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¿Es lo mismo peras y manzanas?

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La aprobación de la LGE indica que los actuales dueños del poder seguirán consolidando la privatización de la educación y el lucro con dinero de todos los chilenos; lo que es peor, pegando tremendos coletazos a las grandes mayorías segregadas y discriminadas; quienes paradojalmente, hacen posible…


Por Darío Vásquez Salazar*

Hace algún tiempo, un académico universitario, daba una clase magistral acerca de la importancia de ejercer la profesión docente y en forma muy amena planteó algunas interrogantes que creo vienen como anillo al dedo cuando hoy está en discusión si la profesión deben ejercerla los profesionales de la educación o cualquier persona que haya cursado ocho semestres o 3.200 horas para titularse.

En forma muy didáctica decía: ¿Qué distingue a un profesor de matemática de un matemático o a un profesor de ciencias de un científico? Y se respondía: la profesión docente es una profesión marcada por la relación humana cotidiana que se produce entre un educando y el maestro, relación humana que va más allá de las cuatro paredes del aula sino que se prolonga hacia los padres, los apoderados y la comunidad educativa en su conjunto. Y justamente este es el toque de distinción que tiene el ser profesor con respecto a otros profesionales: un trabajo que está basado en el afecto, en el amor que permite interactuar de mejor forma a maestros y educandos. Tiene que ver con la reciprocidad de creer en el otro.

Todo profesor sabe que para que se produzca aprendizaje, esta relación de afecto debe ser la llama permanente que predispone a nuestros alumnos a esforzarse por ser cada día mejores, a atender en clases, a convivir con sus pares, a adquirir hábitos, destrezas y habilidades que les permitan la mejor integración a la sociedad en que viven.

La Alianza por Chile, en complicidad con el gobierno y algunos parlamentarios concertacionistas, han puesto en tela de juicio el ejercicio de la profesión docente cuando, a través de la Ley general de Educación, pretenden que hagan clases no sólo profesores titulados por las instituciones superiores de educación, sino que puedan acceder otros profesionales.

Se desenmascara de ese modo, la intención de estos sectores de cargar todas las culpas de los fracasos en educación de los últimos 30 años en los profesores, sin hacer la más mínima autocrítica respecto de las fracasadas políticas implementadas en ese período. Por el contrario, la aprobación de la LGE indica que los actuales dueños del poder seguirán consolidando la privatización de la educación y el lucro con dinero de todos los chilenos; lo que es peor, pegando tremendos coletazos a las grandes mayorías segregadas y discriminadas; quienes paradojalmente, hacen posible cada cuatro años que los mismos que los desprecian sigan ejerciendo el poder.

Entonces cabe preguntarse: ¿Es que para educar a jóvenes, niños y niñas no se necesita de un profesional que sepa de didáctica, metodologías, creación de material especializado, planificación, psicología educacional, sociología educacional, en definitiva no necesita de pedagogos? Ello implica que las distintas universidades e institutos profesionales que imparten la carrera de pedagogía deberán cerrar con el tiempo por obsoletas, sobre todo porque producto del libre mercado imperante el Ministerio de Educación no tiene injerencia sobre las mallas curriculares que tienen los distintos planteles que imparten la carrera. Plena libertad hasta para formar profesores a distancia.

Creo que se está cometiendo un tremendo error histórico y una afrenta a los profesores e institutos formadores. Además no se están respetando los compromisos contraídos por el gobierno, después de tres años de discusión, análisis y seminarios con el gremio docente y las universidades, en orden a resolver el problema de la formación inicial docente, cuando el ministro de Educación, era don Sergio Bitar. 

*Darío Vásquez Salazar es profesor normalista, Tesorero Nacional Colegio de profesores de Chile.

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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