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Saber esperar


Un hombre sabio me recordó el discurso de un gran tribuno, un atardecer de 1958. El orador, recién derrotado su candidato presidencial y amigo personal, preguntó a la entristecida asamblea: «¿Cuál es el precio de la victoria?» Y contestó entusiasmado: «Saber esperar». Y mientras avanzaba delineando los contornos del Chile que amaba, elevaba el tono gritando: «¿Cuál es el precio de la victoria?» Y la audiencia comenzó a responderle: Ä„»Saber esperar»Ä„ Así arrebató a sus oyentes que siguieron trabajando. La victoria finalmente les sonrío en un primaveral septiembre de 1964 e hicieron historia. Sin grandeza de alma, constancia y perseverancia nada grande haríamos en nuestras vidas y pueblos. Por eso, cuidado con vivir conformándonos con los pequeños placeres del día a día. Y repudiable es una elección presidencial y parlamentaria dónde no tengamos más norte que la inflación, el crecimiento o el imacec de pasado mañana. Así no se construye nada grande.



Sin nuestras hermanas la constancia y la perseverancia nada grande haríamos en nuestras vidas. ¿Quieres ser profesional? Lo siento, pero habrás de estudiar doce años en el liceo y unos cinco años más en la universidad para recién tener un diploma que acredite que puedes empezar a serlo. ¿Quieres amar para toda la vida, envejecer con tu pareja viendo crecer a tus hijos y nietos? Pues tienes toda una vida por delante para alcanzar tan alto ideal. ¿Quieres vivir en una patria justa? Necesitarás mucha fuerza de ánimo, grandeza de alma, pues lo cierto que ese ideal bien puede consumir toda tu vida y no alcanzar a ver siquiera la tierra prometida. Es cosa de niños creer que todo lo podemos tener aquí y ahora. Vamos, anímate, que estás hecho para cosas grandes. Eres hombre y mujer libre, tocados por la eternidad y deseosos de absoluto.



El campesino bronceado por el sol del verano y endurecido por las lluvias del invierno sabe bien que entre la siembra y la cosecha hay una larga espera de por medio. No tiene sentido apresurarse. Por eso hay que hacer como decían los romanos «Sin prisa pero sin pausa». No hay camino demasiado largo para el que se toma su tiempo y que avanza lenta pero sostenidamente. Pues incluso la más larga marcha empieza con un paso, el primero. Los logros importantes de la vida se consiguen a largo plazo, tras cien mil fracasos y un millón de esfuerzos monótonos, fatigosos y rutinarios. ¿Y quién te dijo que poco te costaría? Que hay que ser filósofo para saber que «Nunca mucho costo poco».



Carlos Díaz, maestro de filosofía, me inspira con su «Humildad paciente». Hay que tener grandeza de alma para empezar a caminar o acometer una empresa magnífica, magna, extraordinaria como ser padre, fundar una empresa, formar alumnos, en fin. Sí, grandeza de alma pues al partir se sabe que la meta está tan lejos que es muy fácil desanimarse y renunciar. A esa grandeza de alma deberá sumarse su hermana la constancia. Esta constancia es la virtud de permanecer en el bien, a pesar de la miseria personal y el mal siempre presente en el mundo. Y luego la perseverancia se deberá unir a la caminata que es la vida guiada por altos ideales. Permanecer día a día en el camino, inquebrantablemente y sin desfallecer es signo del perseverante La fuerza del comenzar, la constancia en el amar y la perseverancia en el continuar abren la historia.



Carlos Díaz te invita, cuando te vengan las dudas de si serás capaz, a leer la bitácora de Cristóbal Colón.



«Hoy continuamos trabajando».
Las tormentas golpeaban las carabelas.
«Hoy continuamos trabajando».
La Pinta se desarmaba.
«Hoy continuamos trabajando».
Había hambre y oscuridad. El motín se hacía inminente.
«Hoy continuamos trabajando».



Lo que es cierto en la grande, es también cierto en lo pequeño. Mi hijo Antonio, de cinco años, me espera en su habitación. De nuevo a leerle «Kiwala la llama y la luna». Todas las noches, las mismas palabras y las mismas figuras. Ya llegará el día que él lea y pronuncie correctamente. Ya llegará la tarde en que se atreverá a andar sólo en bicicleta. Ya llegará la noche en que no se pase a nuestra pieza, moliendo a patadas a sus padres. Por mientras, dejarle todo el tiempo del mundo para que realice la pequeña tarea que lo llenará de orgullo como meter el botón en el ojal. No me convertiré en un devorador de su infancia apurándolo. Tomarlo de la mano, como ayer lo hicimos con Sebastián, Esteban y Fernanda. Avanzar un paso para entrar en su mundo y dejarnos llevar por él, a su ritmo. Avanzar así durante quince años más. Y si Dios lo quiere, verlo convertido en un muchachote hecho y derecho. Ä„Ä„Qué importa lo que debamos esperar para ello!! Atreverse a formar familia, perseverancia y constancia en el camino y saber esperar. Sólo así se alcanza la felicidad personal, familiar y la de los pueblos.





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Sergio Micco Aguayo, abogado y cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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