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Camilo o la necesidad de exorcizar los demonios

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Hace unos días conversaba con el senador electo Camilo Escalona -para muchos socialistas simplemente Camilo- y le pregunté si preparaba pollo a la leche de coco, mientras comíamos en el «Bar 18», ese que está entre la CUT y la FECH. Cuando pensé en el lugar, la pregunta me pareció tan superflua como aquel denostable reportaje de la revista El Sábado hace unas semanas, que burdamente trató de hacer un perfil del bacheletismo desde códigos tribales más propios de una publicación festivalera.



Es un hecho cierto que en abril los socialistas seremos convocados al proceso democrático de elegir la dirección que tendrá la tarea no menor de colaborar, de manera decisiva, con el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet.



Para nosotros esta elección -perdonen la auto referencia- tiene como se diga y como se quiera leer un carácter especial: el 11 de marzo es probablemente uno de los hitos históricos más notables de la transición inconclusa y definitivamente, más honesto que la pretensión de la nueva Constitución predicada en septiembre pasado. Ese día, tal como un 24 de octubre de 1970, una militante socialista asume la Presidencia de la República.



Ese dato no es menor y no debiera ser puesto debajo de la mesa al momento de definir la nueva dirección socialista.



Espero haber leído mal, espero honestamente estar con problemas de comprensión de lectura y espero profundamente que el senador Carlos Ominami haya sido tergiversado, pues sostener que no estará en ninguna opción en la que esté Camilo, es un acto de profundo desprecio por el otro y por quien, raramente, está en una controversia insalvable.



De igual modo, debieran abstenerse de dirigir el Partido Socialista todos aquellos que arrugaron la nariz cuando imaginaron un senado con Camilo, Navarro y Pedro Muñoz, pues con toda franqueza sostenían -en privado- que estos tres parlamentarios eran demasiado «pop», por decirlo de una manera delicada.



Satanizar a Camilo le ha funcionado a la derecha durante largos años. Pero mantener esa satanización hoy -además de ignorancia- supone un deprecio grosero e intolerable en una colectividad que ha hecho de la libertad uno de sus pilares centrales de convivencia. Más aún, en un colectivo en el que han convivido sensibilidades de diversa entidad, lo que alguna vez deberemos analizar cuánto bien y cuánto mal le han hecho al proyecto que hemos tratado de ofrecer a los ciudadanos y ciudadanas, especialmente aquellos que no se han visto tocados por el crecimiento económico y que con demasiada frecuencia aparecen, como los postergados, en los análisis del PNUD sobre distribución de la renta o más precisamente de la riqueza.



Por suerte este proceso que enfrentamos también ha invitado a poner ideas sobre la mesa. Recientemente, unas de las mentes más lúcidas del socialismo criollo, Gonzalo Martner, promovió la vieja nueva idea de una Federación de Partidos que albergue al eje PS-PPD-PRSD, tesis que -con el rigor que caracteriza a Gonzalo- se sustenta en un proceso y no en la absorción de una colectividad a otra o la suma de todas ellas.



Pero la sola idea ha despertado una poco razonable controversia, que lamentablemente no apunta a la compleja exigencia de preguntarnos cómo convivimos en una alianza más estrecha liberales, socialdemócratas y marxistas o algo que vienen en llamar pragmáticos.



Este debate nos convoca a interrogarnos, repensar los partidos como instrumentos de un sistema democrático, que expresan valores, ideas, sueños y aspiraciones de una sociedad y cuestionarnos qué sucede cuando aquellos no necesariamente responden de la misma forma, en las diversas etapas históricas, a las aspiraciones moralmente legitimas de una comunidad de hombres y mujeres que exige ser representada.



Un eje progresista -aunque dicha palabra usada hasta la saciedad parece más bien una marca registrada asociada a consideraciones estéticas y discursivas algo light- debe hacerse cargo de la prédica socialdemócrata promovida por Gonzalo Martner: una Federación que ponga el acento en un nuevo pacto social, que se haga cargo de un estatuto de derechos que dote a sus ciudadanos de protección y les brinde mayores niveles de participación real, en la toma de decisiones en cuestiones que los afectan en sus planes de vida.



¿Todos compartimos la idea de un nuevo constituyente?



Estas no han sido las reflexiones que ha traído la puesta en escena de la idea de esta Federación. La respuesta ha sido visceral, mezquina y vulgar, alejada de lo que escuchamos y vimos en las calles del 15 de enero pasado. No es posible -dicen algunos- pues afectaría la correlación de fuerzas al interior de la Concertación.



¿Cuál correlación de fuerzas?



¿Mantener por la vía de un convivencia de hecho no formalizada la fantasía que uno de nuestros aliados, la Democracia Cristiana, es más fuerte?



Eso parece más bien un temor heredado de la prédica del candidato del helicóptero.



La idea expresada nos convoca claramente a hacernos preguntas razonables y aproximar respuestas colectivas que la acerquen de alguna manera al ethos colectivo con que derrotamos la dictadura la larga noche del 5 de octubre de 1988.



Más rudimentaria resulta la mueca que se hace desde el propio eje, como si no fuera una vieja idea nueva; mueca que tiene que ver más con mantener las correlaciones de fuerzas al interior del mismo y de manera aún más burda, al interior de las colectividades que lo integran.



La ruptura de los equilibrios internos de cada partido no es razonable.



¿Por qué?



¿Se afecta nuestra lealtad con el gobierno de nuestra compañera Presidenta?



Se nos dice pa’callado que no es el momento y más aún, mejor mantengamos el mismo presidente en el PS, total lo hizo genial en la campaña pasada.



¿Lo hizo genial?



Parece que no existe jamás el momento en que se expresen de manera abierta, franca y por cierto brutal, los elementos que nos llevarían a conformar una identidad única de izquierda o si la expresión molesta, progresista.



No creo que ni siquiera el partido en que milito, tenga internalizado un discurso colectivo que imponga una oferta hacia nuestros adherentes y no es raro observar a socialistas reclamar que el gobierno que termina trató de ocultar a la izquierda socialista.



¿Lo hizo?



En la misma colectividad, se ha promovido con bastante fuerza -algo hicimos desde la Fundación Igualdad- intentar repensar Chile a través de un nuevo pacto, uno que asuma la noción de Estado Social de Bienestar.



La verdad es que ese debate no lo hemos dado o a lo mejor, lo que es más probable, no he tenido el privilegio de ser invitado a alguna jornada de reflexión, aunque sospecho que varios militantes tampoco.



Esta discusión, para ser honestos, la venimos dando desde antiguo en cafés, en la academia, desde nuestros oficios y finalmente desde los espacios públicos en la sociedad civil, que hemos logrado por razones diversas.



Creo que la idea que ha tenido Gonzalo supone un acto de sana audacia, poner de nuevo arriba de la mesa la vieja nueva idea de la Federación del Eje y nos permite un espacio de reflexión, de interrogarnos acerca de lo que somos y de lo que pretendemos. Y con algo de suerte, confrontar ideas en el marco de nuestro proceso interno.



Aunque hace algunos meses un dirigente muy cercano a Gonzalo, me increpó en el café Habana de Huérfanos: «tú, Lucho, no entiendes nada de política!». Probablemente sea cierto. La afirmación de mí ilustrado crítico se fundaba en una cosa muy trascendental: ¿estás o no con Camilo?



Sólo lo miré, respire profundo, guardé silencio, recordé al Camilo de toda la vida, al que fue diputado por dos distritos, que nos entregó una senaduría que muchos daban por perdida y me tranquilicé. Parafraseando al Presidente Ricardo Lagos -que me excuse por la audacia- mi crítico no escribe los documentos de Gonzalo, qué duda cabe.



Camilizar el debate interno es tan profundamente histérico como el negarse a debatir la naturaleza del instrumento que nos reúne por ahora, al menos hasta el 2009.





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Luis Correa Bluas. Abogado. Master en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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