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La consternación de las élites y la justicia para un pueblo.

Salvador Millaleo
Por : Salvador Millaleo Profesor Facultad de Derecho U. de Chile Investigador Asociado del Instituto Milenio Viodemos
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No nos mereceremos las élites que dirigen a Chile; o quizá sí, por dejar que nos sigan dirigiendo mediante la mera imagen y la más pura falta de vergüenza.


Muchas cosas dichas en estos pocos días en que la cuestión mapuche se ha debatido por los medios de comunicación no dejan de ser sorprendentes. Al parecer  un gran número de integrantes de las élites políticas del gobierno y la oposición se encontraron por primera vez con el lado político del “problema“ mapuche.

Deshaciéndose en expresiones de tardía sensibilidad, y con la salvedad de unos pocos conscientes y de los infaltables sinceros como el Senador Novoa y el ex Subsecretario Patricio Rosende,  las élites han pasado de un estado de denegación a un estado de consternación. Para ellas mismas y quienes las quisieron escuchar, habían vendido historias que mostraban a los conflictos que involucran a los mapuche como problemas sociales, de pobreza, judiciales y de orden público, y no de orden político; y se buscaban reconocimientos simbólicos para los mapuche en el más pobre de los sentidos. Ahora, en cambio, las élites sufren porque estos comuneros mapuche en huelga de hambre puedan opacar el aura del bicentenario o porque una supuesta imagen de país modelo se empaña, o bien se felicitan de la ocasión de reaparecer en TV como líderes y defensores de algo.

Gobierno y Concertación están ahora consternados por la posibilidad de la generación de un hecho político fuera de su control y alcance, debido a actos de coraje y desesperanza de aquellos ciudadanos cuyas problemas solían no tener importancia, pues los problemas que ellos causan desafiando el orden del Estado y atacando la propiedad han sido –para las élites- más graves que el valor de los derechos humanos y fundamentales.  Llenos de compasión ante las cámaras, nuestras élites recordaron de improviso que debían reformar la ley antiterrorista y la justicia militar e  inclusive algunos proponen actos de mediación.

[cita]No nos mereceremos las élites que dirigen a Chile; o quizá sí, por dejar que nos sigan dirigiendo mediante la mera imagen y la más pura falta de vergüenza.[/cita]

Dando por sentado que devolver sus derechos a los procesados y condenados como terroristas y cortar las alas al celo persecutorio, demasiado parecido al racismo, de algunos fiscales, es urgente y siempre deseable; también vale la pena preguntarse de qué manera una mediación y un diálogo podrán darle un cauce nuevo a las relaciones entre el Estado y la sociedad chilenas y pueblo Mapuche.

¿Será este diálogo en condiciones aceptables para los comuneros mapuche, lo será para el movimiento de comunidades y organizaciones mapuche, o para el pueblo mapuche en general? Podriamos imaginarnos que sí, que una vez aprobadas las modificaciones indispensables a la ley antiterrorista y la justicia militar, se podrán sentar el Presidente y los legisladores, la Iglesia, y algún otro notable, con comuneros y dirigentes mapuche sin exclusiones.

Imaginemos que podrían discutir de manera informada y sin límites de contenido sobre la aplicación del convenio N° 169 de la OIT sin cercenamientos y tomando en cuenta la copiosa jurisprudencia internacional acumulada y la declaración de derechos de los pueblos indígenas de la ONU; se dialogará sobre las formas de representación política indígena, fuera del monopolio de los partidos políticos; se hablará sobre la autonomía y la instalación de autoridades indígenas que, dentro del marco del Estado chileno, velen por la mantención de la identidad indígena y el desarrollo con identidad; se analizarán al menos las bases de las formas en que el derecho indígena pueda resolver conflictos para indígenas en coordinación con el derecho nacional; se buscará un sistema de recuperación de tierras indígenas eficaz, rápido y transparente; se reflexionará sobre el régimen de las aguas indígenas, el subsuelo y demás recursos naturales relevantes culturalmente; se rechazarán las políticas sociales paternalistas o clientelistas y promoverán políticas para mejorar las condiciones de vida del pueblo mapuche tanto en el campo como en la ciudad; se verá cómo instalar procesos vinculantes de participación deliberativa para aprobar grandes proyectos de infraestructura; no faltaría la reflexión sobre el racismo, la educación intercultural y multilingüe, ni tampoco aquella respecto de la biopiratería y la propiedad intelectual de los conocimientos tradicionales.

Si estos temas surgieran –entre otros- y pudieran dar lugar a acuerdos sin manipulación, sin prejuicios, hipocrecía ni oportunismo, serían tal vez capaces para dar lugar a un pacto de justicia multicultural duradera para este bicentenario del cual las futuras generaciones, de indígenas y no indígenas, se sentirían honestamente orgullosos del destino de nuestra comunidad política. De no ser así, bien, pues no nos mereceremos las élites que dirigen a Chile; o quizá sí, por dejar que nos sigan dirigiendo mediante la mera imagen y la más pura falta de vergüenza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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