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SIMCE y elección de las familias

Marcela Román C.
Por : Marcela Román C. Investigadora Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación, CIDE. U. Alberto Hurtado
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El cambio en busca de mejor SIMCE no es tampoco el eje de prioridad de los padres quienes, cuando pueden elegir, valoran y mucho, el ambiente, la disciplina, la seguridad y trato hacia sus hijos.


Nuestro sistema educativo no muestra signos de mejora o avances en los aprendizajes de sus estudiantes y las brechas -privadas y públicas- lejos de disminuir parecen acrecentarse. Estas afirmaciones se han vuelto una constante cada vez que se dan a conocer los resultados del SIMCE y junto con ello, emergen las críticas, las razones que explican las buenas y malas escuelas o las mejores estrategias para resolver el problema y su gravedad.

Frente a la contundente evidencia acumulada, hoy la pregunta que queremos compartir con ustedes es si lograremos mejorar en el SIMCE haciendo lo que hemos venido haciendo en un escenario educativo como el nuestro. Datos de un reciente estudio que estamos realizando, muestran que a lo largo de una década (1998-2008), un tercio de las escuelas del sistema se han mantenido con bajos resultados SIMCE en 4° y/o 8° básico. Todas ellas, municipales y privadas, han sido objeto de diferentes estrategias y programas de focalización y asistencia técnica en este período y sin embargo, no han logrado ofrecer una enseñanza de mejor calidad para su población escolar.

[cita]El cambio en busca de mejor SIMCE no es tampoco el eje de prioridad de los padres quienes, cuando pueden elegir, valoran y mucho, el ambiente, la disciplina, la seguridad y trato hacia sus hijos.[/cita]

¿Por qué las familias y los estudiantes permanecen en ellas? ¿Será sólo porque no saben el SIMCE que alcanza el establecimiento donde se educa su hijo o hija? ¿Bastará con informarles con alguna señal más alarmante el estado de situación para que se produzca un cambio hacia mejores escuelas y, con ello presionar a quienes no logran buenos resultados? Francamente No. Cerca de un 86% de familias y estudiantes permanecen en estas escuelas de bajo SIMCE histórico y más de un 40% de las que se cambian, lo hacen hacia otras escuelas de SIMCE igualmente bajo. Sólo un 10% lo hace hacia escuelas con buenos resultados SIMCE.

Pero, ¿pueden efectivamente los padres y estudiantes que permanecen en estas escuelas optar al cambio en busca de algo mejor, o están “condenados” a  mantenerse en ellas? ¿Tienen en su entorno otras escuelas de mejor calidad a la que puedan optar financiera y libremente? (gratuitas y  sin selección por ejemplo) ¿Los padres y estudiantes priorizan sólo el rendimiento a la hora de elegir escuelas? En otras palabras, ¿todas las familias se quieren y pueden cambiar de escuelas y, cuando lo hacen, se mueven tras el SIMCE?

¡Otra vez No! Para muchas familias, sobre todo para aquellas más pobres y vulnerables, la elección de escuelas es algo imposible. Imposible porque su horizonte de posibilidades se reduce a establecimientos gratuitos y porque las otras opciones (sí es que las hay), son escuelas de resultados similares. Más del 90% de las escuelas con bajo SIMCE histórico son de nivel socioeconómico bajo y ellas, debido a la brutal segmentación del sistema, se concentran en las comunas y sectores de mayores índices de pobreza y vulnerabilidad. El cambio en busca de mejor SIMCE no es tampoco el eje de prioridad de los padres quienes, cuando pueden elegir, valoran y mucho, el ambiente, la disciplina, la seguridad y trato hacia sus hijos. Elegir y cambiarse de escuela es bastante más complejo que decidir comprar el té o el pan en otro supermercado o que cambiar de peluquería, como muchos parecen sostener  hoy.

Así las cosas, pareciera que estas escuelas que no logran remontar en el SIMCE, son funcionales y necesarias para la viabilidad del actual sistema. De no modificar radicalmente el horizonte y la regulación actual, ellas y otras seguirán exhibiendo estos magros resultados año tras año y,  la calidad no llegará por efecto de la migración de padres y estudiantes. El sistema no dispone de otra salida para este importante número de alumnos y  estas escuelas no tienen mayor incentivo para mejorar su oferta educativa. Más que promover su desmantelamiento, debemos ser rigurosos al comprender su permanencia y realizar aquellas modificaciones estructurales que permitirán que ellas mejoren y se mantengan en el tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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