. O Moreno o Latorre. Ni siquiera la derecha se abrió a algo que planteó un sociólogo chileno-americano, Samuel Valenzuela, de permitir el doble de candidatos (cuatro) por coalición para que la gente pudiera optar.



Tampoco tenemos en nuestro sistema de partidos un esquema obligatorio de primarias ciudadanas, y hemos fluctuado entre primarias partidarias (el acarreo), la imposición de las encuestas y los acuerdos cupulares o de entes colegiados.



Valiente fue el director de La Segunda, Cristián Zegers, a propósito del debate entre Viera-Gallo o Navarro, al recordar en una editorial que la vieja democracia permitía que el elector optara entre varios candidatos de un sector, mezclándose las propias opciones internas de los partidos.



Así los penquistas podrían elegir entre príncipes o mendigos, veterinarios o sindicalistas (el drama del PPD en Aisén entre el diputado Sánchez y el challenger obrero de la construcción y ex concejal, René Alinco), parlamentarios más articuladores-legisladores o los que enfatizan agendas y demandas ciudadanas. La democracia requiere de ambos, pero el ciudadano debiera optar, no una encuesta en los márgenes.



Además, la exclusión del PC y otras alternativas se vuelve inmoral y anti-estabilidad.¿Cómo relevar las agendas políticas y el camino de la política ante los grupos que ven sus visiones excluidas? Además, en los sistemas mayoritarios, como en Alemania, la norma es tener al menos el 5% del electorado (el Podemos se moverá en el 7%), y existe el segundo voto para un número de parlamentarios nacionales donde se representan las visiones minoritarias que «enriquecen el debate» (¿no fueron Los Verdes los que sensibilizaron al SPD? o ¿Los Liberales los que abrieron a la DC?).



Hay un camino ahora. Se sacó de la Constitución el sistema electoral, pero se necesita un gran consenso para hacer una nueva ley electoral o que RN, de una vez, se discipline y apoye la reforma. Espero que el Presidente Lagos envíe ahora la ley y lo hagamos, aunque quede para cuatro años más. Pero hay que dar oxígeno y dejar de temer una hecatombe de las coaliciones.



Por el principio de la supuesta «estabilidad» por «obligación electoral» estamos desligitimando la política y pervirtiendo la representación, cuestiones esenciales a la democracia. Y además, entre nosotros, cunde el odio.



En mi caso, con legitimidad un grupo socialista reclama que Rancagua debiera tener candidato socialista por su pasado. Quieren tener su candidato, pero el sistema no los deja, o quizás podrían, en la hora de las compensaciones. Pero, de verdad, ése no es punto (ni el susto); lo esencial estriba en que las visiones se «representen» y eso se logra con un sistema proporcional, o con una drástica reforma en los partidos y coaliciones que obligue a procesos de consultas ciudadanas previas. Menos miedo y más libertad para que no exista la sospecha permanente sobre el origen de los representantes.



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Esteban Valenzuela es diputado del PPD

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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