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La desigualdad genera resentimiento

Pablo Salvat
Por : Pablo Salvat Profesor del Departamento Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.
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Porque por ahí va la oferta que ha tenido la derecha: como norte existencial, el enriquecimiento; la búsqueda constante para maximizar (posesiones o imagen); privatizar la vida social, los bienes comunes.


Al parecer, la pobreza entendida como austeridad, no; entendida como acceso digno e igualitario a los bienes sociales fundamentales, los cuales enaltecen y promueven la humanidad de lo humano y de cada ser humano.

Desde ese punto de vista, podríamos en general ser más austeros en consumo, gasto y otras cosas; ser más igualitarios en la distribución y repartición de los bienes, y quizá seríamos entonces menos intolerantes, tendríamos menos diferencias abismales, menos odios sordos. En cambio, cuando hay desigualdades tan marcadas como en nuestra sociedad; cuando está tan concentrado el poder económico, financiero, de medios de comunicación, de acceso y calidad educacional y de imagen, esas desigualdades injustificables sí pueden generar resentimiento en amplios sectores de ciudadanos. Y sin embargo, la desigualdad es un tema tabú en las elites de poder actuales; en los medios, en la misma base social.

Más tabú que los asuntos relativos a divorcio o la sexualidad. Por ahora al parecer no lo vemos. Más bien lo que hay es lo que algunos llaman aspiracionalismo, endeudamiento en todos aquellos que quieren acceder a bienes (no siempre fundamentales) ofertados por una propaganda inmisericorde y machacona (que nos ofrece, por ejemplo, una marca de automóvil como medio de acceso a chicas bellas que de otra manera no serian abordables).

Un reflejo de esto es por ejemplo la votación de alguien como el candidato presidencial de la derecha. Un hombre de los negocios; un hombre privado. Alguien que como ya tiene una cuenta suficientemente grande a su haber que lo respalda, entonces, quiere dedicarse a otra cosa, es decir, jugar a ser presidente de un país. ¿Con cual oferta? La derecha confunde el tema de la desigualdad con el de la pobreza; cree resolverlo con educación y más trabajo. Pero no solo eso. Fabrica y eleva a prestigio social la imagen de los que son ya ricos, y con ello les señala el camino a seguir a los ciudadanos (los ricos –recordemos-, habían sido tema central para Pinochet: había que cuidarlos y mimarlos).

[cita]Porque por ahí va la oferta que  ha tenido la derecha: como norte existencial, el enriquecimiento; la búsqueda constante para  maximizar (posesiones o imagen);   privatizar la vida social,  los bienes comunes.[/cita]

De algún modo promete que bajo su égida podremos acceder a comprarnos un pedazo de Chiloé u otra provincia, líneas aéreas, u otras cosas. Porque por ahí va la oferta que ha tenido la derecha: como norte existencial, el enriquecimiento; la búsqueda constante para maximizar (posesiones o imagen); privatizar la vida social, los bienes comunes.

Más allá, en su trasfondo, la oferta antropo-valórica – el modelo valórico- del capitalismo mercantil que nos rige es uno que termina naturalizando la persecución unilateral del propio interés y la maximización de la ganancia como leitmotiv del existir personal: pero no todos somos iguales en relación a ganancias o frente a la competencia. Hay entonces asimetrías e injusticias.

Todavía hay más de 30 mil niños que nacen en nuestra América y viven en contextos tales que no tendrán posibilidades de un buen desarrollo personal por ejemplo. Por supuesto, también ofrece ocuparse de los pobres. Para que pasen a otra categoría. Se ve difícil cómo el promedio de 250 mil pesos que gana la mayoría de los chilenos pueda pasar, en cuatro u ocho años, a algo así como mil millones de dólares en la cuenta personal de cada uno de nosotros. ¿Cuántos chilenos han accedido a la fortuna que tiene el candidato de la derecha? ¿Dos, tres, cuatro? Es hermosa la libertad que nos ofrece la propiedad y el mercado desregulado: con astucia y empeños varios, un puñado podrá ser inmensamente rico.

¿Los demás? Vivir endeudados de todo, en salud, educación, vivienda; con prenda en bancos, aseguradoras, retails varios. Por tanto, no siendo dueños de sí mismos; no pudiendo ser libres, viviendo de lo prestado, de la caridad o la dádiva de los más poderosos. Y todo ello para inmolarnos en la oferta repetida de que el crecimiento económico como panacea mágica nos sacará del pantano, nos hará a todos ricos, e incluso repartirá muy bien los bienes fundamentales (el agua entre otros). ¡Que ceguera estimado lector!

La búsqueda de la opulencia y el privatismo no ha resuelto ni de lejos el problema de las desigualdades y la miseria, ni aquí, ni a nivel mundial. Usted lo sabe, tampoco resuelve los desequilibrios que genera el modelo de crecimiento infinito en la naturaleza. Por ello M. Walzer, filósofo americano, comentaba a propósito de la actual crisis en USA, que la “arrogancia de la elite económica, que tiene la convicción de ser libre de hacer todo lo que le venga en gana, es sideral”. Aquella de los de acá, no debe andar tan lejos. Imagíneselos además en la presidencia. Lo complicado es lo corruptor de este poder.

Según Walzer, porque “gana progresivamente la esfera pública, donde la influencia del dinero ganado sin restricciones en un mercado no regulado, amenaza la moral política misma”. Por eso quizá de lo que se trata no es tanto de luchar contra la pobreza, cuanto de redistribuir la riqueza generada de acuerdo a criterios de justicia social, de solidaridad, de una vida decente para todos. Pero esto parece demasiado para la media actual de la cultura política nacional. Más bien lo que parece reclamarse –como ya alguien lo vio bien-, es que al menos si los pobres y endeudados no pueden consumir riquezas, bueno, puedan al menos consumir la vida de los ricos y los riesgos que toman, por ejemplo, intentando alcanzar una primera magistratura.

La desigualdad -se preguntaba Santiago Alba-, ¿acaso no es un derecho de los pobres? ¿No deberíamos, acaso, defender con armas en mano, nuestro derecho a que otros sean ricos? ¿No deberíamos agradecer sus desmesuras o despilfarros? ¿No debemos al menos votar por ellos? Sin embargo, no podemos soslayar lo que ya advirtiera M. Bunge: las desigualdades provocan enfermedades: envidia, rabia, impotencia. Aumenta el stress, disminuyen las defensas, nos hace menos inmunes. En una palabra, resentimiento. Con todo, siempre estamos a tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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