Televisión digital y su importancia para Chile
La migración masiva desde la televisión abierta de libre recepción-analógica a la televisión abierta de libre recepción—digital será una oportunidad única para acercar la denominada «sociedad de la información» a la ciudadanía. En efecto, la digitalización de las señales de televisión abierta permitirá que éstas sean parte y aprovechen la denominada «convergencia tecnológica», al igual que las telecomunicaciones e informática en general. Así, sus beneficios podrán ser gozados por el gran público televidente y, también, por los concesionarios de las señales televisivas. También permitirá, si se toman las decisiones adecuadas, entre otros beneficios, que haya más canales de libre recepción disponibles para la ciudadanía y mejores contenidos televisivos.
La decisión de mayor relevancia en esta materia es la que tomará la autoridad pública en el primer cuatrimestre del año en curso, cual es la adopción de un estándar para la televisión abierta digital, a través de un Decreto Supremo del Ejecutivo.
Esta decisión debería responder a la necesidad de resguardar la neutralidad tecnológica (y las ventajas que conlleva el adoptar un estándar abierto versus uno propietario); las economías de escala y los menores costos para los usuarios de contar con un «terminal» apto para ver y usar la Televisión Digital; la posibilidad de mejorar la parrilla programática a disposición de la comunidad nacional, mediante un mayor número de canales de televisión abierta y con una mayor producción de contenidos de calidad, y la conservación de las identidades locales a través de canales regionales que atiendan las necesidades informativas de la comunidad en la cual operan. Además, no es despreciable la cualidad del estándar elegido en orden a permitir la televisión digital terrestre móvil.
La tecnología digital y su consecuencial «convergencia tecnológica» posibilitará también que, a través de la señal de televisión, puedan prestarse otros servicios a los televidentes, incluso interactivos, con enorme relevancia en muchos aspectos, incluido el comercial. En términos generales, permitirá un notable acercamiento de los beneficios de la sociedad de la información a la comunidad.
No podemos desconocer que cerca del 90% de los hogares de nuestro país cuentan con un televisor, y que de adoptarse el estándar europeo bastarían 35 dólares de inversión por aparato para «convertirlo» (a través de un decodificador) en un «televisor digital», acelerando de esta forma la penetración del nuevo sistema y de sus ventajas.
La norma europea de televisión digital posibilitaría, además, que se incorporen más comensales en la -hoy- reducida mesa de los proveedores de servicios televisivos de libre recepción, actualmente un club demasiado pequeño y que exhibe en pantalla un contenido televisivo de mediocre calidad.
En efecto, en el mismo espacio del espectro radioeléctrico que hoy ocupa una frecuencia de televisión analógica, pueden coexistir al menos cuatro frecuencias digitales estándares (de una calidad superior a la que tiene hoy la televisión analógica), completamente autosuficientes e independientes unas de las otras, lo que permitiría al Estado de Chile, además de respetarle una de esas señales digitales al actual operador televisivo de la frecuencia analógica, proceder a licitar las otras señales digitales disponibles a nuevos operadores televisivos.
La norma europea, por ser de estándar abierto, tiene la ventaja adicional de posibilitar desarrollos nacionales a dicha tecnología, sin tener que pagar altos precios en nuevas licencias.
Por su parte, en los parámetros anotados, la norma estadounidense de televisión digital, defendida férrea y públicamente por la actual industria televisiva (agrupada en Anatel), tiene varias contraindicaciones. En primer lugar, consolidaría el status quo de los actuales operadores de televisión de libre recepción en nuestro país, ya que al digitalizar se orienta a permitir que -en el espacio que ocupa una frecuencia analógica- sólo coexistan dos frecuencias digitales, una de máxima definición y otra de baja definición, esta última imposible de licitar independientemente (pero que permitiría la interactividad con el público televidente). Los actuales concesionarios de frecuencias televisivas analógicas serán los candidatos seguros para convertirse -ellos y sólo ellos- en los concesionarios de las nuevas frecuencias digitales.
Además, el estándar norteamericano trasladaría a los usuarios el costo que representa la migración, por el alto valor de los televisores digitales (aproximadamente 600 dólares cada uno). En este caso, no basta con un decodificador, sino que se requiere la compra de televisores nuevos. Por último, al ser esta tecnología de tipo «propietaria», requiere del pago de licencias, e imposibilita el desarrollo de mejoras en Chile para las necesidades del país.
Así las cosas, la posibilidad de producir contenidos digitales de calidad y en cantidad suficiente para las nuevas frecuencias (principalmente si se adopta la norma europea, que está orientada a permitir varias señales digitales estándares en el espacio de cada frecuencia analógica), sería uno de los primeros y mayores desafíos para la industria audiovisual del futuro próximo. A este respecto, aparece como razonable y necesario que se incrementen los dineros disponibles para fondos concursables para la generación de buen material televisivo, hoy muy escasos.
De esta manera, la migración a la televisión digital es una oportunidad única, además de acercar la «sociedad de la información» a gran parte de la población, para mejorar la televisión en Chile. Tal vez haya llegado el momento de hacer realidad el viejo anhelo de muchos de que la televisión chilena, además de entretener, también forme opinión, eduque e informe.