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Defección del liderazgo concertacionista

La exitosa destrucción de esos medios en la década de los 90 y el acostumbramiento y resignación posterior de la sociedad chilena ha permitido que, años después, destacados líderes de la Concertación «estén en condiciones de reconocer su convergencia con la derecha». Así, tenemos a un Alejandro…


Por Felipe Portales*

Con el gobierno de Bachelet se ha hecho evidente el completo abandono de los ideales y proyectos prometidos al país en 1989 por el liderazgo de la Concertación. En lugar de aprovechar la mayoría parlamentaria que obtuvo en los inicios de su Gobierno, para llevar a cabo las profundas reformas económico-sociales planteadas en el Programa de ese año, prefirió concordar con la derecha cambios menores al sistema de AFP impuesto por la dictadura. Y ni hablar del inicuo Plan Laboral que hasta la fecha vulnera gravemente los derechos a la sindicalización, negociación colectiva y huelga. 

Este abandono ya había sido reconocido por la eminencia gris del gobierno de Aylwin, Edgardo Boeninger, en su libro Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad, publicado en 1997. Allí Boeninger reconoce que a fines de los 80` el liderazgo concertacionista llegó a una convergencia con la derecha en el plano económico, «convergencia que políticamente el conglomerado opositor (la Concertación) no estaba en condiciones de reconocer». (p. 369) 

Lo anterior explica porqué aquel liderazgo regaló solapadamente la mayoría parlamentaria que tenía segura de acuerdo a los términos originales de la Constitución del 80 (se la garantizaban al Presidente futuro los artículos 65 y 68 de ella, que la contemplaban teniendo solo mayoría absoluta en una de las cámaras y un tercio en la otra); al aceptar la modificación de esos artículos, lo que pasó inadvertido dentro del paquete de 54 reformas plebiscitado en julio de 1989. Regalo inédito en la historia de la humanidad; y que le permitió exculparse de no cumplir el programa prometido, aduciendo que no tenía mayoría parlamentaria para tal efecto. 

Lo anterior explica también la aparentemente demencial política de los sucesivos gobiernos de la Concertación destinadas a liquidar toda la prensa escrita afín a dicha coalición y que se había desarrollado laboriosamente bajo Pinochet. De acuerdo a testimonios nunca desmentidos de -entre otros- varios Premios Nacionales de Periodismo (Juan Pablo Cárdenas, Patricia Verdugo y Faride Zerán) aquella política se expresó en el bloqueo de millonarias ayudas financieras holandesas por parte del gobierno de Aylwin; en la permanente discriminación del avisaje estatal; y en la compra de algunos medios por destacados personeros de la Concertación, para luego cerrarlos. Además, dicha política se complementó con el bloqueo indirecto de intentos de las empresas de El País (España) y Le Monde de desarrollar diarios en nuestro país; y en la injusta y tenaz negativa a devolverle a Víctor Pey los bienes que le confiscó la dictadura correspondientes al centro-izquierdista diario Clarín, y que él se ha comprometido a volver a publicar. 

Como los periodistas afines a la Concertación no experimentaron la mencionada «convergencia» con la derecha; era claro que, a la corta o a la larga, aquellos medios se convertirían en los reales opositores a las políticas neoliberales implementadas por los gobiernos concertacionistas. 

La exitosa destrucción de esos medios en la década de los 90 y el acostumbramiento y resignación posterior de la sociedad chilena ha permitido que, años después, destacados líderes de la Concertación «estén en condiciones de reconocer su convergencia con la derecha». Así, tenemos a un Alejandro Foxley que ha declarado que «Pinochet…tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización…que hay que reconocer su capacidad visionaria (de) abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc.»; y que ella «es una contribución histórica que va perdurar muchas décadas en Chile» y que «ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien, no para mal». (Revista Cosas; 5-5-2000).

O a un Eugenio Tironi, que ha afirmado que «la crisis de 1973 no fue simplemente el colapso de la UP», sino también «el desplome de un modelo que por largo tiempo intentó congeniar la integración social, la industrialización y el régimen democrático, sobre la base de una fuerte intervención del Estado»; y que «Chile aprendió hace pocas décadas» que no podía continuar con ese modelo y que «el cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo». (La irrupción de las masas y el malestar de las elites, 1999, pp. 148 y 162)  

A su vez, la derecha nacional e internacional ha reconocido muy positivamente aquel profundo cambio de la dirigencia concertacionista. Así, uno de los mentores de los «Chicago-boys», Arnold Harberger, señaló en 2007 que «estuve en Colombia el verano pasado participando en una conferencia, y quien habló inmediatamente antes de mí fue el ex presidente Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras». (El País; 14-3-2007) 

Por su parte, consultado Oscar Godoy si observa un desconcierto en la derecha por «la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico», respondió: «Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente cuando consigue la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho». (La Nación; 16-4-2006) 

*Sociólogo y autor de Chile: una democracia tutelada y Los mitos de la democracia chilena

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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