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Refranitis popularitis


Â… «de las acciones humanas ninguna es tan peligrosa (como la guerra), ni de tanto daño, ni asistida de tan perniciosas pasiones, envidia, venganza, codicia, soberbia, locura, rabia, ignorancia». Francisco de Quevedo (S. XVII)



Â…»La violencia produce el primer derecho; y no hay derecho que no tenga a la violencia como fundamento.» Nietzsche (1871)



«En nombre de la justicia el próximo paso que se dé con ánimo de llegar a un acuerdo debe tener como premisa la retirada de Israel de todos los territorios ocupados en Junio de 1967. Se necesita una campaña mundial para ayudar a establecer verdadera justicia al pueblo largamente martirizado del Oriente Medio». Bertrand Russell, (1970)






Cuando yo era muchacho, en el mundo agrario del valle central de Chile se daba por verdad la frase: «el hombre es el único animal que se tropieza en el mismo palo dos veces». Y en la ciudad conocí otra frase: «el que suelta brujas, con la hoguera se encuentra». Esta última debe ser de los tiempos de la Inquisición, supongo, aunque «esos tiempos» a la luz de los hechos -no solamente coyunturales- no han variado, es sólo que las brujas cambian de nombre de vez en vez, de acuerdo a quien tenga la sartén por el mango con el derecho a estigmatizar.



No puedo negar que los acontecimientos internacionales, a partir de los inauditos pretextos para iniciar la invasión a Irak, e insistir en ella; las acciones de «paz» en Afganistán; los enfrentamientos armados de África, etc., etc. -, y la desmesurada reacción de Israel en el Líbano (¿cuánto durará el alto al fuego?) me reiteran una crisis de identidad como habitante de este mundo: «No importa saber quién soy/ ni de dónde vengo/ ni hacia dónde voy…» ¿se acuerdan de esa canción? De verdad, seriamente me pregunto ¿tengo yo, y tal vez millones de personas, algo que ver con los grandes grupos económicos y los dirigentes políticos nacionales e internacionales? No bien salen de una, nos meten en otra. Personalmente siento que yo o ellos somos de planetas distintos. «Ä„Apaga y vámonos!».



Los que ya éramos grandecitos a la altura de los años 50 del siglo XX -aún creíamos válido aquel verso «juventud, divino tesoro»- recordaremos cómo se luchó por la causa del desarme y la autonomía e independencia de los pueblos. Millones de personas en el mundo éramos «ciudadanos» entonces, y no sólo nos importaba lo que pasaba al interior de nuestra casa, rancha o mejora, sino también nos importaban los «otros». La Iglesia Católica por su parte en esos años aún no sufría una crisis vocacional preocupante y el Islam por otra, no ganaba pacífica y explosivamente tantos adeptos fuera de sus territorios originarios. «Ä„Todos a una, Fuenteovejuna!».



Hoy recuerdo con cierta ternura la inocencia de esos cables de los años 50 pagados con los fondos del Centro de Alumnos: «Tomado conocimiento trato abusivo prisioneros Corea coma advertimos General Douglas MacArthur coma vigilamos atentos». Firmado, Centro de Alumnos Liceo número tanto y tanto. ¿Qué nos pasó desde esos cables a la indiferencia de hoy? Porque me parece engañoso aplicarnos aquel refrán «ande yo caliente ríase la gente» teniendo en cuenta que las grandes mayorías seguimos «Ä„como las reverendasÂ…!». El único «desarme» que hemos logrado es el de nosotros mismos en tanto ciudadanos. Porque tocante a los Estados modernos, hoy miden su modernidad precisamente de acuerdo a la cantidad de armas que producen o poseen. «Aguas pasadas no mueven molinos».



Y es tragicómico ser testigos de cómo los países con el mayor arsenal de armas de destrucción masiva – en nombre de la paz- intentan arrogarse el derecho de ser los poseedores exclusivos de ese tipo de armas, es decir, el derecho a matar masivamente. Luego esos países invaden diversos pueblos -usurpándoles «algunas cosillas»- y condenan el derecho a defensa que tienen aquéllos. Me recuerda un chiste: En el Circo Romano entierran a un negro en la arena dejándole que asome solamente la cabeza. Largan los leones hambrientos que van a comerse al negro. Este, impedido de luchar sacude la cabeza y lanza escupitajos a los leones. Entonces desde las graderías se escuchan gritos furiosos: Ä„pelea limpio, negro de mierda! «Más vale reír que llorar».



No tiene sentido, lo que está pasando en el Medio Oriente no tiene sentido para nosotros ciudadanos comunes y corrientes. Sin embargo ante ello estamos cada vez más indiferentes o indefensos, como si lloviera. Desde la invasión de Vietnam pienso que nos habituamos al hecho que en las guerras mueran preferentemente civiles: ancianos, mujeres y niños. Por causa de mi indiferencia o indefensión, tengo serias sospechas que de ciudadano he pasado a la calidad de recurso humano. Y como insisto en mi actitud avestutricia -investigue la etimología-, me están haciendo retroceder rápidamente hasta la calidad de vasallo, y en mi futuro próximo me espera definitivamente mi condición de siervo (para no hablar de la esclavitud, que miles de inmigrantes y pobres de este mundo no han dejado de sufrir mientras yo me creía ciudadano). «Quien calla otorga».



No me queda otra, debo ser realista: volveré a los textos de la Edad Media para comprender bien cómo he de ser un buen siervo con el Señor que me está deparando el destino, o la guerra. Como ciudadano estoy indefenso, porque el empresario nacional que no quiere soltar prenda y el político de poca monta que se pone a adular a la famosa «juanita» solamente en los periodos electorales, esos, aquí o allá, si no lo son, serán tan siervos como yo mañana. Porque tal como lo dice un delicado poeta «los Estados nacionales junto con los organismos internacionales hoy valen hongo». Deberé aprender a hacer genuflexiones ante el Señor de la Guerra, ante esos grupos económicos tan poderosos que son ubicuos. Entonces tal vez cuando eso suceda habré reencontrado mi real identidad, esfumándose la ilusión en la cual me educaron. «Así paga el diablo a quien le sirve».



Claro, por el momento disimulo mi servidumbre, y la hago pasar por individualismo, por «bastante tengo con lo mío», y en el caso de muchos dirigentes políticos, ellos la quieren hacer pasar por pragmatismo (léase cálculos electorales). Y seguiremos viendo cómo una y otra vez los Señores de la Guerra se tropezarán en el mismo palo insistiendo en escaladas de masacres, guerras y guerritas. A causa de lo cual comenzaremos a vivir aterrorizados de cruzarnos en el camino, en el Metro o en el aeropuerto, etc., con quien sea «diferente» a nosotros, sin necesidad siquiera que use turbante. Hasta que -sueltas las brujas- nos encontraremos con la hoguera a las puertas de nuestra casa. «Cuando las barbas de tu vecino veas pelar pon las tuyas a remojar».



«Quien canta su mal espanta,/ quien llora su mal aumentaÂ…» (del folklore)



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*Nelson Villagra es actor. Reside en Montreal, P.Q.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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