Publicidad

Locos por la CEP

Daniel Mansuy
Por : Daniel Mansuy Master en Filosofía y Ciencia Política
Ver Más

A veces tiendo a pensar que en Chile la cuestión alcanza niveles un poco delirantes. Hemos terminado por atribuirle a las encuestas una importancia tan desproporcionada que a veces me hace dudar de nuestra cordura, como lo muestra el hecho que las supuestas filtraciones de la CEP eran tratadas casi como problemas de seguridad nacional. Y daría un poco lo mismo si no fuera porque esta obsesión genera algunos efectos perversos, pues da la impresión que ya nadie sabe muy bien qué diablos estamos midiendo.


El miércoles al mediodía, el Centro de Estudios Públicos entregó los resultados de su última encuesta presidencial. El miércoles al mediodía, en el Centro de Estudios Públicos se congregaron periodistas y analistas del más diverso signo para escuchar atentamente: el Oráculo de Delfos daba su veredicto. Fue tanta la expectativa generada alrededor del sondeo que Carolina Segovia -la encargada de comunicar los resultados- no tenía nada que envidiarle al subsecretario del interior en día de elecciones. Y la idea de un reemplazo quizás no sea tan descabellada si consideramos que Patricio Rosende, el verdadero subsecretario, recibió hace poco una capacitación para enfrentarse a las cámaras el 13 de diciembre que costó varios millones de pesos.

Una vez liberados los datos, columnistas, analistas y periodistas se lanzaron a interpretar, comentar y descifrar la información contenida en la encuesta: que tal candidato bajo un atributo, que el de más allá subió en otro. Para no ser menos, los políticos también reaccionan y, cada cual en su estilo, modifican y confirman el adagio según el cual las encuestas no se ganan ni se pierden: se explican. Por cierto, es digno de notar el cambio de actitud de los candidatos según los resultados: si éstos son buenos, las encuestas son muy importantes; de lo contrario, ellos no están para comentar encuestas. Como sea, es obvio que los candidatos ajustan con precisión milimétrica su estrategia y su discurso a las fluctuaciones de los sondeos de opinión.

Así, nuestra vida política se ordena en función de los sondeos, en función del “trabajo de terreno” de la CEP o en función de los atributos que tal o cual encuesta mide. Más de alguien podrá argüir que se trata de un modo legítimo de acercarse a las preocupaciones de la gente y que, además, es un fenómeno propio de las democracias modernas. Es posible. Pero a veces tiendo a pensar que en Chile la cuestión alcanza niveles un poco delirantes. Hemos terminado por atribuirle a las encuestas una importancia tan desproporcionada que a veces me hace dudar de nuestra cordura, como lo muestra el hecho que las supuestas filtraciones de la CEP eran tratadas casi como problemas de seguridad nacional. Y daría un poco lo mismo si no fuera porque esta obsesión genera algunos efectos perversos, pues da la impresión que ya nadie sabe muy bien qué diablos estamos midiendo. Me explico.

Las encuestas, en principio, son un instrumento para conocer la realidad: saber cómo estamos y qué pensamos. Sin embargo, con frecuencia, generan un fenómeno circular, pues no sólo reflejan la realidad, sino que también la crean. ¿Ejemplo concreto? Hace poco más de un mes, Adimark realizó un sondeo según el cual la popularidad de Michelle Bachelet alcanzaba el 76%. Esta cifra fue profusamente difundida por los medios, comentada por los políticos y explicada por los comentaristas. Pues bien, pocas semanas después Adimark realizaba un nuevo sondeo, cuyos resultados indicaron que la aprobación de la presidenta se empina ahora al 80% y -nuevo dato- que un 95% de la población cree que Michelle Bachelet es querida por los chilenos. Pero, ¿alguien puede sinceramente sorprenderse con esta última cifra?, ¿era esperable otra cosa?, ¿no está la encuesta midiendo solamente la efectividad de su propio resultado anterior? Lo raro es más bien que aún haya un 5% de chilenos que no se sumen a esta fiesta nacional de popularidad. Alexis de Tocqueville explicaba magistralmente el fenómeno hace más de 150 años: en las democracias modernas, decía, la opinión pública traza un círculo cada vez más estrecho fuera del cual pocos se atreven a salir: es lo que llamaba el suave despotismo de la opinión. Así, si alguien osa pensar contra la opinión mayoritaria, la réplica  no se hace esperar: ¿cómo te atreves a pensar contra la mayoría? Esto sin considerar esa enorme zona oscura que es la elaboración de las preguntas de los sondeos: bien sabemos que el modo de preguntar incide directamente en el modo de responder.

Dicho de otro modo: nuestra obsesión por las encuestas puede ser insana, pues ya no sabemos si estamos midiendo la realidad, o si estamos midiendo la realidad alterada por el efecto mismo de las encuestas. Es una lógica  algo orwelliana que nos va cerrando poco a poco el acceso a la realidad. En función de ella, los políticos se obnubilan y cometen no pocos errores. Eduardo Frei, por ejemplo, lleva semanas intentando captar algo de la popularidad de Michelle Bachelet: en ese esfuerzo ha involucrado a ministros y hasta la propia madre de la presidenta. Pero, cegado por los números de los sondeos, no se da cuenta que se trata de cosas distintas, que la popularidad de Bachelet no responde a cuestiones estrictamente políticas y que, por tanto, se trata de una empresa vana. Frei haría bien en intentar elaborar y transmitir un mensaje propio, con identidad, más que repetir con majadería que representa la continuidad del actual gobierno: todos sabemos que Frei no es Bachelet. Por su lado, Piñera lleva meses replegado en una estrategia timorata confiado en el primer lugar que le dan las encuestas. Un poco por eso, no ha dado muchos argumentos para votar por él que vayan más allá del desgaste de la Concertación. El pequeño problema es que, si el escenario cambia, queda descolocado. El mismo Marco no ha logrado dar con un tono convincente desde el momento en que se puso a mirar mucho las encuestas: en el último debate, por ejemplo, se le vio incómodo, sin hallarse. Resumiendo: los políticos miran demasiado las encuestas. Creen acercarse al ciudadano común, pero la verdad es que más bien se alejan. Es demasiado evidente que cada palabra, cada gesto es fruto del cálculo: pierden espontaneidad, calidez y credibilidad.

Por cierto, no tengo nada en principio contra las encuestas, ni en contra del CEP en particular. Se trata de herramientas que pueden ser muy útiles si son bien utilizadas, y si el CEP ha logrado consolidarse con un sondeo altamente fiable, tanto mejor para ellos. El problema es que nos olvidamos con frecuencia que se trata sólo de herramientas. Las encuestas a veces aclaran, pero otras tantas oscurecen. No pueden reemplazar el contacto directo y la atención puesta a las personas de carne y hueso y, como toda estadística, suelen esconder aspectos importantes de la realidad. Por lo mismo, no es casual  que los grandes políticos hayan sabido ir, por momentos, contra opiniones mayoritarias, o supuestamente mayoritarias. La misma Concertación lo supo hacer con la pena de muerte. Es lo que se llama tener convicciones sin mirar constantemente el barómetro de popularidad. Lamentablemente, no abundan los políticos así en el Chile de hoy.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias