
Polvareda
Nunca pensé que mi columna de ayer en EM iba a producir tanta polvareda.La adjunto para los que no la han leído. Y la explico –esto siempre es una mala señal, pero parece que aquí algo salió mal.
La escribí pensando en los lectores de la A3, entre los que hay muchísimos viudos de Hermogenes, para advertirles que no destaparan la champaña ante un eventual triunfo de Piñera, porque éste en rigor ha sido inventado por la Concertación para derrotar esratégicamente a los herederos de Pinochet. Y para recordarle a los demás lectores, que Piñera se alejapor completo del tipo de liderazgo político que conocemos, y que se parece peligrosamente a Berlusconi.
Pero bueno. Una cosa es la que uno escribe, y otra la que se lee. Sobre todo en el caso de las columnas periodísticas , que se leen muy superficialmente, y sólo se retiene una idea –cuando mucho. Y sobretodo cuando impera el espíritu maniqueo propio de las campañas políticas.
Lo concreto es que muchos leyeron que yo estaba poco menos que adhiriendo a Piñera, lo que no es así en absoluto. No soy, ni de lejos, un Navia; ni ando ofreciendo, en absoluto, mis servicios. Soy un concertacionista impenitente, voto por Frei y trabajo por Frei.
Muchos se sorprendieron porque, en la columna de marras, yo estaría “enterrando” a la Concertación. Esto sí merece detenerse. Pienso que el tipo de Concertación que se inauguró el 2005 entre Adolfo y Camilo, basada exclusivamente en el entendimiento entre las directivas de los partidos, efectivamente murió –y de mala forma– el 13D.
Debo decir que en otra columna mía que provocó gran polvareda (”El Mapu ha muerto”), escrita el 2005 despues de la defenstración de Viera-Gallo, así como en una enrevista posterior a Claudia Álamo en La Tercera, yo decía que un tipo de Concertación había muerto (aquella basada en el famoso núcleo transversal, al que yo eufemísticamente me refería como “mapu”) y que nacia otra, una más institucional, basada en un “directorio” compuesto por los presidentes de partido. Bueno: es lo que ocurrió, y lo que condujo a los magros resultados del 13D. Por ende, lo que hay que hacer ahora es efectivamente “enterrar” al tipo de Concertación que nació el 2005, e inventar una nueva. No veo pecado alguno en decir esto.
Pero bueno. Pongamos fin a la lata de las explicaciones. Aquí va la columna en cuestión.
Piñerismo
Joaquin Lavín fue derrotado en su intento por entrar al senado. No se sabe cual será ahora su destino político –si es que tiene aún alguno. Hace diez años, estuvo a punto de hundir al “transatlántico” de la Concertación, Ricardo Lagos, y dejó mortalmente herido el clivaje autoritarismo – democracia, lo que esfumó la cómoda ventaja electoral de la que ella disponía desde 1988. Y hace apenas cuatro años, todo indicaba que debía ser electo Presidente de la República, si las cosas hubiesen seguido su inercia.
Pero no fue así, para desgracia de Lavín. Entre el 2000 y 2005 ocurrieron tres cosas. La primera, el éxito del gobierno de Lagos, que con su ritmo endemoniado evitó que se echara de menos a Lavín. Segundo, que éste no encontró un lugar donde pasar confortablemente la espera hasta las próximas elecciones presidenciales: la alcaldía de Santiago fue su Stalingrado. Y tercero, que se le apareció Michelle Bachelet, quien le expropió su novedad, su lógica y su carisma.
De ahí que, ad portas de la elección presidencial del 2005, los partidarios de la Alianza fuesen corroídos por la duda de si Lavín daba el ancho para hacerse de la mayoría. Lagos había abierto una nueva etapa, y Lavín ya no tenía el atractivo de antaño. Esto lo percibió sagazmente Sebastián Piñera –quien de oportunidades, sabe–; y con Lavín herido en el ala, sintió que había llegado su hora. Luchó –no con mucho ahínco, a decir verdad– por ganarle a Bachelet. Pero su real objetivo era enterrar al lavinismo e imponerse estratégicamente sobre la UDI. Y lo consiguió plenamente. Perdió la presidencial, pero hundió a Lavín. Así, quedó en la pole position para el 2009, e inmunizado ante las críticas por sus conflictos de interés o los vínculos entre política y negocios, como se confirmó en la campaña 2009.
Piñera está hoy en una posición expectante para ganar el 17 de enero. Pero su éxito va aún más allá: fundó una nueva derecha, el piñerismo. Una derecha que hace aspavientos de haber estado con el NO; que no reniega del Estado ni de la protección social; que asume las uniones entre homosexuales y atrae a los jóvenes; en fin, una derecha ya no sólo post-Pinochet, sino post-UDI. El símbolo de esta ruptura fue precisamente la derrota de Lavín en su intento de resucitar, vencido otra vez por Piñera. Por esto se justifica el duelo de la UDI: bajo el piñerismo, ha muerto su hegemonía sobre la derecha chilena.
Con el piñerismo nace también un nuevo tipo de liderazgo en la política chilena, el cual va a dar que hablar. Él no representa la típica figura del político, cuya trayectoria está marcada por diferentes roles, pero siempre en el ámbito público. El está en múltiples actividades, en especial en cuatro que excitan la imaginación de la gente: los viajes, el fútbol, la TV y la política. Traspira éxito y optimismo, a diferencia de los políticos tradicionales, que creen que es mejor mimetizarse con las miserias de la gente. Muestra su riqueza como prueba de su empuje, de sus méritos, de su capacidad individual, no de sus privilegios. Y transforma el antiguo problema del conflicto de intereses en el don post-moderno de la ubicuidad. Como si fuera natural, Piñera es a la vez empresario y político, candidato y filántropo, hombre de Estado y patrón de la farándula, hincha de la UC y accionista de Colo-Colo. El está más allá de los roles tradicionales: es único; es una celebridad.
Con el piñerismo se ha roto con una anomalía de la democracia chilena, como era tener una derecha controlada por los hijos del ancienne régime. Es otro logro, quizás entre los primeros del ranking en el memorial de la Concertación.