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La resaca

Roberto Castillo
Por : Roberto Castillo Enseña en la Universidad de Haverford desde 1991. Bachiller en Sociología en Kenyon College, Ohio, Master en Literatura Hispanoamericana en Vanderbilt University, Master y Doctorado en Lenguas y Literaturas Románicas en Harvard.
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Ojalá que por fin se acaben los delirios wagnerianos que hablan de un renacer telúrico nacional. Basta de metáforas obstétricas, por favor. Ojalá que hayamos llegado al hartazgo con el fetiche de la bandera y el ceacheí. Despertemos de la dulce hipnosis que producen las cámaras del mundo enfocadas en Chile. Descreamos aunque sea un poquito de la opinión tan favorable de quienes recién aprendieron cómo se pronuncia Copiapó. Resguardémonos de la incontinencia mediática y de la verborrea de teleperiodistas y políticos. Tengamos un poquito de recato al momento de andar regalando pedazos de piedra como si fueran rocas lunares.


Ahora que se ha despejado un poco la atmósfera, hay que ver cómo estamos lidiando con la resaca de tanta emoción acumulada. Para empezar, y todo esto en tono de ruego, ojalá que por fin se acaben los delirios wagnerianos que hablan de un renacer telúrico nacional. Basta de metáforas obstétricas, por favor. Ojalá que hayamos llegado al hartazgo con el fetiche de la bandera y el ceacheí. Despertemos de la dulce hipnosis que producen las cámaras del mundo enfocadas en Chile. Descreamos aunque sea un poquito de la opinión tan favorable de quienes recién aprendieron cómo se pronuncia Copiapó. Resguardémonos de la incontinencia mediática y de la verborrea de teleperiodistas y políticos. Tengamos un poquito de recato al momento de andar regalando pedazos de piedra como si fueran rocas lunares. Y reconozcamos de una vez por todas que a pesar de la alegría asombrada y genuina que sentimos al ver a los mineros perdidos emerger de la cápsula, enteros, dignos, tan pródigamente vitales, algo en esto sigue oliendo raro.

Antes de despejar el aire, no se puede dejar de destacar lo rescatable. Sin conocerlos, uno estaría dispuesto a apostar que ni Luis Urzúa ni André Sougarret se han transformado radicalmente en esta crisis; ellos ya eran fundamentalmente lo que son mucho antes de que se les viniera encima este desafío. A ellos no les sirve de mucho quebrarse ante las cámaras o permitirse alardes autorreferentes: “Ahora me puedo alimentar de manera normal”, dijo un subsecretario cuando se produjo el primer contacto, sin darse cuenta de la burrada que estaba diciendo; “Yo lloro por dentro”, confidenció el Presidente, completamente ajeno a la falta que cometía al leer en público la carta privada de un minero a su mujer. No debe sorprender que los medios internacionales ponían en mute o cortaban a comerciales cuando el Presidente se ponía a perorar, y que su generosidad con los souvenirs dé una señal de extravagancia y personalismo radicalmente opuesta a la imagen de país serio que quiere promover.
[cita]El chupa cámaras activo se nutre de los espectadores, y éstos se sienten reconfortados por el reconocimiento que se les da y por la sensibilidad que se les atribuye. Se arma así en conjunto la fiesta de la lágrima, la emoción como vicio, la solidaridad como mercancía a precio de liquidación. La hazaña transfigurada en rating y en souvenir.[/cita]

Sougarret se mantiene al margen, o va al grano cuando tiene que hablar: le basta señalar que ésta fue la pega más importante que le ha tocado, y no dejó jamás de pensar que la misión no estaría cumplida hasta ver al último minero vivo y en la superficie. Por su parte, Luis Urzúa, en vez de ponerse a figurar la primera vez que habló, se dio tiempo para preguntar por la suerte de los compañeros que iban saliendo de la mina al momento del derrumbe. El habla sencilla y directa del jefe de turno, sin impostaciones ni tríadas retóricas, fue como miel sobre hojuelas en ese momento final. El rostro emocionado de Sougarret, en el background, contrastaba con las contorsiones faciales del presidente Piñera al responder con el cliché autorreferente del “buen capitán”. Ni Sougarret ni Urzúa tienen un “estilo comunicacional” ni parecen transar sus valores por una mayor percepción de “cercanía”. Que yo sepa, no andan repartiendo facsímiles de mensajes ni peñascos, aunque nadie objetaría que lo hicieran.

Hay una distancia demasiado grande entre la gravedad (en el sentido clásico de gravitas: peso, prestancia de carácter) de los verdaderos protagonistas y la liviandad histérico-patriótica de los chupa cámaras, y con este término me refiero tanto a los figurones como a nosotros, los consumidores de imágenes y de morbo. Por supuesto, hay una diferencia entre el chupa cámaras activo, el de parka roja, y el pasivo, con el mouse o el remoto en la mano, pero esa diferencia se borra al momento de  sopesar de qué manera se potencian mutuamente. El chupa cámaras activo se nutre de los espectadores, y éstos se sienten reconfortados por el reconocimiento que se les da y por la sensibilidad que se les atribuye. Se arma así en conjunto la fiesta de la lágrima, la emoción como vicio, la solidaridad como mercancía a precio de liquidación. La hazaña transfigurada en rating y en souvenir.

Sin negar del todo la relativa eficiencia con que actuó el gobierno en este caso, hay que reconocer que los réditos políticos que Piñera ha recogido se deben a una especie de pacto de complicidad amnésica entre espectadores y maestros de ceremonias. El pacto consiste en no recordar que tanta solidaridad con los trabajadores no funca con el individualismo consumista dominante. Consiste en soslayar que la preocupación gubernamental por la seguridad laboral no es congruente con un gobierno dominado por los intereses empresariales. Nadie tiene que cometer la rotería de mencionar la palabrota desigualdad, sobre todo cuando la primera dama se preocupa tanto de poner su fina mano en los hombros de las mujeres de los mineros. Y por último, no es de buen tono fijarse en que el gobierno no les hizo a los mineros un favor ni una regalía, sino que simplemente cumplió con un deber básico frente unos ciudadanos que fueron víctimas de la negligencia estatal y de la desprotección laboral. Premiar al gobierno es como felicitar a un padre abusador que por un par de meses dejó de aforrarles a sus hijos.

Mientras estábamos mirando la tele, el Parlamento le hizo su propio regalito a la gran minería extranjera con el nuevo royalty y se entronizó el autoritarismo anti-republicano con la nueva norma sobre maltrato de palabra a carabineros. Pero estos temas son fomes, no le interesan a CNN ni a la televisión china, no son portada ni en Moscú ni en Katmandú, y por lo tanto no queda más que esperar que el próximo desastre nos haga sentir de nuevo que somos un ejemplo mundial y récord de rating universal. Y me olvidada: Viva Chile. Mierda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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